Catástrofe en el Caribe
Una charla con Carlos Russo, médico argentino en Haití, antes de su regreso al país.
En este suelo ocurrieron los más violentos levantamientos contra la esclavitud: 1724, 1728, 1730, 1734, 1740. En este suelo, el legendario Macandal (esclavo y líder de esclavos) vivió, sufrió, preparó y repartió los venenos hechos con hierbas para envenenar a los amos que los sojuzgaban. En este suelo fue quemado vivo por los blancos en enero de 1758.
Hoy, el médico argentino Carlos Russo hace un certero balance de la realidad de Haití al afirmar que es “una sociedad arrinconada en demandar, en pedir”.
En 1783, en este suelo habitaban 400 mil del millón de esclavos de todo el Caribe. Este suelo fue el más rico de la colonia con su producción de azúcar, ron, jengibre, algodón, índigo, café. Hoy, desde todos los medios de comunicación se afirma que Haití es el país más pobre de los pobres de Latinoamérica. Dice Russo: "No hay cultura del trabajo porque no hay trabajo. Nada: más allá de alguna plantación de caña, nada por ningún lado".
En este suelo estalló en 1790 (28 años antes de que naciera Marx) una revolución marxista. En este suelo, Napoleón creyó, confundido, que la guerra social planteada por los haitianos contra Francia era una guerra civil. En este suelo, en 1804, se proclamaba la independencia y se establecía la segunda república de América, luego de los Estados Unidos. En este suelo nació la primera república negra del mundo. Hoy, la realidad de Haití es la catástrofe total de una tierra y una sociedad sojuzgada por la naturaleza y por el sistema.
Carlos Russo, director médico del SAME, uno de los responsables de la ayuda humanitaria argentina en Haití, espera el Hércules que lo llevará, junto a sus compañeros, a Santo Domingo y de ahí a la Argentina: "Los haitianos siguen necesitando cosas. Tienen una realidad política, económica y social en la cual lo único que pueden hacer es demandar, pedir. Y entonces demandan, piden. Se termina la fase aguda de este conflicto y siguen pidiendo y necesitando comida, agua".
Carlos Russo forma parte del primer contingente de médicos que (bajo la logística de Esteban Chalá y la dirección médica del platense Gabriel Ive) fueron enviados por Cascos Blancos y el ministerio de Salud de la Nación a Haití luego del terremoto. Ahora, espera el recambio junto a los médicos Viviana Luthy, Selva Font, Néstor Moreno y Beatriz Galindo. Los cinco vuelven al país luego de una semana de tarea sin descanso. Los reemplazarán dos enfermeras y un traumatólogo en el hospital argentino. "Es el recambio hasta que termine la misión", dice Russo.
–¿Cuándo termina la misión?
–Teóricamente, alrededor del viernes que viene. Pero todo depende de lo que puede pasar, ya que hay temblores todos los días, más chicos, pero todos los días.
–El viernes, cuando termine la misión, ¿cómo sigue la cosa en Haití?
–La cosa sigue con su endemia habitual. Al terminar el período de la atención sanitaria de la emergencia, del trauma inicial, empiezan a aparecer, como capas de una cebolla al pelarla, los males endémicos del país.
–¿Cuáles son esos males?
–Fundamentalmente, la desnutrición. Y se suman las enfermedades crónicas, de tipo infeccioso, respiratorias y gastrointestinales. Enfermedades que están siempre, y desde hace muchos años, sin necesidad de catástrofe. La situación en Haití arranca de menos diez, cuando aparece la catástrofe del terremoto, los niveles subieron muchísimo. Pero ahora, cuando se va despejando las secuelas del sismo, la cosa vuelve a menos diez. Desaparece la tensión de la emergencia, pero aparece la situación anterior del país y sus enfermedades, quizás con un pico de subida un poco mayor que el habitual por la falta de agua potable, por el hambre.
–La planta potabilizadora que traerán desde la Argentina, ¿se queda en Haití?
