martes, 23 de febrero de 2010

“El amor no es sólo caricia, también está en la pelea”

Yusem debutó como directora en 1970 con la puesta de un cuento de Uhart,
Un pájaro gris, medio gordo, de pico corto. Foto: Daniel Dabove

TEATRO LAURA YUSEM TRABAJO CON TEXTOS DE HEBE UHART EN QUERIDA MAMA

La puesta fue armada por la directora y las actrices Martha Rodríguez y Julieta Alfonso sobre la base de varios textos de la escritora. En la obra, una hija se pone a escribirle una carta a su madre fallecida, lo que desata un torrente de emociones contrapuestas.

Por Carolina Prieto

Laura Yusem debutó como directora teatral en 1970, con la puesta del cuento Un pájaro gris, medio gordo, de pico corto, de Hebe Uhart. Desde entonces, se inclinó por los autores nacionales (Griselda Gambaro, Tato Pavlovsky, Roberto Cossa, Mauricio Kartun), sin dejar de montar varios clásicos extranjeros, consolidándose como una de las directoras más reconocidas de la escena local. Cuarenta años más tarde, vuelve a su primer amor con Querida mamá o guiando la hiedra, un espectáculo cargado de poesía y humor sobre la evocación que hace una hija de su madre muerta. Una pieza muy cuidada y emotiva, cuya dramaturgia creó en base a varios relatos de Uhart, considerada una de las mejores cuentistas argentinas. Asegura que nunca dejó de leerla, atraída por “el uso del lenguaje y los pequeños mundos cotidianos que propone”, por “su implacable inocencia y su ironía”. Y durante todo un año armó junto a las actrices Martha Rodríguez (trabajó en esa primera obra Un pájaro gris...) y Julieta Alfonso esta propuesta que se presenta los sábados a las 21 en el Patio de Actores (Lerma 568).

En la soledad de su departamento, la hija (Alfonso) se dispone a escribir una carta a su madre (Rodríguez). La atmósfera se enrarece: la casa no es más que una serie de muebles puestos unos al lado de otro como formando un tren, bellamente iluminado y teñido por los sonidos inciertos de un piano. Ella se mantiene en las alturas, sin bajar al piso durante buena parte de la obra. Desde allí se embarca en un aluvión de recuerdos. Brotan reproches, frustraciones, emociones y deseos con una sinceridad brutal, en un ambiente de sartenes, copas de vino, radios y baldes, que trasluce el mundo interno de ambas y las ganas de la hija de reencontrarse con su madre, a pesar de los sinsabores de la relación. La presencia materna es casi fantasmagórica pero contundente. Fruto de la imaginación y el recuerdo de la hija, reaparece con firmeza a la hora de imponer deseos que la hija no pudo más que aceptar. Pero, lejos del drama, Querida mamá respira emoción por todos los poros: el dolor de la hija ante la ausencia de la madre; y ese humor entrañable surgido de reflexiones mínimas que refleja la opacidad de la vida cotidiana.

“Sacá estos trapos de acá. No servís para nada. De acá no te vas hasta que no te salga la pollera evasée.” Esas son algunas de tantísimas cosas que dice la madre. Sin embargo, para la directora no se trata de una madre-demonio como la de Las de Barranco, menos aún al estilo Bernarda Alba, sino una madre promedio. “Son conflictos habituales en toda familia, que pueden derivar en la indiferencia, en resentimiento o en el amor, que es lo que aparece en la obra. Son dos personas que se amaron, se pelearon y ahora una de ellas no está. El amor no pasa sólo por la caricia, también está en la pelea”, advierte Yusem, en la calidez de su casona-teatro de Villa Crespo.

–¿Cómo elaboró la dramaturgia? ¿Uhart colaboró de algún modo?

Laura Yusem: –Los dos cuentos más importantes dentro del espectáculo son Querida mamá y Guiando la hiedra. Después hay otros: algunos muy cortitos que están enteros, de otros sacamos alguna frase o un diálogo. Los primeros dos meses, lo único que hicimos con las actrices fue leer la obra de Hebe. No toda, pero sí buena parte. Leíamos y hablábamos de nuestras experiencias en relación con el tema. Después pasamos a imaginar situaciones vinculadas con la puesta en escena, con cómo se iba hilvanado esta historia, que en realidad no es una historia sino un vínculo. Construimos la dramaturgia a lo largo de todo el proceso de ensayos, en paralelo a la construcción de los personajes.

Hebe Uhart: –No participé para nada. Tengo total confianza en Laura para que haga lo que quiera. Vi un ensayo y después la obra entera.

