La primera vez. Ninguno de los tres actores había trabajado antes en obras del autor. Y los tres confesaron que se pusieron nerviosos ante el desafío. Pero no pensaron en rehuirle.
LA AVENIDA DEL TEATRO CON TRES OBRAS DEL BARDO INGLÉS
Virginia Innocenti, Juan Gil Navarro y Federico Olivera convocados por Crítica de la Argentina, analizan las razones de la vigencia del autor del siglo XVI.
Por Leni González
“Estamos pensando armar un bono llamado ‘La experiencia Shakespeare’, una especie de reality conducido por Marley”, responden Virginia Innocenti, Juan Gil Navarro y Federico Olivera ante la insólita coincidencia que los reúne, divierte y excede: la de ser parte de las tres-obras-tres que se presentan en calle Corrientes, hijas todas del más famoso bardo de Occidente e inventor, según el crítico norteamericano Harold Bloom, de “lo humano tal como seguimos conociéndolo”.
El bastardo Edmund es el personaje que interpreta Gil Navarro en Rey Lear, estrenada el año pasado y en cartel hasta el 4 de abril en el teatro Apolo, con el protagónico de Alfredo Alcón y la dirección de Rubén Szuchmacher. Innocenti –no sólo la única mujer del grupo sino además la representante de la única comedia entre dos tragedias– es Beatriz en Mucho ruido y pocas nueces, primer estreno del año en el San Martín, junto a Sergio Surraco y con puesta de Oscar Barney Finn. Y, hasta junio, en el Centro Cultural de la Cooperación, Olivera es Hamlet, la tragedia dirigida por Manuel Iedvabni, la última del trío tanto en debutar como en despedirse de la cartelera.
“¿Por qué estas obras tienen vigencia y el público las ve?”, pregunta Olivera, como quien piensa en voz alta y al segundo, responde: “Es un autor tan profundo y nos habla tanto de nosotros mismos que hace que uno quiera meterse en ese universo. ¿Y por qué –enfatiza– el porteño, el argentino, con esta cosa de pensarse tanto a sí mismo y de querer tener razón siempre, viene a ver esto? Porque creo que Shakespeare siempre tiene razón, nos da un punto de vista que uno dice ‘sí, claro, es esto’, por eso prende y tiene tanta convocatoria. Puede ser algo medio azaroso que se den estas tres obras pero también –deduce, finalmente– debe haber algo de la inconciencia colectiva en que tengan que ser representadas”. En la búsqueda de razones, Gil Navarro también escarba por el lado del ánimo popular: “Hay mucha angustia dando vueltas y hay una cantidad de frases que uno tartamudea en la vida cotidiana y que luego este desgraciado de William ordena. Porque uno tiene un compendio de que algo huele a podrido”.
En el bar del Centro Cultural de la Cooperación, a mano para los tres antes de sus respectivas funciones, la charla surge sin necesidad de empujarla. Es su primer Shakespeare y, sin celos, tienen ganas de declarar su amor al más seductor de los autores, ese capaz de cobijarlos a todos.
Innocenti: –Lo escalofriante es la vigencia y la capacidad de dibujar el alma humana en todos los estadios posibles y lo esencial de los vínculos, las pasiones, las preguntas; plantea las situaciones que pueden terminar en tragedia o en comedia pero el conflicto está, la rivalidad, los celos, la dificultad de relacionarse amorosamente, qué es lo real, la lucha por el poder...
Gil Navarro: –...la lucha por el poder, la lucha por el poder, la lucha por el poder.
Innocenti: –(Se ríe) Claro, en todos los planos... Buéh, en realidad Shakespeare es anterior al psicoanálisis y éste se ha basado en sus textos y en los griegos para poder desarrollar cierto conocimiento del alma humana.
Olivera: –Aparece la sombra, la contracara, algo atrás que no es lo que parece, la analogía con la política, “ah, estos guachos la están haciendo bien”, eso está todo el tiempo en estas obras, en el comportamiento cotidiano, en situaciones simples.
Gil Navarro: –En Londres, en un afiche que me compré en la reconstrucción de El Globo, dice: “Si usted le está contando a un amigo cómo le rompieron el corazón, está citando a Shakespeare; si está contando sus sueños, está citando a Shakespeare; si en su país hay corruptos, está citando a Shakespeare”, y así. Es mitología pura y uno se encuentra ahí.
No para el desaliento sino para la inspiración, el director inglés Peter Brook dice que siempre hay que regresar a Shakespeare por un momento para luego volver a lo propio y darse cuenta de que nada de lo que uno hace podrá ser tan bueno. “Asumir” un Shakespeare puede resultar, entonces, un camino interesante pero de enorme exposición. Como confiesa Innocenti, es “meterse con un pope”.
Con la carga de encarnar el papel, tal vez, más paradigmático en la carrera de un actor, Olivera reconoce que “uno tiene ciertas nociones de la actuación, de esto, lo otro, pero estás en altamar, vienen las olas y nadar no alcanza, es más. En el ensayo me daba cuenta de lo trabajoso que era, de lo complejo; cuando iba descubriendo cosas, todo el tiempo aparecían nuevos interrogantes. No estaba el afuera, el ‘che, qué va a pasar con esto’, sino el actor y la circunstancia. Entrás en un gran bardo y eso te fortalece porque avanzás y, en otros momentos, te quedás sin aire, te tirás a ver qué pasa. A veces sentía que no iba a poder, pero no por el afuera sino que yo no iba a poder, por la carga, por el desgaste físico. Después ves que funciona, que si ya lo hicieron antes es que se debe poder hacer (risas)”.
