Una chica al rojo vivo. Sasha Grey, estrella porno y protagonista de un film, en el fondo, político y social.(esta galería de Sasha Grey)
CONFESIONES DE UNA PROSTITUTA DE LUJO
La educación sentimental cuesta cara
Con actores no profesionales –salvo la protagonista, veterana del porno estadounidense– Steven Soderbergh plantea un experimento sobre la soledad y las tensiones que acaban con los sentimientos. Un film raro y moderno.
Leonardo M. D’Espósito
En el panorama del cine estadounidense, Steven Soderbergh tiene un estatuto por lo menos extraño. Trabaja para la gran industria pero aún es considerado un cineasta independiente porque alterna ambos tipos de producciones. Es difícil, además, considerarlo un “autor”: sus películas más extrañas, suerte de experimentos narrativos, carecen de un discurso común o de una visión del mundo particular, como si lo que más le importara a Soderbergh fuera averiguar qué cosas se pueden hacer con el cine.
Así, no se puede comparar sexo, mentiras y video –por mencionar el film que lo lanzó a la fama– con Erin Brockovich. O las tres Gran estafa –divertimentos cumplidos y profesionales, el segundo, especialmente, un disfrute– con esta Confesiones de una prostituta de lujo (título demasiado largo para el más lateral, más preciso The Girlfriend Experience) que en nuestro país sale directamente a video.
El film tiene una estructura episódica y no lineal. Narra cinco días en la vida de una escort que no ofrece simplemente sexo, sino toda la “experiencia de la novia”. Adecuándose a cada cliente, se viste, va al cine, cena, escucha conversaciones y luego, sí, tiene relaciones sexuales. La idea es acompañar a un hombre en todo sentido; por el servicio, cobra dos mil dólares la hora.
Sus clientes, por supuesto, son personas con enorme poder adquisitivo. Pero, y aquí está parte del interés del film, la acción transcurre cinco días antes de las elecciones presidenciales de 2008, cuando paralelamente estalla la crisis económica en Estados Unidos. Así que gran parte del asunto gira alrededor del dinero. Por otro lado, el personaje tiene su verdadero novio –un personal trainer– y tiene la posibilidad de romper con todo gracias a otro hombre.
Pero no se trata realmente de un melodrama, sino de un experimento. No solamente por cómo Soderbergh coloca la cámara, siempre buscando cierta espontaneidad, ni por los diálogos a veces de enorme trivialidad en contraste con los personajes. Uno de los elementos clave de la película es la actuación de Sasha Grey, una actriz porno que resulta –por otro lado– la única intérprete profesional del film. Hay más: casi todo el diálogo es improvisado a partir de algunas guías del propio Soderbergh, que –como es lógico– no está interesado en el sexo sino en otra cosa.
El film habla de la soledad absoluta: Chelsea, la chica en cuestión, provee a hombres, cuyo ilusorio poder reside en el dinero, de algo inasible. Es una compañía, una novia. Y Soderbergh demuestra que el dinero compra incluso eso, aunque por demasiado poco tiempo. Chelsea, de alguna manera, tiene una vida paralela, totalmente inmune a la realidad de una crisis, de la política y de los problemas de estos hombres que ni siquiera tienen deseo sexual.
Soderbergh juega todo el tiempo alrededor de esta paradoja constante, de un poder real –el del sexo, el del deseo, el de la necesidad biológica– triunfante sobre uno ilusorio, el del mero dinero. La crisis personal de Chelsea es, también, un contrapunto. Es un film irónico y frío, pero valioso como experimento.
Fuente: Crítica
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