–¿Y qué le pasó al verla?

H. U.: –Siempre da mucha curiosidad saber cómo van a poner el texto de uno. Siempre sorprende. Me pasaba que veía una parte y decía: “¿Pero yo escribí esto?”. Es ese impulso de querer corregir. Pero es así, una vez que uno escribe algo ya queda para los demás. Me gustó mucho lo que hizo Laura con los textos. Además, una cosa es la madre real, otra la madre de los textos, y otra la que ellas crearon. Son como tres dimensiones distintas. Pero, partiendo siempre de que la realidad es un invento, la ficción que escribís es otro invento, y el teatro es otro invento sobre este segundo invento.

–¿No hay cierta tensión entre el humor del texto, nacido de esa cotidianeidad con toda su simpleza y a la vez espesor, y la puesta, que retoma ese plano pero propone un clima de ensoñación por momentos más serio? ¿El personaje de la madre, que al comienzo aparece algo rígido, no se contrapone con el espíritu del texto, mucho más blando y coloquial?

L. Y.: –La madre no está dura, está vieja. Además, los textos de Hebe tienen que ver con lo cotidiano de una manera muy particular. No se puede decir que Hebe es realista en el sentido estricto de la palabra, aunque es cierto que su poética está acentuada por el imaginario que creamos con las actrices.

H. U.: –Tiene que ver con el efecto que producen los cuentos en Laura, y está bien.

–¿Cómo surgió la idea de la casa como ese tren de muebles?

L. Y.: –Se ocurrió a mí. La idea es que la casa no esté a la altura del piso.

Julieta Alfonso: –Trabajamos mucho la soledad en el espacio, la ausencia de la madre. A cada segmento de la casa lo fui habitando y dándole una identidad. La primera parte es la habitación, el otro cubo es el jardín.

Martha Rodríguez: –De la misma manera, fuimos buscando el tono de mi personaje, que está en una nebulosa, como una presencia fantasmal. No toma vino, su plato está vacío, no participa del mundo real.

El diálogo desemboca inevitablemente en los bemoles de la relación primigenia del hombre. Directa y divertida, Uhart se pregunta y le pregunta al resto: “¿La relación madre-hija será conflictiva universalmente? Creo que en el Río de la Plata lo es más. Este año viajé mucho y si veía una chica con su madre diciéndole cosas como ‘¡pero te dije que la valija se pone abajo!’, pensaba ‘son argentinas’. Y no me equivocaba. Los reproches, las peleas están en todos lados: los hijos no quieren ver que los padres envejecen. No les gusta. No quieren verlos desarreglados ni muy arreglados. Es un embole, un punto justo tan difícil”. Y redondea: “Uno recién comprende algo cuando se acerca a la edad de los propios padres, no antes. Y la gran mayoría de las cosas que dicen los padres son al cohete. Las recomendaciones, por ejemplo. ‘No tomes sol después de comer’, ‘no te metas al agua’, ‘no trasnoches si mañana trabajás’. Lo dicen desde su sensibilidad, desde su cuerpo; que es muy diferente del de una persona joven”. La directora y las actrices sonríen y coinciden en que el recuerdo de la propia madre estuvo presente durante el proceso creativo. “La mía era una santa –asegura Rodríguez–, pero bien podría decir, como en la obra, ‘¿quién viene a joder ahora?’.”

El espectáculo respira ternura, gracia, dolor. La misma madre, en un momento dado, sueña con volver a ver a su propia madre, como en una cadena al infinito; y hacia el final esa madre algo autoritaria deja ver sus debilidades. “Casi todo el desarrollo de Guiando la hiedra corresponde al pensamiento más profundo de la madre, que la hija no conoce”, señala Yusem. Lo cierto es que se sale del teatro con una suerte de conmoción entre dolorosa y placentera, con la tranquilidad que da reconocer los sentimientos contrapuestos del vínculo materno, y verlos ahí, encarnados frente a los propios ojos. A Uhart siempre le interesaron los mundos cotidianos –la casa, los colegios, los hospicios, los congresos de literatura–, que conoce bien, y en los que aparece “la vida misma hecha de naderías, de detalles y pequeñas cosas”. ¿Una obra ciento por ciento femenina? No lo desmienten. “El otro día me preguntaron si la disfrutan más las mujeres que los hombres. La verdad, no supe qué contestar”, confiesa la escritora. “El público de teatro es más femenino que masculino”, arriesga Yusem. “Por otro lado, la obra plantea un mundo femenino y en el equipo somos casi todas mujeres. El único hombre es el iluminador.”

Fuente: Página 12

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