viernes, 21 de agosto de 2009

Las variaciones del tiempo

LA OBRA FUE CONOCIDA EN EL AÑO 2001 Y REESTRENADA ESTA SEMANA. ESTA ESTRUCTURADA EN UNA SERIE DE QUINCE CUADROS ELABORADOS BAJO LA FORMA DE SOLOS, DUOS, TRIOS, CUARTETOS Y ESCENAS GRUPALES.

"LAS OCHO ESTACIONES", POR EL BALLET DEL SAN MARTIN

La música de Gidon Kremer está basada en Piazzolla y Vivaldi. Se lucen Ivana Santaella y Lucio Rodríguez Vidal.

Por: Laura Falcoff

Las ocho estaciones fue estrenada por Mauricio Wainrot con el Ballet de Flandes en 2001 y al año siguiente montada con el Ballet Contemporáneo del San Martín en el Luna Park. Para el segundo programa de esta temporada Wainrot eligió reponer esta obra como único título. Efectivamente, Las ocho estaciones dura setenta minutos y se ofrece, por sus características, sin intervalo. Inspirada en una partitura que concibió el violinista Gidon Kremer sobre piezas de Piazzolla y Vivaldi -los respectivos y muy conocidos ciclos de las estaciones- la coreografía fluye como un torrente que toma cada tanto la forma de un remanso.

En lo que concierne a la partitura, Kremer no se limitó a unir la obra de Vivaldi con las cuatro piezas de Piazzolla; por el contrario, su trabajo consistió en intercalarlas e incluso en "infiltrar" breves motivos de las estaciones barrocas en ciertas secciones de Piazzolla. La sonoridad resultante es un poco extraña, no tanto por la distancia temporal y estilística entre ambos autores sino porque cada una de estas obras ha sido tan insistentemente transitada que resulta difícil escuchar la totalidad que contiene a ambas como algo autónomo, distinto.

Y en cuanto a la coreografía, Mauricio Wainrot va al encuentro de ese vértigo rítmico que predomina en la propuesta musical y lo traduce en un vértigo de movimientos no menos urgido. La obra está estructurada en una serie de quince cuadros elaborados bajo la forma de solos, dúos, tríos, cuartetos y escenas grupales; estas últimas funcionan, mayoritariamente, como pasajes de transición, como nexos entre momentos más íntimos. Pero como en conjunto ocupan una extensión importante de la obra total, estas escenas y el propio material coreográfico que las sostiene se vuelven reiterativos. Es en algunos de los dúos, y particularmente el que aparece en el cuadro llamado Verano Vivaldi , que Wainrot alcanza una atmósfera de bienvenida serenidad y compenetración entre los intérpretes.

El Ballet del San Martín se ha renovado de una manera sostenida en los últimos años, y al lado de bailarines que todavía tienen que adquirir mayor madurez escénica, se encuentran otros ya perfectamente consolidados, personales, realmente fantásticos. Es el caso de Sol Rourich, una intensa bailarina, de extraordinarias condiciones; en una línea igualmente dramática -al menos en esta obra- hay que mencionar a Vanesa Turelli, mientras que Ivana Santaella se destacó por su ligereza y refinamiento. Finalmente, hay que celebrar el regreso de Lucio Rodríguez Vidal, un bailarín excepcional, de una increíble luminosidad.

Fuente: Clarín

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