Fuego entre mujeres . De José María Muscari. Con Irma Roy, Dalma Maradona y Mónica Salvador. Escenografía: Marcelo Valiente. Vestuario: Vessna Bebek. Iluminación: Marco Pastorino. Dirección: José María Muscari. Sala Petit Tabarís. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: buena
José María Muscari estrenó hace unos pocos años Piel de chancho . En aquella oportunidad, la pieza contaba con la actuación de María Aurelia Bisutti, en el rol de una señora mayor que vivía (habría que decir: sobrevivía) con su hija y su nieta. En escenario, Bisutti, y no su personaje, daba tanta sensación de fragilidad que podía generar una molesta sensación en el espectador que quitaba fuerza a la feroz ironía que planteaba la obra.
Ahora, con Fuego entre mujeres , reescritura de aquel trabajo, con el solo hecho de haber elegido para ese papel a Irma Roy, mujer de armas tomar y de una lucidez incuestionable, el juego teatral fluye de manera mucho más efectivo y potente, instalándose así la propuesta muscariana sobre andaribeles más sólidos y de un humor corrosivo.
Como en montajes anteriores, Muscari, en términos tanto escenográficos como evocativos, realiza una especie de homenaje al mantel de hule, una reivindicación del paraíso plástico de Colombraro y una celebración de lo kitsch. En esta versión, ese mundo está "zurcido" (¿será al crochet?) por las canciones de Sandro y por su imaginería, de la cual las tres mujeres dicen ser fieles devotas.
Pero si bien a las tres las une Sandro, son más las cosas que parecen separarlas. Por eso mismo, tanto abuela como madre e hija se dicen las peores barbaridades. No tienen filtro alguno. Son golpeadoras, manipuladoras, anoréxicas, mitómanas, desbocadas, acosadoras y adictas a la pulsión constante de degradar a la otra. Cada una, como es lógico, tiene sus conductas predilectas, y en ese intercambio se sacan chispas (y la utilización del término es un tanto apropiada, teniendo en cuenta que una de ellas tiene una indisimulable pulsión piromaníaca).
También es cierto que detrás de todos estos artilugios, y aunque uno de los personajes diga lo contrario, representan una forma más de los modelos familiares de los Campanelli o los Benvenuto, en los que en la escena final todos terminan comiendo alrededor de una mesa. En el subtexto de Fuego entre mujeres sucede algo similar: se dicen las peores cosas, pero en varias escenas terminan alrededor de la mesa. En ese punto, Muscari desmenuza con habilidad los vínculos entre madre e hija, en las que las conductas miméticas se reproducen más allá de nosotros mismos, de nuestro amor hacia nuestros padres y nuestro espanto por encontrar los puntos en común con ellos como si todo fuera un camino inexorablemente cíclico. Quizás ahí radique la inteligencia del texto de este (ex) chico del under acostumbrado a pensar escénicamente haciendo teatro.
Claro que hay que reconocer que para que esos distintos planos funcionen parte de esa inteligencia es haber convocado a Irma Roy, a Mónica Salvador y a Dalma Maradona, quienes, apelando a tonos diversos, superan los trazos gruesos para indagar en las texturas más profundas de estas tres criaturas que viven en medio de un fuego cruzado permanente.
Alejandro Cruz
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