Gil Navarro buscó tranquilidad en los actores británicos expertos en su poeta: “Lawrence Olivier decía que los jóvenes pueden romperse los huesos porque sueldan más rápido. Si no te animás, te la perdés. A esta altura, ya no rendimos examen, basta”.
En los alrededores de la cuarta década, los tres repiten juntos el ¡basta! E Innocenti, relajada, se deja llevar: “Es tan cómodo. Los grandes textos te facilitan todo. Cuando tenés un autor genial, sólo tenés que subirte al texto y confiar, decir aquello que la palabra dice”.
Para seguir en manos de un experto, Brook dijo en una entrevista que un director era como una especie de “comadrona”, porque estimula y aparta obstáculos para que la vida fluya con naturalidad, pero no en su forma más tosca, sino más refinada, a través de filtros; es decir, el director anima primero y destila después. Acerca de la acción del director, Gil Navarro cuenta que Szuchmacher, de entrada, les advirtió dos cosas:
“No quiero psicología y poner la energía a la altura del texto. Era difícil creer que la gente no iba a entender si uno no ponía algo de más. Es como si uno a la gente le diera todas las escenas filmadas para que las edite. ‘Pero no podemos darle eso, sacarlo de la sartén y ponerlo en el plato porque está crudo’. ‘No, hacelo así, dejá que el público complete porque en la edición de escenas y en el montaje, va a cerrar’. O sea que si uno carga de más, se vuelve solemne e incurre en el error clásico de los clásicos”.
A Innocenti le divirtió mucho la idea del director Barney Finn de adaptar Mucho ruido y pocas nueces al siglo XIX en la pampa argentina. “Me gustó llevarla a una estancia y que sonaran los nombres de muchas calles de Buenos Aires y, de esa manera, poder respirar el tufillo de cómo se jugaban las cartas entre los que decidieron nuestro país. Sin que tenga ese peso la puesta, porque no tiene subrayado político, lo genial es que podés quedarte con el cuentito superficial, te reíste un rato y te vas a comer o podés reflexionar que de tontita comedia no tiene nada y que es un juego de poder en el que deciden sacerdotes, militares y terratenientes, y los pobres tontos muertos de hambre son los que traen la verdad y evitan la catástrofe. Y las mujeres son las que traen la cordura, por eso creo que Shakespeare es un gran feminista”, remata con una gran sonrisa triunfal. Democrático, Olivera concluye: “No pretendo que una puesta resuma todas las miradas. No hay versiones perfectas, es un espejo posible y un viaje que te propone ese director”. Sin desmerecer teorías, el espejo en el que se miró Gil Navarro fue el de un admirado actor fallecido en 2002. “Mi Edmund no es un homenaje sino un plagio al Diablo que hacía Danilo Devizia (en Don Fausto, de Pedro Orgambide) y que por suerte vi. Un plagio –subraya–, directamente”.
Dos tragedias y una comedia para reencontrar al bardo
REY LEAR. En el teatro Apolo (Corrientes 1372), con dirección de Rubén Szuchmacher y un elenco encabezado por Alfredo Alcón, Roberto Carnaghi, Joaquín Furriel, Juan Gil Navarro, Horacio Peña y Roberto Castro, entre otros.
MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES. En el San Martín (Corrientes 1530), dirección de Oscar Barney Finn. Con Virginia Innocenti, Sergio Surraco, Salo Pasik, Carlos Kaspar, Daniel Miglioranza, Malena Figó, Rocco De Grazia y Claudio Pazos, entre otros.
HAMLET. En el C. C. de la Cooperación (Corrientes 1543). Dirección: Manuel Iedvabni. Con Federico Olivera, Patricia Palmer, Héctor Bidonde, Ana Yovino.
Continúan las lluvias en la sala Martín Coronado
Llueve en la sala Martín Coronado del San Martín. No es un efecto especial. Tampoco una metáfora. Es literal: entra agua en el escenario en las noches de tormenta. “El teatro está hecho pelota, se está cayendo a pedazos, pero los actores, los técnicos, todos lo hacemos con lo mejor y las funciones salen bien. A pesar de todo”, dice Virginia Innocenti, una de las protagonistas que lo padece, ante el asombro indignado de sus compañeros que, una vez más, recurren a la actualidad de Shakespeare para expresarse.
“Lear se cierra con la frase de Edgard (Joaquín Furriel): ‘Hay que aceptar el peso de estos tiempos tristes, decir lo que uno siente y no lo que se espera que digamos’. ¡Son unos caraduras, que esté pasando esto!”, dice Juan Gil Navarro. Y Federico Olivera asiente: “La cultura no es el patio de atrás y que pase eso es delirante. La idea mística de dejar la vida en el escenario tiene un límite. ¿En qué consiste nuestro trabajo? Como dice Hamlet, ‘la ciudad está fuera de quicio".
Fuente: Crítica
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