Victoria Almeida interpreta a un clown en La última vez (que me tiré de un precipicio) y participa en Pakapaka
Si en la escena porteña el clown tuvo su apogeo en los ochenta, actualmente, más allá de grupos cultores del género, perdió terreno. A contramano de esa tendencia, Victoria Almeida, una de las actrices del elogiado espectáculo El trompo metálico , se calzó la nariz roja para dar vida a La última vez (que me tiré de un precipicio) , un trabajo de una poética sumamente personal que se presenta en El Piccolino. "Igual, yo no soy payasa. Soy una actriz que interpreta a un personaje en clave de clown", aclara. Para llegar a esa interpretación, hace cinco años que estudia clown. "Pero eso no me hace payasa. Aunque es un mundo, ¡uf!, fascinante -acota, suspira y pone cara de payasa- tiene sus limitaciones."
Esos cinco años de estudio de clown considera que le enseñaron a vivir. Coherente con esa línea, poco (o mucho) de lo que le pasa a su personaje es lo poco (o mucho) que cuenta de su propia vida. A medida que fue avanzando ese proceso creativo de seis meses, se fue enamorando de esa payasa.
Durante la charla, varias veces se detiene y pone cara de despiste. "¿Qué te estaba diciendo?", pregunta. Cuando se le recuerda, sigue. En cierta manera, lo mismo que le sucede a su personaje. Por ejemplo, ahora mismo habla de los sueños: "Desde chica anoto lo que soñé".
-Leí que soñás en blanco y negro, ¿nunca en color?
-Pocas veces.
-¿En medio de la noche te despertás y ahí mismo anotás lo que estabas soñando?
-No, no... Durante el día, cuando recuerdo el sueño, lo escribo.
-¿Tenés una libretita?
-Sí.
-¿La tenés acá?
-No...
El anotador está ahora en su cuarto. Allí apunta aquello que siente que no es una creación propia y esa ajenidad la sorprende.
-¿Soñaste alguna vez con el espectáculo?
-Diría que con estados del espectáculo, como el estar al borde de una cornisa. Los sueños fueron el punto de partida de las improvisaciones. Luego filmábamos y sacábamos algunos momentos. Así, junto con George Lewis, llegamos a la estructura dramática de la obra.
Para darle forma desgrababan las improvisaciones, anotaban en una tarjetita el título de un momento (como, "volar"... o "voy a morir, pero no es grave"... o "voy vomitar un monstruo"). Una vez hecho eso, pusieron todas esas tarjetas arriba de un mesa y se dieron cuenta de que tenían material para hacer varios espectáculos. En medio de ese cadáver exquisito, también descubrieron que la situación de la cornisa era clave en esa madeja de situaciones oníricas. "Por eso cada vez que los miedos de esta payasa aparecían o que se estancaba en algún lugar volvía la sensación de no tener escapatoria", cuenta ahora Victoria.
Así fue que apareció Mauricio Mayer, uno de sus músicos favoritos, y se subió a la cornisa. Después vino la animación de Dante Sorgentini, la dramaturgia de Mario Luis Marino, el vestuario creado por ella misma, el video clip hecho por su hermano Gonzalo y, de ese modo, -de a poco-, la obra fue tomando forma en situaciones en blanco y negro (casi en un homenaje al viejo cine mudo) y con algunas escenas llenas de color (en casi un homenaje al pop naíf).
La última vez (que me tiré a un precipicio) se estrenó el año pasado silbando bajito. "En verdad, no tenía la menor idea si le podía interesar a alguien. Tengo 26 años y me preguntaba: «¿Entraré en este mundo solamente yo o alguien se sentirá identificado en algún momento?, ¿No será toda una gran tontería?»." Una vez en el camino, se dio cuenta de que la gente se reía, que se emocionaba, que le brillaban los ojos. Mientras lo cuenta, a ella también le brillan los ojos. Es de suponer que la noche de estreno se sintió al borde de una enorme y vertiginosa cornisa. Es de imaginar que antes de salir a escena haya tenido un flashback vertiginoso como le sucede a la payasa. Superada esa instancia, el trabajo comenzó a tomar más forma (o a levantar vuelo, como usted prefiera).
Victoria Almeida supo a los seis años que quería ser actriz. "Se me sale el corazón por hacer teatro", dice como si fuera una vieja actriz amante de la declamación grandilocuente. Mientras presenta su creación participa del programa Pakapaka , ciclo de la franja infantil del canal Encuentro y, cuando puede, hace cine ("me fascina"). En poco tiempo, se dará el gusto de trabajar en el Teatro San Martín.
En su recorrida, su labor en El trompo metálico , la obra de Heidi Steinhardt, fue una experiencia que le dio muchos regalos: elogiosas críticas, reconocimiento en el medio, giras a lo largo de tres años y una variedad de premios. Claro que más allá de sus pasos transitados, su hoy lo define el subirse a una mini-minicornisa en el mini-miniescenario de El Piccolino todos los viernes y saltar hacia el universo de sus propios sueños recurrentes en un viaje simplemente bello.
Alejandro Cruz
- Tutti frutti: fue vocalista de Los Twist, forma parte del grupo de clown Ñata Voltage y trabaja en la franja infantil del canal Encuentro.
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