miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuando la única liberación posible es la de la Mulinex

La lógica del absurdo. Gaby Gerrero y Andrea Jaet, de la cocina a la sexualidad.

Un 7 para Toda mi vida he sido una mujer. La directora Vilma Rodríguez aporta humor y una mirada actual que sus lúcidas actrices logran interpretar.

Por Natalia Laube

Nadie se animaría a negar, cruzada la primera década del siglo XXI, que el abanico de posibilidades profesionales y personales se ha ampliado en las últimas décadas para las mujeres, al menos si a las de Occidente nos referimos. Hay quienes dirán que queda camino por andar, pero está claro que son menos los que ven en el casamiento y el cuidado de los hijos la única alternativa de desarrollo para una chica moderna. Ahora bien, ¿cambió, junto con los hábitos, la imagen que los medios de comunicación esperan y proyectan del género femenino? Si nos guiamos por el imaginario que despliega Toda mi vida he sido una mujer, quizá seamos varias las mujeres que debamos agachar la cabeza, soltar alguna lágrima posrevelación y concluir, finalmente, que no demasiado.

Dos mujeres vestidas de años 50 mantienen una conversación. Mezclan en su charla grandes frases sobre la cuestión femenina y eslóganes de productos para la cocina; metáfora chistosa de que las revistas, la televisión y la publicidad de la época prefeminista no se portaban de manera amigable con aquellas que estaban dispuestas a progresar fuera de la casa pero que alguna influencia, de todas formas, debían tener. “¡Mulinex libera a la mujer!”, grita la primera convencida, mientras la que acompaña, secándose el peinado, se indigna porque una modelo posa feliz para una revista (“¿Por qué ella y no yo?”). Los devaneos en formato de sit-com de los personajes plantan entre los espectadores una sonrisa instantánea, que se oscurece cuando asoma la comparación con el presente y descubrimos que, ay, los publicistas siguen invitando a las amas de casa a encontrar su independencia electrodomésticos mediante.

Los personajes de Gaby Ferrero y Andrea Jaet pasan de la peluquería a la cocina y de una clase sobre sexualidad a una casa de vacaciones y siguen, en cada uno de sus sketches, la lógica de estas conversaciones que rozan con lo absurdo. Y aunque el texto de la francesa Leslie Kaplan (más narradora que dramaturga) da pocas posibilidades de desarrollo a cada una de las situaciones, el humor y la mirada actual que la directora Vilma Rodríguez supo imprimir a sus lúcidas actrices y a la propuesta salva al texto del naufragio.

Fuente: Crítica

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