–Lo ignoro. La planta va a llegar como parte de los pertrechos para el campamento argentino. Nosotros, hasta ahora, estamos en un lugar con agua potable que nos provee el regimiento militar de Sri Lanka. Cuando venga la planta potabilizadora, se utilizará para el personal y para los pacientes que sigan internados aquí. Llegamos a tener 116. Poco a poco, con el correr de los días, fuimos derivando los casos que no se podían resolver acá porque se necesitaban cirugías a un hospital cubano que queda a unos diez minutos de aquí.
–¿Un campamento similar al argentino?
–No, no. Ellos ya estaban acá. Están desde hace dos años y ahora trajeron refuerzos. Por eso derivamos pacientes allí para casos quirúrgicos.
–¿Colapsó en algún momento el hospital argentino?
–No, nosotros asistimos a todos lo que llegaron hasta aquí. Lo que ocurrió es que los casos que no se podían resolver por falta de insumos o de material quirúrgico, los teníamos con tratamiento de sostén hasta que se realizaba la derivación que garantizara la solución definitiva del problema de ese paciente. Abdómenes agudos, fracturas expuestas: eso necesita de resolución quirúrgica. Para eso, hizo falta derivarlos, en nuestro caso, al hospital cubano.
–¿Estas derivaciones están digitadas por algún organismo en particular?
–No. Fue una gestión entre la gente de logística de Cascos Blancos, médicos argentinos y los médicos del hospital cubano. De persona a persona, nada gubernamental, nada oficial. Al llevar algunos pacientes allá, ellos nos mandaron otros que nosotros podíamos sostener con nuestros materiales. De esa manera, logramos que tanto ellos como nosotros pudiéramos atender sin contratiempos.
–¿Qué cantidad de internados tienen en este momento?
–Alrededor de treinta, en su mayoría, pacientes de sostén, con aprovisionamiento de comida y agua.
–¿Se nota algún cambio con la presencia de la tropa norteamericana que llegó al país?
–Pasaron por acá personas de todos lados trayendo insumos, cosas de recursos generales, cosas que nos venían muy bien. Y vinieron también de los Estados Unidos para hacer un relevamiento de todo lo que había y lo que se necesitaba en el lugar para buscar un acomodamiento. Hay algunos militares norteamericanos y otros canadienses que llegan en un plano de ayuda, de colaboración, trayendo insumos y ayuda médica. Todo con un despliegue mediático anterior a su ingreso. Llegan las cámaras, las montan y después entra la ayuda para que se vea bien. Pero después, cuando se apagan las luces de las cámaras, los que nos quedamos laburando acá somos los argentinos.
–¿Cómo es la relación con la sociedad haitiana?
–Establecimos una comunicación espectacular. Todas las noches, con los pibes, armamos un fogón y jugamos con ellos, cantamos con ellos. Hay unos cuántos pibes huérfanos, que perdieron a sus padres en el terremoto y a ellos se les da de comer acá, se los contiene. Dimos parte a Unicef para que se encargue de estos chicos una vez que la misión argentina se retire.
–¿Qué sensación tendrán al mirar por la ventanilla del avión el Haití que dejan atrás?
–Es una mezcla de sensaciones. Uno quiere volver al pago, es necesario. Por los afectos y la salud mental de cada uno de nosotros. Pero no nos podemos sacar de la cabeza que acá hace falta mucha ayuda. La realidad es que no alcanzan treinta años para seguir ayudando a esta gente.
Desaparece la emergencia, pero aparece la necesidad. Y la necesidad, la demanda, siempre es mayor que la oferta que se pueda dar. Está prácticamente todo el mundo brindando ayuda y Haití no arranca. Los miembros del equipo argentino cumplimos la tarea básica, que era trabajar en la emergencia. Atendimos más de mil personas, pero la sensación es que siempre falta algo por hacer. La fase de emergencia está terminando, pero el resto de las cosas está sin resolver. No nos vamos con la alegría del deber cumplido. Nos vamos con una tristeza profunda por todo lo que falta.
Lo que hicieron este grupo de profesionales (y lo que seguirán haciendo los que vengan) está a la vista: chicos que sonríen, brazos que se alargan buscando contacto, manos que acarician y buscan ser acariciadas. Lo que falta, también, pero depende de otras manos. De las mismas manos que condenaron a Haití desde hace quinientos años, mucho antes de estos terremotos.
