jueves, 25 de febrero de 2010

“Mis fotos son mi vida”

CULTURA › EL FOTÓGRAFO ESTADOUNIDENSE STEVE MCCURRY EN BUENOS AIRES

Miembro de la agencia Magnum desde 1986, el autor de la famosa toma “La niña afgana”, una imagen que recorrió el mundo, presenta a partir de mañana en el Centro Cultural Borges una muestra de 120 fotos agrupadas bajo el título Culturas.

Sharbat Gula fue fotografiada cuando tenía 12 años por el fotógrafo Steve McCurry, en junio de 1984. Fue en el campamento de refugiados Nasir Bagh de Pakistán durante la guerra contra la invasión soviética. Su foto fue publicada en la portada de National Geographic en junio de 1985 y, debido a su expresivo rostro de ojos verdes, la portada se convirtió en una de las más famosas de la revista. Sin embargo, en aquel entonces nadie sabía el nombre de la chica. El mismo hombre que la fotografió, Steve McCurry realizó una búsqueda de la joven que duró 17 años. El fotógrafo realizó numerosos viajes a la zona hasta que, en enero de 2002, encontró a la niña convertida en una mujer de 30 años y pudo saber su nombre. Sharbat Gula vive en una aldea remota de Afganistán, es una mujer tradicional pastún, casada y madre de tres hijos. Ella había regresado a Afganistán en 1992. Nadie la había vuelto a fotografiar hasta que se reencontró con McCurry y no sabía que su cara se había hecho famosa. La identidad de la mujer fue confirmada al 99,9% mediante una tecnología de reconocimiento facial del FBI y la comparación de los iris de ambas fotografías.

Depende de la lente con que se mire: la eternidad es inalcanzable o está en un momento fugaz. La magia de las fotografías del estadounidense Steve McCurry pareciera estar en su habilidad para captar un instante del que se desprenden múltiples líneas. El ejemplo paradigmático es “La niña afgana”, la imagen que publicó en la National Geographic en 1985 y que le valió un reconocimiento internacional, a tal punto de que se lo considera uno de los mejores fotógrafos del mundo. Nada como verlos de cerca: esos increíbles y lejanos ojos verdes llegaron a Buenos Aires. Son parte de la colección de 120 fotos que inaugura hoy a las 19 en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín), bajo el nombre Culturas. “Esas imágenes son el pasado. Representan mis viajes, mi fotografía, mi vida”, describió McCurry a Página/12. El fotógrafo se hará presente en la muestra mañana a las 17, para dialogar con el público.

El nombre de la muestra –que permanecerá abierta hasta fines de marzo– es simple y representativo. Curada por Virginia Fabri y auspiciada por la Embajada de los Estados Unidos, ofrece un recorrido por la identidad de diversos países e incluso las mismas culturas retratadas en distintos momentos. El Tíbet, la India, Afganistán, Sri Lanka y Japón en imágenes tomadas desde 1980 a la actualidad. También asoma América latina, en una fotografía peruana y otra hondureña. La primera es inolvidable: un niño mira a la cámara, sus lágrimas se le deslizan por la mejilla y tiene un arma de juguete en la mano. “Caminaba por la calle y unos niños estaban jugando. Se burlaban de uno, que empezó a llorar. A veces los chicos son muy crueles”, recordó McCurry, que visita la Argentina por primera vez.

Esa es un poco la esencia de lo que McCurry –miembro de la agencia Magnum desde 1986– consigue con sus fotografías: la expresión de los rostros tiene tal potencia que no es exagerado decir que ese niño peruano representa la idea de crueldad, tal como la afgana es sinónimo de sufrimiento y de horror. Con la identidad cultural como atmósfera, la muestra se estructura en diferentes secciones, cada una con sus ejes propios: vida cotidiana, culturas en crisis, historias en un rostro y lo místico de lo sagrado. Más allá de que a McCurry se lo asocie con las crisis –por su fotografía más famosa y por su trabajo anclado en las guerras–, el fotógrafo excede los temas difíciles. En la muestra aparecen los conflictos bélicos que afectaron al Líbano, Irak, Irán, Afganistán; catástrofes naturales y atentados como el de las Torres Gemelas. Pero McCurry también se ocupa también de ritos, tradiciones, creencias. Particularmente se siente atraído por el budismo.

