Entrevista: Juan Pablo Geretto
En "Como quien oye llover", el actor rescata la vida de tres mujeres olvidadas en las pampas argentinas, en un tono que recuerda a Manuel Puig y a Niní Marshall.
Por: Andrés Hax
Ya que la obra unipersonal de Juan Pablo Geretto, Como quien oye llover, es confesional, arrancamos esta nota en el mismo registro. Yo no tenía las menores ganas de ir al teatro. Me arrastró mi esposa y fui de mala gana, preparado para aguantar una hora o dos de un inocuo aburrimiento y, después, cumplir a la salida con un escueto: "Estuvo muy bueno. ¿Vamos a Pippo a comer algo?". Pero lo que me terminó pasando es una de las cosas más lindas y raras que pueden ocurrir en esto de ir al cine, leer libros y etcétera. Me sorprendí. Vi un artista. Me conmocioné. Casi hasta las lágrimas.
A primera vista, la obra de Geretto es simplemente un excelente monólogo cómico y autobiográfico. Geretto representa, en un tour de force digno de Little Britain o lo mejor de Antonio Gasalla, a tres mujeres inolvidables: Ana María, la solterona, con su amado perro Apolo; La Nelly, una vampiresa vieja de pueblo que vive de las miserias de los demás; y la chonga y escandalosa bombón asesina, de tacones de 15 centímetros, la "madre de Chucky". En los cambios entre personajes, Geretto se viste y desviste con vestuarios guardados en los torsos huecos de tres maniquíes. Su desnudez se presenta en un estilizado corsé que lo hace parecer una muñeca kafkiana o timburtonesca. En esas cesuras habla con el público. De su niñez en Gobernador Gálvez. De su amor por las tres mujeres que encarna en el escenario. Además, sin que el espectador siquiera lo advierta, Geretto resume algunos de los misterios más grandes de la vida humana: el amor, la soledad, el miedo existencial y el problema inextricable de estar atrapado dentro de un único ser y un único cuerpo. Cuando termina, te das cuenta de que acaba de pasar algo bastante profundo. Pero no te das cuenta exactamente cómo o en qué momento pasó.
En persona, Geretto no decepciona. Es sencillo, honesto, y directo. Charlamos un poquito antes de una función de sábado.
¿Después de cuatro años haciendo el espectáculo, cómo mantiene la frescura y la vitalidad de la obra?
La cuestión fija del monólogo, de la palabra, cambia absolutamente según la energía del público. Allí se vuelve dinámico. Por eso creo que uno lo puede conservar y seguir mostrándolo como si fuera algo recién hecho.
¿Arma una relación muy emocional con la audiencia? ¿Esa fue su intención desde el comienzo?
En todas mis obras hay algo en común que es el respeto por el público y mostrar el lado amable de las cosas. Los argentinos tenemos el lado ácido de las cosas incorporado todo el tiempo. Y es genial, pero a mí me hacía falta bajar la acidez y decir que también hay dulzura, también hay ternura. Creo que allí se logra la empatía con el público. No es que solamente uno respeta el público, sino que respeta los personajes que interpreta.
La obra termina con usted acunando en su falda una persona de la audiencia. ¿Siempre es una mujer?
Siempre es una mujer porque sería muy difícil vencer el prejuicio de que yo acune a un hombre. Tendría que tener u otra solidez escénica o vivir en otro lado, en otra sociedad. Pienso hacerlo en algún momento de mi vida, pero es un desafío.
Pero encaja bien, porque es una obra sobre mujeres...
Es verdad, pero yo prefiero verla como una obra que habla de los niños, de la fundación y la finalización de la infancia, y de cómo eso marca a la persona que está con vos. Y el vínculo fundante es la madre: la madre en la figura de la madre, la madre en la figura de las mujeres, la madre en la figura de quienes te crían, o la madre en la energía femenina que, a veces, ni siquiera habita en una mujer. Creo que ahora se están dando muchos cambios en cuanto al lugar donde habita esa energía. Pero es difícil explicarlo.
¿Tiene ídolos o modelos artísticos?
Siempre me gustó Niní Marshall. Ella dejo el legado a todos nosotros de cómo se construye un personaje: de darle un contexto, una familia; que la gente lo ubique en un lugar, que se imagine la casa donde vive, que se imagine a la gente con la que convive y su barrio. Si uno tiene eso, tiene más que un personaje, tiene una persona. A partir de allí, después vinieron otros como Gasalla, o el mismo Capusotto, que hace algo diferente, pero fue dándole un adorno nuevo a una estructura clásica.
¿Qué significa ser actor?
Esto te lo digo con cierta falta de humildad: la comunicación real, personal y enorme que yo tengo con la gente arriba del escenario no la tengo en la vida cotidiana. A lo mejor, si no me hubiera subido a un escenario lo tendría que haber desarrollado en mi vida personal y sería mucho más feliz que en otras situaciones. O por ahí, es imposible en la vida cotidiana.