Fuente: Diagonales
Una charla con Carlos Russo, médico argentino en Haití, antes de su regreso al país.
En este suelo ocurrieron los más violentos levantamientos contra la esclavitud: 1724, 1728, 1730, 1734, 1740. En este suelo, el legendario Macandal (esclavo y líder de esclavos) vivió, sufrió, preparó y repartió los venenos hechos con hierbas para envenenar a los amos que los sojuzgaban. En este suelo fue quemado vivo por los blancos en enero de 1758.
Hoy, el médico argentino Carlos Russo hace un certero balance de la realidad de Haití al afirmar que es “una sociedad arrinconada en demandar, en pedir”.
En 1783, en este suelo habitaban 400 mil del millón de esclavos de todo el Caribe. Este suelo fue el más rico de la colonia con su producción de azúcar, ron, jengibre, algodón, índigo, café. Hoy, desde todos los medios de comunicación se afirma que Haití es el país más pobre de los pobres de Latinoamérica. Dice Russo: "No hay cultura del trabajo porque no hay trabajo. Nada: más allá de alguna plantación de caña, nada por ningún lado".
En este suelo estalló en 1790 (28 años antes de que naciera Marx) una revolución marxista. En este suelo, Napoleón creyó, confundido, que la guerra social planteada por los haitianos contra Francia era una guerra civil. En este suelo, en 1804, se proclamaba la independencia y se establecía la segunda república de América, luego de los Estados Unidos. En este suelo nació la primera república negra del mundo. Hoy, la realidad de Haití es la catástrofe total de una tierra y una sociedad sojuzgada por la naturaleza y por el sistema.
Carlos Russo, director médico del SAME, uno de los responsables de la ayuda humanitaria argentina en Haití, espera el Hércules que lo llevará, junto a sus compañeros, a Santo Domingo y de ahí a la Argentina: "Los haitianos siguen necesitando cosas. Tienen una realidad política, económica y social en la cual lo único que pueden hacer es demandar, pedir. Y entonces demandan, piden. Se termina la fase aguda de este conflicto y siguen pidiendo y necesitando comida, agua".
Carlos Russo forma parte del primer contingente de médicos que (bajo la logística de Esteban Chalá y la dirección médica del platense Gabriel Ive) fueron enviados por Cascos Blancos y el ministerio de Salud de la Nación a Haití luego del terremoto. Ahora, espera el recambio junto a los médicos Viviana Luthy, Selva Font, Néstor Moreno y Beatriz Galindo. Los cinco vuelven al país luego de una semana de tarea sin descanso. Los reemplazarán dos enfermeras y un traumatólogo en el hospital argentino. "Es el recambio hasta que termine la misión", dice Russo.
–¿Cuándo termina la misión?
–Teóricamente, alrededor del viernes que viene. Pero todo depende de lo que puede pasar, ya que hay temblores todos los días, más chicos, pero todos los días.
–El viernes, cuando termine la misión, ¿cómo sigue la cosa en Haití?
–La cosa sigue con su endemia habitual. Al terminar el período de la atención sanitaria de la emergencia, del trauma inicial, empiezan a aparecer, como capas de una cebolla al pelarla, los males endémicos del país.
–¿Cuáles son esos males?
–Fundamentalmente, la desnutrición. Y se suman las enfermedades crónicas, de tipo infeccioso, respiratorias y gastrointestinales. Enfermedades que están siempre, y desde hace muchos años, sin necesidad de catástrofe. La situación en Haití arranca de menos diez, cuando aparece la catástrofe del terremoto, los niveles subieron muchísimo. Pero ahora, cuando se va despejando las secuelas del sismo, la cosa vuelve a menos diez. Desaparece la tensión de la emergencia, pero aparece la situación anterior del país y sus enfermedades, quizás con un pico de subida un poco mayor que el habitual por la falta de agua potable, por el hambre.
–La planta potabilizadora que traerán desde la Argentina, ¿se queda en Haití?
