martes, 19 de enero de 2010

Nada más que actrices talentosas

Las chicas del calendario. De Tim Firth. Dirección de Manuel González Gil. Con Dora Baret, María Rosa Fugazot, Virginia Lago, Linda Peretz, Norma Pons, Rita Terranova, María Valenzuela, Norberto Díaz, Gustavo Rey y Luis Longhi. Escenografía y vestuario: René Diviú. Iluminación: Fernando Di Dorio. Música: Martín Bianchedi. Duración: 130 minutos. En el Metropolitan 2, Corrientes 1343. Funciones: domingo, jueves y viernes, a las 20.30, y los sábados, a las 20 y a las 22.
Nuestra opinión: regular

Inspirada en un hecho real ocurrido en Yorkshire, al norte de Inglaterra, Las chicas del calendario es una obra que tuvo mucho éxito en su país en los últimos años y que llega a la Argentina precedida de ese aura reverencial que suelen imponer, sobre todo en la actualidad, las grandes convocatorias de público. Escrita por Tim Firth, la historia describe la iniciativa de un grupo de mujeres voluntarias de ese lugar que decidieron publicar un calendario ilustrado con sus cuerpos desnudos con el fin de conseguir fondos para un hospital. Las mujeres eran todas maduras y casi en su mayoría señoras casadas, por lo que el hecho suscitó una enorme repercusión.

Luego de ver la función de estreno que se ofreció en Buenos Aires, bajo la batuta de Manuel González Gil, se podría decir que, por lo menos, en esta versión, perteneciente a Fernando Masllorens y Federico González del Pino, la obra no tiene en lo literario y en lo teatral méritos suficientes como para ser considerada un texto importante. El desarrollo de la pieza está lleno de altibajos estructurales, de caídas en la acción, que tornan algunos pasajes verdaderamente morosos, eso sin contar con que apela en auxilio de esos defectos a algunos golpes de efecto emocional poco genuinos. Todo eso sin que los adaptadores o el director hayan hecho algo por reparar esas carencias.

Con un elenco de siete estrellas de mucho fulgor, tal vez la debilidad más grande de esta versión radique en que esparce demasiado el núcleo de la historia entre la cantidad de papeles intervinientes, lo que le resta al texto poder de síntesis. A tal punto que hay anécdotas, algunas que surgen al final de la trama, cuando la obra parece no dar ya para más, que podrían haberse evitado. Un ejemplo de ello es el caso de la mujer que tuvo hace años una hija con un hombre negro en Estados Unidos y no sabe nada de él y que, gracias a la difusión del calendario, recibe una carta suya y eso permite el toque feliz de permitir a la hija conocer a su padre. Pero existen otros momentos en los que la tijera hubiera podido beneficiar con su poda el interés por la pieza. El epílogo con los girasoles, por caso, es de una previsibilidad tal que resulta extraño que un director de la experiencia de González Gil se haya dejado entrampar en él.
Actrices preparadas

En la película que se hizo a partir de la obra, y que tiene en los roles protagónicos a Helen Mirren y a Julie Walters, el libro concentra más el relato en estas dos actrices con mucho más rédito artístico y sin perder de vista a las otras. Eso explica que en la versión argentina las escenas de conjunto son las que producen mayor hilaridad entre el público. En especial, la relacionada con la toma de fotografías a las mujeres que posan desnudas. Y no sólo por el hecho audaz de ver a seis mujeres grandes enfrentar la cámara sin ropas, sino porque los detalles suscitados en torno a la situación son graciosos y de buen gusto. Es cierto que la historia está llena de buenas intenciones, como el hecho de juntar dinero para la lucha contra el cáncer en un hospital inglés, y habla con acierto de la necesidad de revalorizar la edad adulta, pero esos datos, aunque hayan influenciado en la excelente recepción de los espectadores, no son relevantes a la hora de analizar la calidad de un montaje.

Las siete intérpretes de este espectáculo están realmente deliciosas en sus trabajos, los llenan de matices, aunque den la sensación de ser un ejército preparado para una batalla de otra envergadura teatral y literaria. Por la relevancia o características de sus papeles, los de Virginia Lago y Norma Pons son los que más magnetismo irradian. Pero están todas muy bien. Los hombres las secundan también con idoneidad. La escenografía es funcional a los propósitos del espectáculo y merece destacarse la música de Martín Bianchedi, por su captación de los climas de la obra.

Alberto Catena
Fuente: La Nación

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