domingo, 30 de agosto de 2009

Un cuento de amor, hechizos y romance

La versión de Diego Veronesi busca la complicidad con el público más joven
Foto: LA NACION / Hernán Zenteno

La estética de La Bella y la Bestia, como en Disney

Por Ruth Mehl

La Bella y la Bestia, versión y adaptación de Diego Veronesi del cuento de Jeanne Marie Leprince de Beaumont. Letras: Silvana Espada. Música original y sonido: Damián Mahler. Vestuario: Patricia Gatti, Pedro Muñoz y Rodrigo Machado. Utilería: Cristian Domini. Escenografía, coreografías y luces: Rodrigo Machado y D. Veronesi. Dirección general: Veronesi. Relatos en off: Juan Carlos Puppo. Elenco: Judith Cabral, Mariano Conti, Atilio Schweitzer, Nicolás Leguizamón, Gonzalo Quintana y Ariel Punturiero. Sábados y domingos, a las 17, en The Cavern, Paseo la Plaza Corrientes 1660.
Nuestra opinión: buena

Al parecer, la historia de La Bella y la Bestia proviene de relatos del siglo XVI, pero finalmente tomó forma más abreviada en el siglo XVIII, con la publicación de los cuentos de Leprince de Beaumont. Desde entonces, numerosas versiones han contado esta romántica historia de una Bestia, que necesita ser amada, pese a su fealdad, para librarse de su hechizo, pues en realidad es un príncipe castigado. Muchos espectadores tuvimos la suerte de ver una inolvidable versión por Ariel Bufano y su Grupo de Titiriteros, en el Teatro San Martín.

En este nuestro siglo XXI, la prioridad de los códigos en el imaginario del público infantil (y no sólo los chicos) parece provenir de las películas de los estudios Disney. Bella, por ejemplo, "tiene que tener el vestido amarillo", dicen, "porque así es en la película". Y en efecto, cuando en este espectáculo del Grupo Ensamble la actriz aparece vestida de amarillo dorado (traje de fiesta, suntuoso, claro), la platea deja oír un murmullo de aprobación. La máscara de la Bestia recrea con mucha similitud la del personaje del filme y del espectáculo sobre hielo.

Simpatía

Es evidente que estas son las complicidades del público que el Grupo Ensamble ha buscado con detalles de la producción de un espectáculo que, pese a estar reducido enormemente en el espacio mínimo del escenario, y también acotado en el tiempo, logra contar la historia. El sonido, por momentos tan alto que enmascara los textos, y una sobreabundancia de efectos, que llegan a superponerse y competir entre sí, le quitan al relato la posibilidad de poesía.

Pero de todos modos, actriz y actores llevan adelante con soltura y simpatía la acción de sus personajes, intercalando actuación con momentos musicales, y llevando a buen puerto la narración.

Fuente: La Nación

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