viernes, 21 de agosto de 2009

Fiesta de humores gauchos y mujeres lindas

De Oro. El equipo y elenco de Vidas robadas (Telefe) cuando se anunció que el premio máximo era para la telenovela.

Cecilia Absatz

El buen humor de la fiesta hizo olvidar las sospechas que cada año envuelven la ceremonia de APTRA. Un Tinelli cansado recibió su homenaje, Telefe saboreó el triunfo y Mirtha, la consagración popular.

Cada año la misma historia. Cuando se acerca la fiesta del Martín Fierro muchos levantan una ceja y sospechan de todo. Critican la formación de las ternas, las categorías, la duración de la ceremonia, las reiteraciones, los caprichos. Preguntan por qué no se incorporan socios nuevos en APTRA. Se burlan de la edad avanzada de los socios antiguos. Circulan las apuestas temerarias. Algunos, incluso, creen sentir todavía cierto tufillo venal que ensombreció un momento pretérito de la institución.

Entonces llega el día de la fiesta y todo el mundo se pone de buen humor. Hay vallas en la puerta del hotel y los fotógrafos esperan con voracidad la llegada de las figuras. El presidente Sciacaluga se ha puesto un esmoquin, porque APTRA cumple 50 años. Recibe a los invitados un ejército de jóvenes beldades con pelucas fulgurantes y guantes de encaje negro que parecen salidas de un sueño futurista. Se percibe acá el toque de Liliana Parodi. Comienzan a llegar las mujeres más lindas del planeta: Isabel Macedo, alta y espléndida, con un vestido rojo de Las Oreiro que le dibuja el cuerpo como a Jessica Rabbit; su melena ondeada y voluptuosa evoca a Rita Hayworth cuando se quita el guante y le canta a Glenn Ford. Mientras tanto, nuestra genuina Jessica Rabbit, es decir Victoria Onetto, inaugura un estilo sutil: llega con Laurencio Adot y vestida por él en gasa color rosa té con voladitos, un sueño de Guermantes.

El lugar ya está atestado, no alcanzan las manos y los brazos para saludar. Por el corredor llega una fuerza de la naturaleza vestida de amarillo incandescente: es Pamela David, que hace notas para su propio programa con micrófono y cámara; a su paso los hombres contienen un poco la respiración. Karina Mazzocco, deslumbrante. Carla Peterson, puro estilo y sofisticación. Solita Silveyra, al mismo tiempo austera y sensual con un vestido gris de shantung. Un océano de mujeres espléndidas y prácticamente un solo galán: Mike Amigorena, con corbata de moño un poco sobreactuada, pantalón chupín y saquito al cuerpo.

Es el momento de cruzarse con amigos y enemigos, besos y abrazos, todo el mundo se alegra de verse. Encuentro feliz entre Elizabeth Vernaci y Claudia Fontán, lujo argentino. En esa mesa están Marley y Humberto Tortonese: toda la noche van a reír y cantar. Pasa tranquilo Roberto Pettinato de la mano de su mujer. En las mesas principales, las que están junto al escenario, las fuerzas de la noche se reparten por igual en dos grandes fuentes de poder. A la derecha de su televisor está Mirtha Legrand con su comitiva: entre otros María Teresa Villarreal, Marcela Tinayre, Ignacio Viale y Juana Viale, criatura de una belleza casi dolorosa. A la izquierda está la mesa de Susana Giménez con sus amigos, entre otros Teté Coustarot. Susana como siempre brilla con luz propia, y sube a recibir el Martín Fierro de Gasalla como si fuera una compañera de trabajo y nada más.

A cierta hora llega Tinelli. Así como muchos años atrás APTRA lo humilló dándole la mesa peor ubicada del salón, ahora le brinda un homenaje y celebra sus veinte años con la conducción. Badía y las vueltas de la vida. Tinelli habla emocionado pero no tiene buena cara, se ve cansado.

Caos en el salón: en los cortes de la transmisión todos saltan de su asiento. Caminan, buscan, felicitan y se abrazan, tropiezan con los cables, mandan mensajes de texto. El clima se nota más animado que otros años, todos parecen estar de buen humor. A pesar de que estaba permitido fumar, la concurrencia no abusó del privilegio. No hubo incidentes, chiflidos ni maledicencia. Es posible incluso que nadie se haya presentado en jogging.

La fiesta está por terminar. Mirtha Legrand se lleva el Martín Fierro de Platino por consagración popular. El de Oro lo gana Vidas robadas. Todos suben al escenario, aplauden y vitorean. Pero nadie está más emocionado que Claudio Villarruel. Este triunfo le ilumina la cara. En este momento no es un ejecutivo sino un artista.

Fuente: Crítica

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