martes, 18 de agosto de 2009

Virginia Tola: la prima donna argentina

Foto: Gentileza José Gabriel Vittori

Tiene 33 años y canta con Plácido Domingo. Una santafecina en la meca de la lírica

No recuerda momento alguno de su vida en que no haya cantado. Para Virginia Tola, el canto ha sido siempre algo tan natural como respirar.

Y aunque hoy, a los 33 años, se mira al espejo y ve a una prima donna de la ópera que suele compartir escenario con Plácido Domingo, es apenas, sólo, nada más que, una cantante, como lo ha sido desde el primer aliento.

"No ha habido un solo día de mi vida -dice- en que no haya deseado ser cantante, en que no lo haya sido. Ser cantante de ópera es una decisión posterior, pero he cantado toda mi vida."

Virginia es de aspecto menudo, suave, aniñado... Lejos de cualquier estereotipo, parece más bien una modelo teen antes que una señora dedicada al bel canto. Sin embargo, toda esa impronta se deshace cuando está sobre el escenario y desata el carácter que le exigen sus personajes.

Por estos días vive en Washington por razones profesionales, las mismas que la llevan a tener una existencia casi nómada, de ciudad en ciudad, de teatro en teatro, de obra en obra, una rutina que, sin embargo, no le impide estar casada (su marido es abogado del Banco Mundial) y hasta fantasear con tener descendencia algún día.

Desde allí habló con LNR, mientras espera ansiosamente el momento de volver a la Argentina, su tierra, donde actuará, el 25, 28 y 30 de este mes, en el Teatro Colón, interpretando Orfeo y Eurídice.

Nacida en Santo Tomé, provincia de Santa Fe, Virginia tuvo sus primeros fogueos en el oficio a los 8 años, cuando pasó a ser integrante del coro de niños de su ciudad natal. "Era algo totalmente natural -cuenta-. Tengo grabaciones mías de cuando tenía 4 años, así que la voz y la musicalidad han estado conmigo desde siempre. Cuando era chica le cantaba las canciones a todo el mundo a mi alrededor, y cuando entré en el coro fue lo mismo; mi entorno me ha escuchado cantar permanentemente. Lo que pasó después fue curioso, porque en mi casa nadie escuchaba ópera, aunque, como mi abuela tenía un conservatorio de piano en su casa, yo tuve contacto con ese ambiente musical."

La cuestión se puso seria y grave cuando apareció la ópera como opción, cuando tenía 15 años. Un descubrimiento que hoy Virginia recuerda como la revelación de un mundo maravilloso, que la conmovía en las entrañas. "Descubrí que la ópera era teatro cantado. Y me fascinó el hecho de que a través de los personajes y con tu voz pudieras contar muchísimas historias."

Pero también hubo cierto condicionamiento familiar, que afortunadamente coincidió con los anhelos de la futura prima donna. "En mi familia el tema era que podías hacer lo que vos quisieras, pero había que estudiar, así que me decidí por estudiar ópera. Y fue entonces cuando el canto pasó de ser algo natural a ser algo serio, para lo que hacía falta esfuerzo, estudio, constancia. Yo suelo comparar al cantante lírico con un atleta, de hecho. Con el correr de los años he descubierto que para tener una salud vocal que te permita mantener un ritmo de trabajo tan grande como el que tengo ahora hay que cuidar el cuerpo, más allá de hacer mis ejercicios de respiración y mis vocalizaciones."

Cada día, Virginia se somete a una rutina de gimnasio, que viene agregada a sus cientos de ejercicios respiratorios y a sus vocalizaciones. No es para menos, si se tiene en cuenta que un cantante lírico debe soportar con eficacia piezas que duran en promedio cuatro horas. Pero dista mucho de vivirlo como un sacrificio. "Me gusta tanto lo que hago que para mí es un placer y no un sacrificio -dice-. Obviamente, todo en la vida exige esfuerzos, pero no me doy cuenta de esa parte. Una vez que estoy en el escenario, que pasaron los nervios previos, las ansiedades del camarín, siento una profunda sensación de libertad. Incluso en mis principios, a los 15 o 17, que era la época de salir a bailar y esas cosas, yo disfrutaba de mis momentos de juventud pero lo que más anhelaba era estar cantando; era lo que más me gustaba."

-¿Tus rutinas son siempre tan exigentes?