–Lo ignoro. La planta va a llegar como parte de los pertrechos para el campamento argentino. Nosotros, hasta ahora, estamos en un lugar con agua potable que nos provee el regimiento militar de Sri Lanka. Cuando venga la planta potabilizadora, se utilizará para el personal y para los pacientes que sigan internados aquí. Llegamos a tener 116. Poco a poco, con el correr de los días, fuimos derivando los casos que no se podían resolver acá porque se necesitaban cirugías a un hospital cubano que queda a unos diez minutos de aquí.
–¿Un campamento similar al argentino?
–No, no. Ellos ya estaban acá. Están desde hace dos años y ahora trajeron refuerzos. Por eso derivamos pacientes allí para casos quirúrgicos.
–¿Colapsó en algún momento el hospital argentino?
–No, nosotros asistimos a todos lo que llegaron hasta aquí. Lo que ocurrió es que los casos que no se podían resolver por falta de insumos o de material quirúrgico, los teníamos con tratamiento de sostén hasta que se realizaba la derivación que garantizara la solución definitiva del problema de ese paciente. Abdómenes agudos, fracturas expuestas: eso necesita de resolución quirúrgica. Para eso, hizo falta derivarlos, en nuestro caso, al hospital cubano.
–¿Estas derivaciones están digitadas por algún organismo en particular?
–No. Fue una gestión entre la gente de logística de Cascos Blancos, médicos argentinos y los médicos del hospital cubano. De persona a persona, nada gubernamental, nada oficial. Al llevar algunos pacientes allá, ellos nos mandaron otros que nosotros podíamos sostener con nuestros materiales. De esa manera, logramos que tanto ellos como nosotros pudiéramos atender sin contratiempos.
–¿Qué cantidad de internados tienen en este momento?
–Alrededor de treinta, en su mayoría, pacientes de sostén, con aprovisionamiento de comida y agua.
–¿Se nota algún cambio con la presencia de la tropa norteamericana que llegó al país?
–Pasaron por acá personas de todos lados trayendo insumos, cosas de recursos generales, cosas que nos venían muy bien. Y vinieron también de los Estados Unidos para hacer un relevamiento de todo lo que había y lo que se necesitaba en el lugar para buscar un acomodamiento. Hay algunos militares norteamericanos y otros canadienses que llegan en un plano de ayuda, de colaboración, trayendo insumos y ayuda médica. Todo con un despliegue mediático anterior a su ingreso. Llegan las cámaras, las montan y después entra la ayuda para que se vea bien. Pero después, cuando se apagan las luces de las cámaras, los que nos quedamos laburando acá somos los argentinos.
–¿Cómo es la relación con la sociedad haitiana?
–Establecimos una comunicación espectacular. Todas las noches, con los pibes, armamos un fogón y jugamos con ellos, cantamos con ellos. Hay unos cuántos pibes huérfanos, que perdieron a sus padres en el terremoto y a ellos se les da de comer acá, se los contiene. Dimos parte a Unicef para que se encargue de estos chicos una vez que la misión argentina se retire.
–¿Qué sensación tendrán al mirar por la ventanilla del avión el Haití que dejan atrás?
–Es una mezcla de sensaciones. Uno quiere volver al pago, es necesario. Por los afectos y la salud mental de cada uno de nosotros. Pero no nos podemos sacar de la cabeza que acá hace falta mucha ayuda. La realidad es que no alcanzan treinta años para seguir ayudando a esta gente.
Desaparece la emergencia, pero aparece la necesidad. Y la necesidad, la demanda, siempre es mayor que la oferta que se pueda dar. Está prácticamente todo el mundo brindando ayuda y Haití no arranca. Los miembros del equipo argentino cumplimos la tarea básica, que era trabajar en la emergencia. Atendimos más de mil personas, pero la sensación es que siempre falta algo por hacer. La fase de emergencia está terminando, pero el resto de las cosas está sin resolver. No nos vamos con la alegría del deber cumplido. Nos vamos con una tristeza profunda por todo lo que falta.
Lo que hicieron este grupo de profesionales (y lo que seguirán haciendo los que vengan) está a la vista: chicos que sonríen, brazos que se alargan buscando contacto, manos que acarician y buscan ser acariciadas. Lo que falta, también, pero depende de otras manos. De las mismas manos que condenaron a Haití desde hace quinientos años, mucho antes de estos terremotos.
Fuente: Diagonales
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