sábado, 22 de agosto de 2009

Lidia Borda, cantante en la ciudad de La Plata

“Probé blues y rock, pero con el tango encontré mi forma de ser”

Presenta su disco Ramito de cedrón a las 21.30 en Ciudad Vieja

La voz femenina del tango con más eco en los últimos tiempos, es decir Lidia Borda, retorna a los escenarios platenses. Hoy se presentará en Ciudad Vieja (17 y 71), a las 21.30. Promete un recorrido por todo su repertorio, desde los clásicos de las tangueras del '30 hasta parte del repertorio de su último disco, Ramito de cedrón. La acompañarán Ariel Argañaraz en guitarras y Daniel Godfrid en piano.

Lidia se reconoce nostálgica como todo porteño, adoptó la ciudad como cuna cuando, con su madre, se mudaron de Lincoln a la capital. Le gusta el humo de los colectivos, los jeans, los personajes típicos de su barrio, las fotos en blanco y negro, la noche –que tanto tiene que ver con el tango– y esa sensación de melancolía que vaya uno a saber de dónde viene.

Dice con toda humildad que el tango "se le atravesó en la vida", y que su adolescencia fue incierta como la de cualquier joven. Admite ser indecisa. Tanto que recién a los 20 años se decidió por el canto y, años más tarde, por el tango. Tres escuchas la detuvieron en su vida: Susana Rinaldi con "La última curda", el Tata Cedrón con "Eche veinte centavos en la ranura" y Luis Cardei en las concurridas noches del Barcito de Arturo y la Gandhi.

Lidia es una mujer que canta tangos porque es donde se siente más cómoda: ahí, en esa búsqueda eterna de expresiones mejores acabadas. No transita los círculos del 2 x 4, pero es, desde su soledad, una de las voces femeninas en alza que revaloriza el papel de las cantantes tangueras. Nunca fue bailarina, ni milonguera, como las primeras cantantes de tango. Tampoco tiene apodo. Sólo es Lidia. Lidia y el tango.

–¿Cómo se relacionó con el género?

–Mi mamá cantaba tangos. Para no hacer la respuesta típica, voy a contar una anécdota: el otro día fui a una nota en Radio Nacional, y llamó una señora que dijo: "No me extraña que Lidia cante tan bien. Su mamá tenía una voz preciosa". Fue muy emocionante, porque nunca nadie me había hablado de mi mamá cantando. La persona que llamó era una señora que vivía en un pueblo cerca de Lincoln, donde vivió mi mamá. Después, mi mamá llamó a Lincoln, averiguó el teléfono de esa mujer, la llamó y le mandó mis discos. Pero después la llamaron para agradecerle, y le dijeron que ellos no tenían dónde pasarlos. Se fueron al pueblo cercano, Los Toldos, y compraron un aparato para escuchar los discos, imaginate que deben ser los dos únicos discos que tienen. Fue muy graciosa y muy tierna la situación. Así que sí, es verdad, mi madre cantaba y yo escuchaba tangos de chiquita. Después tengo tíos tangueros, y mi papá me llevaba al club para que cantara delante de sus amigos. No me tenía que insistir mucho para que lo hiciera. Desde muy chica me gustaba cantar, todo el tiempo: yo sabía que era algo placentero. Pero después, hasta que decidí dedicarme a cantar profesionalmente, pasó mucho tiempo. Fue a los 20 años y llegué al tango más tardío.

–¿Se había peleado con el tango?

–Cuando uno dice "cantante de tango", siempre le sigue "qué plomo": "Caminito", "Tinta roja". Y es un poco así. Porque hay un camino que está hecho y es difícil renovar. Hay una tradición que es la que uno puede llevar de su casa, todo eso que sabemos, la cosa familiar, pero si uno se va a dedicar a esto, no alcanza. Hay algo que yo quiero saber que los otros no saben, ahí voy a hurgar. Además de esa expresión popular, general y de conocimiento colectivo, hay una búsqueda personal. Eso tiene que ver con cuestionar lo que uno ya conoce, interpelar, repreguntar, enfrentarse con eso. Hubo grandes, interesantes y valiosas rupturas por suerte. Y bueno, después está toda esa línea más tradicionalista. Están aquellos que innovan y aquellos que, como dice Liliana Herrero, atrasan 200 años. Ya sea en la interpretación o en la composición.

–¿Cómo conforma su repertorio?

–Es indistinto, yo lo llamaría "casualidades" o "encuentro con las cosas". En ese sentido, voy en una dirección y las cosas pasan por al lado. En ese camino voy encontrando cosas. Una canción me puede enamorar de muchas cosas: la letra, la melodía, un pasaje.

–Su último CD es casi un homenaje al Tata Cedrón. ¿Fue algo buscado de antemano?

–Más que una búsqueda fue una especie de reencuentro y una síntesis, un cierre con algo que yo venía arrastrando de cuando empecé a estudiar dibujo, allá a los 14 años, en lo del Tano Onofrio. Escuché al Tata por primera vez en ese taller. Yo iba a mis clases de dibujo y me acuerdo de haber oído allí "Eche veinte centavos en la ranura". No entendía de qué se trataba pero me parecía algo misterioso. Y eso que esa época, el tango venía bastante baqueteado. Para los jóvenes, era un lenguaje decadente, pasado de moda, querían otro tipo de música.

–¿A quiénes reconoce como referentes vocales femeninos?

–Me ayudó mucho escuchar a las primeras cantantes. Tenía la necesidad de averiguar cómo había nacido el canto del tango, de dónde venía la forma de cantar. Entonces escuché que las primeras cantantes tomaban cosas del cuplé español, y de la canzonetta italiana. Comprendí mucho más de la inmigración. Las primeras cantantes del 1900 armaron una estética bastante parecida: con una impostación, una forma específica de poner la voz. Después fueron tomando una forma más auténtica. Gardel es un gran definidor de la forma de cantar, por eso lo valioso es cómo él, o las mujeres de su generación, fueron definiendo la manera de cantar. Eso fue lo primero que me interesó para entender cómo había devenido toda la estética del canto. Tenía todo un repertorio, pero decía "¿y cómo lo canto?". En ese entonces, estaba de moda Goyeneche. Y me preguntaba: ¿siempre cantó así? Entonces comprobé que él resumía una manera de cantar. Me fui para atrás y me puse a escuchar a las viejas cantantes de los años 20, como Mercedes Simone. Tanto me gustó que tomé parte del repertorio y mi primer CD esta integrado con esos temas.

–¿Intentó cantar otros géneros antes?

–Probé con la melancolía del blues, pero el inglés no me quedaba bien no me sentía cómoda. También probé con el rock pero no, tampoco. Cuando empecé a cantar tango encontré un espacio más acorde con mi idiosincrasia, con mi forma de ser. Pero era como un traje, había que moldearlo un poquito mejor, tomarlo de acá o de allá, buscar todo lo que me representa. Creo que cada vez estoy más cerca de eso.

Fuente: El Argentino

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