-Bueno, depende mucho del momento de la producción en la que estés... Si estás ensayando una ópera, que por lo general lleva un mes, perdés un poco tu vida. O sea, tenés un día libre y el resto de la semana hay que estar a disposición del teatro ocho horas diarias. Son ensayos larguísimos. Yo suelo hacer mis rutinas antes de ir al teatro y allí sigo trabajando. Pero cuando no estoy en esa etapa, suelo estar estudiando y preparando cosas nuevas, pero no necesariamente cantando, porque el instrumento se cansa si uno abusa de él; para estudiar una partitura no hace falta cantarla: la podes tocar en el piano. Pero a mí esta cosa cambiante de mi profesión me encanta, porque detesto aburrirme. Gracias a Dios, con este tipo de vida que llevo estoy en cambio permanente, viajando, conociendo gente nueva... Hasta ahora no me he cansado.

Foto: Gentileza José Gabriel Vittori

Con el correr del tiempo, ¿en qué percibís que ha ido cambiando tu voz?, ¿cómo has ido creciendo?

-Uh, he cambiado muchísimo... Ahora se cumplen diez años desde que empecé a cantar profesionalmente. Fue a partir de haber ganado mi primer concurso internacional, el primero al que me presenté. Fue el Reina Sonja, en Oslo, Noruega, donde tuve como jurados a varios popes de la lírica, como Birgit Nilsson, Christa Ludwig, Theo Adam e Ingrid Bjoner. En ese momento -tenía 23 años-, yo pensaba que estaba grande para el oficio y no sabía cómo me iba a ir; no sabía cómo hacer. A partir de ganar ese concurso mi vida y mi voz cambiaron muchísimo. Después gané el concurso Operalia, creado por Plácido Domingo, y tuve la oportunidad de conocer a este gran maestro y artista, gran persona, y de trabajar con él. Y hoy sigo de su mano, haciendo infinidad de proyectos. Así que desde el comienzo fue cambiando mi voz, mi vida, pero también mi manera de ser: cada personaje me permite conocerme más a mí misma. Así como la voz se va modificando con cada nueva obra, con cada nueva exigencia, así también uno mismo va madurando como persona. Hoy miro hacia atrás, estos diez años, y estoy muy agradecida de todos los momentos en los que he sufrido o en los que he sido feliz porque siento que hoy, a los 33 años, estoy como empezando nuevamente mi carrera pero con un bagaje enorme, tanto en lo vocal como en lo personal.

-¿Parte de la maduración tiene que ver con ir encontrando un método técnico más adaptado a vos misma, más personal?

-Tal cual. He tenido siempre, gracias a Dios, muy buenos maestros. He ido tomando de ellos lo que más me sirve a mí, pero gracias a mi experiencia con mi cuerpo he podido ir armando mi propio sistema técnico, más adaptado a mis particularidades, y eso es algo que todo artista debe hacer. Si bien somos todos parecidos, nadie es igual, y la voz está ligada ciento por ciento a las emociones. Así que he tenido que bucear mucho en mi manera de funcionar emocionalmente para lograrlo; eso me ha hecho crecer.

-Antes las cantantes líricas eran más bien rellenitas. ¿Cuidás tu apariencia física? ¿Ha cambiado el modelo estético tradicional de la cantante de ópera?

-Sí, trato de mantenerme en mi peso. Hoy en día el mundo de la ópera está cada vez más mediático, y uno tiene que responder al personaje. Casi siempre la soprano es la protagonista de la ópera, y el tenor se refiere a ella como alguien bello y sensible, habla de las cualidades que lo enamoran... Antes las sopranos estaban un poco excedidas de peso y no importaba. Pero ahora ya no es así (se ríe). Eso también derriba algunos mitos, como que es necesario ser gordo para cantar bien, o que el sobrepeso está relacionado con tener una buena capacidad respiratoria.

-¿O sea que no es necesario comer dos kilos de espaguetis por día?

(Se ríe) -No, no... bueno, si tu cuerpo los necesita, adelante; de hecho hay modelos que se comen la vida y no engordan, pero no es una condición para cantar bien.

-¿Cómo combatís los nervios del escenario?

-Ultimamente no he tenido tantos nervios como cuando era más chica. Supongo que haciendo lo que uno sabe que tiene que hacer antes, durante y después de cantar, es suficiente para no estar tan nervioso. Por ejemplo, el día de función solía encerrarme en casa y no hablar. Ahora hago una vida normal; hasta voy al gimnasio a hacer mis rutinas. Sólo aumento los mimos que me hago, nada más. Me dedico a mí misma, tipo mini- spa, para poder afrontar tres o cuatro horas de ópera.

-¿Tenés una estrategia para manejar tu carrera o vas guiándote por la intuición?

