Los cantantes y la bailarina, que hoy protagonizarán junto a otros artistas la fiesta de cierre del ciclo Aires Buenos Aires, dan cuenta del estado de situación del género, hablan del mercado tanguero y de los eternos problemas de difusión.
Por Karina Micheletto
La postal es una de esas que esta ciudad regala de vez en cuando, toda vez que es posible cambiar la frecuencia del ritmo cotidiano. Porteñísima, a su manera. Una Buenos Aires bajo el diluvio, que pronto se inundaría en muchos de sus barrios. Un bar elegido al azar como resguardo para comenzar la nota, en diagonal al mismísimo Obelisco. El dueño del bar tiene pinta de patovica, se llama Howard, nació en Estados Unidos y se declara como el más tanguero de los tangueros, algo que se acredita apenas empieza a hablar. Así que en cuanto ve entrar a su boliche a Adriana Varela, Guillermo Fernández y Mora Godoy se apresta a poner los CD de los cantantes a modo de homenaje. Y mientras cae la cortina de agua y la tele informa, textualmente, que “trabajan buzos en Palermo”, las tres figuras del tango se trepan a las mesas del fileteado Bar de Julio –así se llama el bar de Howard– y ensayan morisquetas para la foto. Si esto no es el tango, el tango dónde está.
De eso, de cierto estado de situación del género, se aprestan a hablar tres de los protagonistas de la fiesta de cierre que ha programado hoy el gobierno porteño para el ciclo gratuito Aires Buenos Aires. Varela, Fernández y Godoy actuarán junto a Soledad Villamil, el Sexteto Mayor y la orquesta característica de Aníbal Gómez, que recreará viejas épocas de “típica y característica” para que la gente salga a bailar. Será a partir de las 19, en el Obelisco, y los tres artistas esperan el encuentro con un deseo común: que para entonces deje de llover.
–¿Cómo definirían el panorama actual del género?
Guillermo Fernández: –En lo que se refiere a la música, el canto y la autoría, hay un importante semillero. Pero hacen falta más espacios: salas, programas de televisión, de radio. Habría que buscar la forma de que esos espacios sean rentables, como en Brasil, por ejemplo, donde una ley de deducción impositiva protege a quienes invierten en artistas de música popular. Acá hay una ley de tango promulgada desde hace muchos años, pero no termina de implementarse.
Mora Godoy: –Yo siento que los argentinos todavía no le damos a nuestra música el lugar que le dan en otros países. En lo que hace a la danza, en las últimas décadas hubo una verdadera revolución en el tango, pasamos de una agonía del género a un momento de creación impresionante. Si el género fue capaz de este vuelco, es por su fuerza, su potencia y su autenticidad. Por eso también ha trascendido las fronteras.
Adriana Varela: –Yo sostengo que no es necesario ponerle termómetro al tango. Creo que camina por los lugares por los que tiene que caminar, espontáneamente. Y además es elegido, eso es lo que tiene de valioso y meritorio, más allá del boom impresionante que se da afuera, que los tres conocemos porque lo hemos visto. Al tango lo busca el pueblo, y eso es extraordinario. Si el tango tiene esta trascendencia es, justamente, porque no está bastardeado por el mercado, se abre camino solo. No es que esté planteando que no quiero más difusión para el tango: lo que digo es que mientras siga siendo patrimonio del pueblo, está más que preservado. Faltará un programa de televisión, sí, pero en la tele sobra tanto, y faltan tantas cosas valiosas, que ésta sería una más.
–¿Tiene sentido hablar del tango como un colectivo, se ajusta a la realidad? ¿El tango es una gran familia o son más bien carreras individuales de artistas que cultivan un género en común?
G. F.: –Cuando estamos todos juntos, parecería que fuera un gran colectivo. Pero no es un problema de unión o desunión, el problema es que no hay mucho para repartir: es mucha mayor la oferta que la demanda. Cito un ejemplo entre tantos: hasta hace un año y medio tuve un programa en Canal 7, Zarpando tangos. Por allí pasaron 269 artistas, y todos buenos. Unos quinientos quedaron afuera, por falta de espacio. Cuando el espacio es chico, es difícil que se forme una gran familia. Sin embargo, cuando nos juntamos algunos artistas con cosas en común, se generan cosas interesantes.
