jueves, 18 de febrero de 2010

Entre nubes y dragones

Imagen: Veintitres

Bibliotecas dedicadas exclusivamente a la literatura infanto juvenil. Cada año las visitan miles de chicos, padres, maestros e investigadores. Los sueños de los fundadores y lo que falta para que se hagan realidad.

Por Pablo Sigal

Una biblioteca puede tener salas parlantes o silenciosas, ser grande como un teatro o pequeña como un cuarto. Puede ser célebre o desconocida, con material novedoso o viejos libros empolvados. Algunas, como imaginó Borges en “La biblioteca de Babel”, parecen infinitas. Pero, tengan las características que tengan, las bibliotecas son espacios de lectura, pensamiento e intercambio, lugares donde la sociedad preserva la cultura escrita, la historia y las formas en que se mira a sí misma. También es un espacio para que ese bagaje invalorable esté al alcance de quienes lo requieran. Pero en ese mundo de estanterías, escaleras, lámparas y mesas, brillan con una luz especial las dedicadas exclusivamente a la literatura infanto juvenil que, además del contenido literario, ofrecen un ámbito donde la lectura puede transformarse en juego, entretenimiento y aprendizaje compartido.

Algo de eso estuvo en el pensamiento de Pablo Medina cuando decidió fundar la biblioteca La Nube: “Acá está la historia de la literatura infantil argentina desde 1880. Quería recuperarla como patrimonio, porque tenía una idea que me daba vueltas insistentemente: en la medida en que uno conoce más al niño tiene más posibilidades de saber cómo será el adulto, y también puede determinar en qué momento de la vida de ese niño o joven faltó algo: el afecto, el apoyo, el estímulo, no sé. Me imaginaba que era interesante apoyarse en la historia a través de los libros, porque la literatura es otra forma de contar la vida”.

La Nube comenzó hace 35 años como la primera librería de Buenos Aires dedicada exclusivamente a los niños. Medina cuenta que, como mal comerciante que es, compraba tres libros y se guardaba uno, así empezó el acopio de material. Después vendrían los años de plomo en que todo proyecto cultural fue más difícil. La biblioteca tuvo idas y vueltas, pero se mantuvo en crecimiento. En la actualidad cuenta con más de setenta mil volúmenes y es la biblioteca infantil más grande de América Latina, cuyo material consulta gente de todo el mundo.

Variedad, rarezas, incunables o “fenomenales”, como le gusta decir a Medina, todo se puede encontrar en esta “biblioteca de Alejandría” de los niños. De Pinocho hay 300 ediciones diferentes; de Corazón, de Edmundo de Amicis, “solamente” 150. Entre los incunables hay una edición de Robinson Crusoe traducido por Julio Cortázar o la edición mexicana de El Quillet de los niños, esa maravillosa enciclopedia infantil ilustrada por Oski, Ayax Barnes y Enrique Breccia.

La Nube es, además, un lugar de juegos, de encuentro, de aprendizaje y un centro de documentación. “Hay que pensar qué es y dónde está la infancia, y adónde vamos con esa infancia. Hace falta sentido común, hoy hay una infancia de la calle, marginal, apaleada, lo que deberíamos tratar de evitar. Lo más doloroso es que no hay una mirada del Estado, ni de nadie. Este centro de documentación está pensado a favor de los niños y por una infancia mejor. Eso es La Nube”, explica Medina.

Una iniciativa privada de semejante magnitud, pone en evidencia la ausencia de proyectos oficiales. “Todavía hay mucho por hacer para instalar una cultura de bibliotecas públicas dedicadas a niños y jóvenes de esta ciudad”, reconoce Cecilia Bajour, coordinadora académica del postítulo de Literatura Infantil y Juvenil en el Centro de Pedagogías de Anticipación, dependiente del Ministerio de Educación porteño. La especialista señala que “la apropiación de un vínculo con las bibliotecas públicas es escaso y desparejo, sobre todo en el paso del ciclo primario al secundario”.

Por eso considera importante que “tanto desde la escuela como desde las bibliotecas públicas, se forme y enriquezca el imaginario en niños, jóvenes y adultos, porque más que parche o apoyo de la escuela, son espacios sociales que impulsan el crecimiento de lectores autónomos”. Bajour no olvida que una buena dotación de literatura infantil y juvenil es un motor primordial, tanto como un ambiente atractivo y hospitalario, para lograr el acercamiento.

Históricamente, las bibliotecas fueron refugios donde niños y adolescentes dejaban volar la imaginación y soñaban con futuros utópicos. Esa función rescata la Biblioteca del Dragón, en el barrio de Caballito, coordinada por Silvia Motta. Tiene su origen en la Biblioteca del Ratón, fundada por Roberto Sotelo en 1992, con la moderada suma de 300 libros. Motta, tras la partida de Sotelo cambió el nombre o, como dice ella, hizo “volar al ratón”. El espacio cuenta con almohadones y estantes a la medida de su público, y un catálogo de más de dos mil ejemplares para niños de 0 a 15 años. El cuidado del espacio invita a la lectura y la selección literaria apuesta al crecimiento de los niños como lectores: “Ponemos especial atención en mantener un buen nivel literario y que los chicos encuentren libros de literatura. También tenemos libros de información, pero siempre están relacionados con lo recreativo. Apostamos a no reproducir algunas cosas que los niños y adolescentes reciben en la escuela, como la lectura por obligación. Esta es una oferta distinta”, cuenta Motta con orgullo.

Ambas bibliotecas, únicas en la Ciudad por su exclusiva dedicación a la literatura infantil y juvenil, comparten criterios: hacer un espacio donde el niño y el libro sean los protagonistas, con estantes abiertos donde los libros, aunque sean costosos, raros o viejos, se pueden tocar, leer y disfrutar.

En esta época donde todo parece regirse por el consumo, y los niños son objetivo de cientos de publicidades porque se los considera grandes consumidores de juguetes, ropa y hasta celulares, la biblioteca de literatura infanto-juvenil es un espacio que necesita ser reivindicado. Está íntimamente relacionado con el “hábito de lectura” que los discursos educativos reclaman a los niños. Así lo vive Motta en El Dragón: “Tengo muchos socioschiquitos, incluso a veces vienen desde la panza, y se genera un fenómeno interesantísimo: cuando los papás tienen la constancia de traer a los chicos y de leerles, esa constancia genera que al año, el chico sea un lector perfectamente avezado. Pero además se convierte en un mediador porque cuando viene alguien nuevo le acerca un libro, le recomienda qué mirar, y no hay mejor recomendación que la brindada por un igual”.

Fuente: Veintitres

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