lunes, 1 de febrero de 2010

De cortesanos a gauchos y soldados pampeanos

Sergio Surraco y Virginia Innocenti se mueven cómodos en los papeles protagónicos

Se destaca un cuarteto de actores en este Shakespeare

Mucho ruido y pocas nueces , de William Shakespeare. Traducción: Cristina Piña. Adaptación y dirección: Oscar Barney Finn. Elenco: Sergio Surraco, Virginia Inoccenti, Salo Pasik, Malena Figó, Rocco De Grazia, Carlos Kaspar, Daniel Miglioranza, Claudio Pazos, Diego Freigedo, Enrique Iturralde, Fernando Margenet, Pablo Mariuzzi, Néstor Navarría, Abián Vainstein, Santiago Bürgi, Gabriel Maresca, Verónica Piaggio, Soledad Galarce, Chela Cardala, Vilma Ferrán, Gustavo Böhm, Cristina Durán, Carlos Da Silva, Fabiana Falcón, César Cima, Fernando Gonet y Emanuel Biaggini. Coreografía: Cecilia Elías. Iluminación: Eli Sirlin. Música original y diseño sonoro: Sergio Vainikoff. Vestuario: Mini Zuccheri. Escenografía: Jorge Ferrari. Duración: 100 minutos. Sala: Martín Coronado, Teatro San Martín.
Nuestra opinión: Muy bueno

Luego de su postergación, finalmente llegó al teatro San Martín el estreno de Mucho ruido y pocas nueces . Este texto de Shakespeare, escrito en los últimos dos años del siglo XVI, es considerado por muchos especialistas una de sus comedias menores, en la que resaltan la picardía verbal de la pareja protagónica, integrada por Beatriz y Benedicto, enredada en duelos lingüísticos de los que no pueden escapar, mientras simultáneamente otra pareja, la de Elena y Claudio, juega al amor romántico y es víctima del villano Don Juan.

La versión del director Oscar Barney Finn ubica a esta historia en plena pampa argentina y muta los personajes en soldados y estancieros. Aquellos llegan a la estancia para hospedarse una semana luego de una lucha contra el indio; es el verano de 1875/76 según indica el programa de mano.

Y es tal vez éste uno de los mayores problemas que tenga un espectáculo que no padece grandes desajustes ni fallas interpretativas. El problema surge cuando uno intenta mirar esta historia desde nuestra pampa. Porque hay un punto en el que el imaginario sobre el ejército, el indio, el gaucho y la vida en el campo está atravesado por otra lengua, otras costumbres, otros hábitos culturales. Resultan por lo menos exóticas las traducciones de las pautas cortesanas europeas a esta típica estancia argentina, del mismo modo que no se entiende muy bien la función de las canciones y las coreografías, ya que por su exagerada simpleza aparentan una parodia, aunque no se entienda muy bien de qué.

Acierto

Seguramente, Barney Finn, como nosotros, coincide con el crítico norteamericano Harold Bloom, cuando mira al personaje Dogberry (aquí, el comisario Robles, en un gran trabajo del últimamente muy nombrado Daniel Miglioranza) y lo señala como una de las fallas de la obra. Es probable que así sea y que eso haya hecho que el director se permitiera distanciarse y darle rienda suelta (permítaseme también a mí la metáfora campera) a los actores, para que hicieran de este alguacil y sus secuaces versiones de gauchos brutos y salvajes, tan torpes como ingenuos, en los que cada intérprete (Claudio Pazos, Enrique Iturralde y Diego Freigedo) encontró un gesto, un estilo, y lo desarrolló hasta el paroxismo. Y es seguramente por esa distancia con Shakespeare que estos cuatro trabajos son los que funcionan con la platea en una obra que busca explícitamente la reacción y la risa. Son esos cuatro trabajos los que al principio desconciertan por no encajar del todo en la estructura shakespeariana, pero que, al independizarse, se apoderan del público y provocan las mayores carcajadas.

Sergio Surraco y Salo Pasik se desempeñan con soltura en el armado de sus personajes, aunque es Virginia Innocenti la que más se luce, puesto que Barney Finn utiliza no solamente a la actriz, sino también a la cantante.

El vestuario, la iluminación y la escenografía colaboran con la gran factura visual de la versión, aunque se podría haber prescindido del armado de ciertos espacios físicos que son innecesarios y restan ritmo al desarrollo de la pieza. Por fuera de estos reparos, hay que señalar que, como siempre suele ocurrir con Shakespeare, su obra funciona por imposición. Siempre. Una vez que termina el clima de época y la presentación de los personajes y se arma la intriga y las mascaradas, el texto avanza raudamente por un carril en el que poco importa el nuevo marco pampeano y se impone la estructura dramática que el autor construía como nadie y de la que un director, por más que quiera, no puede escapar.

Federico Irazábal
Fuente: La Nación

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