En esas cuestiones posa su mirada desde 1969, cuando comenzó a viajar para desarrollar su labor periodística o contar sus propias historias. La influencia más grande fue un viaje que hizo a la India, en 1978. El momento cúlmine llegó en 1980, cuando cruzó la frontera de Pakistán hacia Afganistán, antes de la invasión soviética. En América latina nunca permaneció mucho tiempo, y dice que lo lamenta porque le interesaría desarrollar algún proyecto. En su estadía en Buenos Aires, busca algo que lo sorprenda. “No tomé fotografías aún, no anduve lo suficiente todavía. Me gustan los pequeños momentos de la vida, caminar por el parque, la gente relacionándose, alguien durmiendo. Me gusta caminar, observar, ver lo que me interesa explorar”, contó quien hizo de su estilo un interesante híbrido entre el arte y lo documental.

Es uno de los que creen que las imágenes valen más que mil palabras, según dijo. Es consciente, también, de que sus fotografías conmueven a cualquiera y que no presentan una dificultad de lectura. “Miro una escena, algo que me mueva, alguna emoción. Y estudié cine, por eso mi trabajo tiene un roce con lo cinematográfico.” ¿Y la política? ¿Qué lugar ocupa en su obra? “Con ‘La niña afgana’ no estaba pensando en política, sino en la humanidad. Creo que se puede hablar de política a través de la fotografía. Pero la mayoría de la gente no se preocupa por la política, sobre todo cuando hay conflicto. La gente común quiere que su familia coma, básicamente”, reflexionó. Entre los temas que le preocupan de su sociedad se encuentra la guerra. “Creo que no es la mejor idea dar un mensaje sobre eso mediante el arte. Sólo a veces. Es un tema complicado”, sostuvo, y agregó que desea que la era Obama traiga cambios.

No obstante, en la conferencia de prensa que brindó ayer a la tarde habló de las repercusiones concretas que tuvo la fotografía de Sharbat Gula, la famosa niña afgana. Cuando le sacó su primera foto la pequeña tenía 12 años y deambulaba por el campamento para refugiados de Nasir Bagh, durante la invasión soviética. Luego de diecisiete años la reencontró en Afganistán. “La foto recorrió el mundo y se convirtió en un símbolo de paz y de belleza. Ella no sabía eso, ni siquiera sabía que era pública, seguía siendo analfabeta. El régimen talibán no permite que las mujeres estudien”, recordó. La imagen tuvo sus repercusiones concretas: “Logramos mucha ayuda económica para las mujeres de esa región que permitió, entre otras cuestiones, fundar una escuela a la que asisten 300 niñas afganas”, subrayó. Además, a partir de 1989, el número de voluntarios que se inscribieron para asistir a comunidades afectadas por las guerras “creció de manera notable”.

“Es la foto por la que soy famoso. Tal vez muchos la conozcan sin saber quién soy”, admitió McCurry, quien obtuvo la medalla de oro del premio Robert Capa al mejor trabajo desde el exterior por aquella toma. Recién en el reencuentro con la mujer, en 2002, fue cuando supo su nombre. “En lugar de ver a una niña de 12 años, entré a una habitación oscura y apareció una figura oscura, un poco fantasmal. En su cultura está prohibido ver a un hombre fuera de su familia. Es increíble porque no se hace nunca”, destacó McCurry, que inició su búsqueda a raíz de la cantidad de cartas que recibía al publicar la imagen. La pregunta que surge ante el retrato de la pequeña Gula es, ¿dónde está el más reciente? Porque al reencontrarla, McCurry le tomó otra foto que muestra las consecuencias del paso del (mal) tiempo. Pero prefirió no traerla. Aseguró que “no existe una verdadera razón” y que, simplemente, le gusta más la niña que la señora de treinta.

“Es realmente extraño, ya que a la mayor parte de personas que fotografío no las vuelvo a ver. Son nómadas que se están mudando, pocas veces los vuelvo a encontrar”, explicó McCurry. Aunque no sepa siquiera el nombre de las personas que retrata, hay una “química” que pasa por otro lado: “Me siento muy cercano a la gente y a las situaciones. Cuando miro las fotos me siento conectado a ellos”. Y el acercamiento a esas personas que “no es una cuestión de tiempo. No conozco a esa gente, reconozco algo en ellos y disparo”, sostuvo. Sin embargo, por las situaciones con las que se topa, es consciente de que tiene que tener la cabeza fría: “Hay que ser como un cirujano que opera pacientes. Si mueren, uno tiene que tener fortaleza. Hay que tener actitud para continuar y no colapsar en el intento. En este sentido, si me preguntan si soy un tipo feliz, respondo que no soy infeliz. Michael Jackson, Madonna, David Beckham... ellos son famosos. Explorar es el placer de mi vida. Y viajar, ir adonde están la acción y las historias”.

Informe: María Daniela Yaccar.
Fuente: Página 12, flickr

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