A. V.: –Yo sí lo siento como un colectivo, porque tengo muchos amigos en el tango con los que nos vemos seguido. Los grandes del tango son gente muy grossa, y muy generosa: pienso en Nelly Omar, que es gran amiga mía, una genia, nos llamamos siempre. Se acaba de ir Nelly Cadícamo, con ella también seguíamos hablando, con Luisa Goyeneche también estamos siempre en contacto. Yo soy una agradecida de formar parte de esta familia del tango.
M. G.: –Los bailarines de tango, en cambio, somos más desunidos que los músicos. Será porque el bailarín es más maltratado en general, en el sentido de que es el que menos cobra, el que menos se puede defender. Todavía no hemos conquistado un lugar de importancia, nos cuesta encontrar un lugar. En el caso mío, no me puedo quejar del lugar que tengo, pero me costó mucho esfuerzo y muchos años de trabajo permanente.
–Y la reciente declaración de patrimonio intangible de la humanidad, ¿qué implica para el género?
A. V.: –¡Yo quiero que el tango sea nuestro, y de nadie más! (risas).
M. G.: –Es un gran título, es como ganarse un premio, sirve para ser más mirados. Debería traer más sponsors, abrir más salas, acercar a empresas nacionales o de afuera que podrían ayudar a desarrollar muchos espectáculos. Y desde ya, debería ayudar a que se den cambios que para mí son prioritarios: el baile de tango debería ser obligatorio en las escuelas, por ejemplo.
G. F.: –No sé cómo es en el resto de Estados Unidos, pero en California hay una orquesta de jazz en cada escuela. Me encantaría que hubiera una orquesta de tango, al menos en cada escuela de la ciudad de Buenos Aires.
A. V.: –Sería genial. Me parece una propuesta no solamente divertida para los chicos, sino también una gran posibilidad de mostrarles una forma copada de encuentro entre varón y mujer. En estos tiempos tan complicados para el encuentro, tan agresivos, abrirles el camino que hace posible el baile del tango me parece alucinante.
–¿Cuál sería esa forma de encuentro para un bailarín amateur?
G. F.: –Estoy totalmente convencido de que la danza del tango devuelve a la humanidad el rol de macho y hembra. Porque no hay hombre más interesante que un macho ni mujer más interesante que una hembra. Por eso son tantos los que eligen bailar tango, porque la gente está buscando volver a esa forma de encuentro primordial.
A. V.: –¡Totalmente! Y esto va más allá de la sexualidad, tiene que ver con el género y con lo cultural. Es una invitación muy interesante para acercar las diferencias con los cuerpos. ¡Qué me van a hablar de Internet! (risas).
–¿Cuál fue la satisfacción más grande que les dio el tango?
A. V.: –Yo vi el tango con el Polaco. Vi Sur alquilada, y ahí empezó el tango para mí, fue mi iniciación. ¡Y Mora me vio empezar al lado de él! Era una pendeja, y en lugar de ir a los boliches, se iba al Café Homero, a escuchar tango, solita.
M. G.: –En ese momento bailaba en el Colón, pero evidentemente el tango ya me encantaba. Para mí hay muchos momentos importantes. Cuando uno llega, por ejemplo, a Rusia y ve todas las ciudades empapeladas con el afiche del espectáculo que uno lleva, en un contexto tan diferente, es algo inexplicable. Pero otro de los recuerdos más lindos fue haber bailado para los Rolling Stones en exclusiva.
G. F.: –Los mejores momentos del tango me los han dado mis maestros. Yo tenía diez años y aprendía el repertorio con Troilo, guitarra con Grela, armonía e instrumentación con Sebastián Piana, cantaba “Malena” y “Sur” con Lucio Demare, mi profesor de canto fue Alberto Marín...
A. V.: –De alguna manera, Guillermo tuvo el karma de estar obligado a cantar tango, y en algún momento lo sufrió. Pero yo siento que en un momento le fue revelado que toda esa gente que él nombró que lo había elegido a él.
G. F.: –Adriana siempre me dice que mi vida está dividida en dos: primero el tango me eligió como intérprete, y después yo elegí al tango como música. Yo estuve en Estados Unidos, donde grabé por casualidad un disco de baladas, que ganó cinco discos de oro. Podría haber seguido por ahí, pero volví a elegir al tango. No me gustó la Sony Music ni la limusina, no encontré nada de lo que buscaba ahí. Entonces volví a cantar acá, a Homero, en los tiempos en que Adriana cantaba allá con el Polaco.
A. V.: –El Polaco lo amaba a Guillermo. Era un tipo extraordinario, pero bravo, no era careta, como buen acuariano. Y a Guillermo lo amaba.
Imagen: Pablo Piovano
Fuente: Página 12
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