Fuente: Revista Ñ
Ya que la obra unipersonal de Juan Pablo Geretto, Como quien oye llover, es confesional, arrancamos esta nota en el mismo registro. Yo no tenía las menores ganas de ir al teatro. Me arrastró mi esposa y fui de mala gana, preparado para aguantar una hora o dos de un inocuo aburrimiento y, después, cumplir a la salida con un escueto: "Estuvo muy bueno. ¿Vamos a Pippo a comer algo?". Pero lo que me terminó pasando es una de las cosas más lindas y raras que pueden ocurrir en esto de ir al cine, leer libros y etcétera. Me sorprendí. Vi un artista. Me conmocioné. Casi hasta las lágrimas.
A primera vista, la obra de Geretto es simplemente un excelente monólogo cómico y autobiográfico. Geretto representa, en un tour de force digno de Little Britain o lo mejor de Antonio Gasalla, a tres mujeres inolvidables: Ana María, la solterona, con su amado perro Apolo; La Nelly, una vampiresa vieja de pueblo que vive de las miserias de los demás; y la chonga y escandalosa bombón asesina, de tacones de 15 centímetros, la "madre de Chucky". En los cambios entre personajes, Geretto se viste y desviste con vestuarios guardados en los torsos huecos de tres maniquíes. Su desnudez se presenta en un estilizado corsé que lo hace parecer una muñeca kafkiana o timburtonesca. En esas cesuras habla con el público. De su niñez en Gobernador Gálvez. De su amor por las tres mujeres que encarna en el escenario. Además, sin que el espectador siquiera lo advierta, Geretto resume algunos de los misterios más grandes de la vida humana: el amor, la soledad, el miedo existencial y el problema inextricable de estar atrapado dentro de un único ser y un único cuerpo. Cuando termina, te das cuenta de que acaba de pasar algo bastante profundo. Pero no te das cuenta exactamente cómo o en qué momento pasó.
En persona, Geretto no decepciona. Es sencillo, honesto, y directo. Charlamos un poquito antes de una función de sábado.
¿Después de cuatro años haciendo el espectáculo, cómo mantiene la frescura y la vitalidad de la obra?
La cuestión fija del monólogo, de la palabra, cambia absolutamente según la energía del público. Allí se vuelve dinámico. Por eso creo que uno lo puede conservar y seguir mostrándolo como si fuera algo recién hecho.
¿Arma una relación muy emocional con la audiencia? ¿Esa fue su intención desde el comienzo?
En todas mis obras hay algo en común que es el respeto por el público y mostrar el lado amable de las cosas. Los argentinos tenemos el lado ácido de las cosas incorporado todo el tiempo. Y es genial, pero a mí me hacía falta bajar la acidez y decir que también hay dulzura, también hay ternura. Creo que allí se logra la empatía con el público. No es que solamente uno respeta el público, sino que respeta los personajes que interpreta.
La obra termina con usted acunando en su falda una persona de la audiencia. ¿Siempre es una mujer?
Siempre es una mujer porque sería muy difícil vencer el prejuicio de que yo acune a un hombre. Tendría que tener u otra solidez escénica o vivir en otro lado, en otra sociedad. Pienso hacerlo en algún momento de mi vida, pero es un desafío.
Pero encaja bien, porque es una obra sobre mujeres...
Es verdad, pero yo prefiero verla como una obra que habla de los niños, de la fundación y la finalización de la infancia, y de cómo eso marca a la persona que está con vos. Y el vínculo fundante es la madre: la madre en la figura de la madre, la madre en la figura de las mujeres, la madre en la figura de quienes te crían, o la madre en la energía femenina que, a veces, ni siquiera habita en una mujer. Creo que ahora se están dando muchos cambios en cuanto al lugar donde habita esa energía. Pero es difícil explicarlo.
¿Tiene ídolos o modelos artísticos?
Siempre me gustó Niní Marshall. Ella dejo el legado a todos nosotros de cómo se construye un personaje: de darle un contexto, una familia; que la gente lo ubique en un lugar, que se imagine la casa donde vive, que se imagine a la gente con la que convive y su barrio. Si uno tiene eso, tiene más que un personaje, tiene una persona. A partir de allí, después vinieron otros como Gasalla, o el mismo Capusotto, que hace algo diferente, pero fue dándole un adorno nuevo a una estructura clásica.
¿Qué significa ser actor?
Esto te lo digo con cierta falta de humildad: la comunicación real, personal y enorme que yo tengo con la gente arriba del escenario no la tengo en la vida cotidiana. A lo mejor, si no me hubiera subido a un escenario lo tendría que haber desarrollado en mi vida personal y sería mucho más feliz que en otras situaciones. O por ahí, es imposible en la vida cotidiana.
GERETTO BASICO
Comenzó a estudiar teatro a los ocho años, en la localidad santafasina de Gobernador Gálvez. A partir de allí, integró elencos de teatro independiente y participó de programas de radio y televisión locales. Su primer unipersonal "Solo como una perra", dio funciones en las ciudades más importantes del país durante seis años. Entre 2006 y 2007 condujo el programa "Arriba Juan" en una radio rosarina. Estrenó "Como quien oye llover" hace 5 años.Fuente: Revista Ñ
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