-La intuición para mí es algo muy importante. Por ejemplo, al principio decía que no me gustaba cantar Mozart: "Nunca voy a cantarlo", me decía. Hoy, sin embargo, me he dado cuenta de que cantar Mozart es como un bálsamo para mi voz, que me ayuda a cantar cada día mejor y que me mejora técnicamente. Así que hoy canto Mozart, aunque mis predilectos son Puccini y Verdi, porque son más veristas (N. de la R.: el verismo es un estilo operístico italiano del siglo XIX inspirado en el naturalismo de escritores como Emile Zola o Henrik Ibsen). Así que mi plan es ése: ir manejando mis repertorios de manera que me permitan seguir cantando hasta los sesenta y pico de años, como Plácido, totalmente saludable. Al margen de eso, yo creo que no tengo límites: un cantante de ópera es un artista integral, y mi único plan es seguir haciendo lo que hago hasta que me canse, hasta que no sienta más pasión. Entonces me dedicaré a tener hijos y a cocinar, que también me encanta.

-¿Cómo te llevás con la gloria y con el aplauso?

-Has tocado un tema delicado: siempre me resultó muy difícil. Me acuerdo del primer concierto que hice en el Colón. Yo estaba en la primera parte del concierto. Cuando terminé, el público estaba enardecido (eso es lo que amo del público argentino); me fui al camarín corriendo, me cambié y corrí al estacionamiento donde estaba el auto de mis padres para irme. No lo toleré. Obviamente, el concierto siguió, y cuando llegó el saludo final yo ya no estaba. Fue muy difícil. Al principio me decían "la nueva Maria Callas..."

-¿Y eso cómo te sentaba?

-Era un halago muy grande, pero nunca estuve de acuerdo. Yo sabía que quería ser yo misma y no la segunda Maria Callas, al margen de que uno tiene modelos a seguir y preferencias que en los comienzos pueden notarse en la manera de cantar. Ahora estoy aprendiendo a disfrutar del aplauso un poco más, porque me gusta mucho dar todo en escena y tocar a la gente con mi voz. Yo soy una convencida de que el arte cura, y tocar a la gente con el arte de uno es lo mejor que te puede pasar. Creo en eso desde muy chica. Lo que uno recibe a cambio es el derecho del público a expresarse, pero no me pertenece.

-¿No deberías aprender a aceptar lo que la gente quiere devolverte, más allá de tu enorme autoexigencia, que te hace ver errores donde el público ve aciertos?

-Tal cual. Es así. Yo soy muy autoexigente, muy autocrítica, y nunca estoy del todo conforme con los resultados. Pero hay que buscar un equilibrio. Y eso hago.

Amor rodante

-¿Cómo se hace para sostener un matrimonio cuando uno lleva ese tipo de vida? No debe de ser sencillo.

-Mi esposo es abogado en el Banco Mundial, así que generalmente vivimos en Washington, donde él tiene su trabajo. El viaja cuando puede, hace escapadas para verme, y yo también, siempre vuelvo donde él esté. No hay nada planeado: es una experiencia que vamos viviendo día a día, pero no pasamos más de un mes sin vernos. Y... sí..., es complicado, pero al mismo tiempo es divertido... No me da miedo de que sea así: es más bien estimulante. Hablamos mucho por teléfono, chateamos, y cuando aparece el bendito "no aguanto más sin verte", hay un "venite" como respuesta, y él o yo nos escapamos hasta donde esté el otro, para estar juntos. El también es de Santo Tomé, como yo.

-Bueno, parece que las argentinas nunca "zafamos" de los argentinos...

(Se ríe) -No. Es que nuestro país es tan lindo, aunque haya tantas cosas para criticarle. Sobre todo cuando vivís afuera, hacés autocríticas sobre nuestra forma de ser, pero finalmente es tan fuerte nuestra idiosincrasia que terminás en pareja con algún argentino.

En escena

Virginia Tola llegará a la Argentina, luego de haber realizado una extensa gira junto a Plácido Domingo, para presentarse en el Teatro Colón, el 25, 28 y 30 de este mes, en Orfeo y Eurídice, de Christoph Gluck, con Franco Fagioli como Orfeo, Virginia Tola como Eurídice y Paula Almerares en el papel de Amore. Director de escena y escenógrafo: Roberto Oswald. Vestuario: Aníbal Lápiz. Y la Orquesta Estable del Teatro Colón, dirigida por Arnold Östman, más el Coro Estable del Teatro Colón.

Por Alejandra Herren

Fuente: Revista La Nación

Más datos: www.virginiatola.com


No hay comentarios: