El imponente teatro Chaillot está vacío y oscuro. Un silencio aplastante, que de repente se rompe con el "un, dos, tres" -así, en español- de fondo. Es Marcial di Fonzo Bo que, con su Compagnie des Lucioles, ensaya La paranoia , de Rafael Spregelburd, obra que dirige y en la que actúa. Tiene 40 años y hace 22 que se fue de Buenos Aires. Dice que vivir cerca de un puerto, escuchando historias de inmigrantes, le creó ese fantasma de que el afuera es mejor. No fue por hasard (casualidad), como dice él, que vino a París. Aquí vivía parte de su familia -Manucha y Facundo Bo-, y empezó trabajando detrás del escenario, como "técnico de cualquier cosa". Cuatro años después entró en la escuela del Teatro Nacional de Bretaña, de la que salió en 1994 con una compañía y una socia, Elise Vigier. Un año más tarde ganó el premio de interpretación del Sindicato de la Crítica por Richard III, dirigida por Matthias Langhoff. Actuó en obras dirigidas por Claude Régy, Luc Bondy, Olivier Py (actual director del teatro del Odeón) y Christophe Honoré. Su compañía le permitió montar proyectos atípicos y más riesgosos: Eva Perón y La Torre de la Defensa -ambas de Copi-, Loretta Strong, Los Copis: los pollos no tienen sillas y La estupidez , también de Spregelburd. Lo que mostraba era polémico pero distinto. Así conquistó al público francés. Y a la crítica.
Cree que el acento lo ayudó; nunca se sintió al margen, pero sabe que no es francés. "Jamás seré aceptado como francés. Y en la Argentina tampoco soy argentino, porque no tenemos los mismos referentes. Pero es lindo no sentirse de ningún lado. No tener nacionalidad tiene su fuerza", asegura. Durante los primeros diez años no volvió a la Argentina. Se había ido del país enojado. De a poco, empezó a ir cada tanto. Hoy le encanta. El cine argentino le parece increíblemente creativo. Pero el gobierno actual no le gusta: dice que los que dirigen no son honestos y que la gente vive desinformada. Unas semanas después de esta entrevista, la obra se presenta. Los franceses son muy rigurosos a la hora de elegir los espectáculos por los que pagan. Pero aquí la sala está llena. Los franceses se ríen. Y aplauden de pie.
Por Nathalie Kantt
Fuente: La Nación
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