domingo, 21 de febrero de 2010

El ballet neoyorkino revisa su propia tradición clásica


La temporada de ballet de Nueva York está centrada en la revisión de los grandes títulos clásicos a la vez que ofrece nuevas creaciones

ROGER SALAS | Nueva York

El New York City Ballet (NYCB), emblema del ballet protonorteamericano y principal compañía custodio del legado de George Balanchine (1904-1983), abre en estos días su temporada de invierno 2010 bajo el lema: "Clásicos revisitados". Todo sucede en el New York State Theatre, ese coliseo que diseñara Philip Johnson a principios de los años sesenta del siglo XX para Balanchine y Lincoln Kirstein según las precisas indicaciones de ambos.

Es una ambiciosa apuesta que se extiende hasta el 28 de febrero con 11 programas diferentes [consultar programación y vídeos en nycballet.com ] en los que destacan los grandes títulos de tradición, desde La bella durmiente a El lago de los cisnes pasando por las propias coreografías históricas de Balanchine y Jerome Robbins (1918-1998). El actual director artístico del NYCB, Peter Martins (Dinamarca, 1967) también propone sus propias creaciones junto al debú de un nuevo "ruso" de San Petersburgo ligado al Teatro Mariinsky: Alexei Miroshnichenko, nacido en Ucrania pero educado en la Escuela Vaganova petersburguesa y también asistente coreográfico de William Forsythe en múltiples ocasiones.

El ballet norteamericano es parte de la gran industria del espectáculo de este país; no por ello, las compañías precipitan su identidad, sino al contrario. La crisis global también se ha dejado sentir en estos conjuntos de gran formato y es así que, atentos a los tiempos que corren, han tirado de experiencia y de un razonamiento cultural preciso: debemos dar lo que tenemos y no hay que guardar nada -susceptible de volver a verse- en el armario de los recuerdos, lo que los atestigua como entidades imprescindibles no sólo de esa industria monumental, sino de la cultura nacional estadounidense. Y deben estar todos orgullosos de ello. Tanto el New Yok City ballet, que es el que ha iniciado esta temporada de invierno con fuerza), como el American Ballet Theatre (que entre rumores de recortes brutales se prepara para la primavera) han acudido al repertorio, a la revisión de los clásicos, a lo que han producido y han mantenido como cimiento y baluarte. La idea está clara: en NYCB se atiende a las urgencias estéticas de hoy, pero está preparada, por su basamento práctico, para seguir asumiendo eventualmente los clásicos. Era parte del decálogo e ideario balanchiniano; es también una ley del ballet universal.

La atención estuvo estos días centrada en la reposición de "La bella durmiente" y "El lago de los cisnes", dos producciones con coreografía de Martins que han tenido, desde sus estrenos respectivos, desigual acogida de público y crítica. En ambas, se ha querido dejar patente y latente la presencia de Balanchine, su huella coréutica precisa. En "La bella" a través de "La danza de las guirnaldas", y en "El lago" con la conservación del segundo acto (el de los cisnes blancos).

Alastair Maculay, en su recensión crítica en The New York Times (la foto que acompañaba e ilustraba su texto era del madrileño Gonzalo García -actualmente bailarín principal de éxito en el NYCB- acompañado de Tiler Peck en "La bella durmiente") alude a estas reminiscencias del pasado como fundamentales para garantizar esa evolución orgánica de continuidad en los grandes títulos de Chaicovski, marcados para siempre por las coreografías originales de Marius petipa y Lev Ivanov, pero enriquecidas y traídas a nuestros días con los aportes de coreógrafos del siglo XX, entre ellos y a la cabeza, Balanchine. El gusto y el estilo del NYCB está muy presente tanto en Lago, como en Bella. Hay un baile exquisito, de precisión y expansivo, que no se aviene a ciertas normas estilísticas convencionales y que para el espectador europeo, por ejemplo, pueden ser algo chocantes. Acaso a veces las líneas son más rectas y la exposición de las figuras dinámicas de una geometría acusada. Es una manera de verlo.

El Lago de Martins ha respetado el segundo acto de Balanchine y se retrotrae en lo estético a los diseños de Cecil Beaton (realizados por Karinska) en 1951. Cuando en 1964 Balanchine encarga nuevos trajes al armenio Rouben Ter-Arutunian mantienen ambos ciertas pautas de línea, una plasticidad renovada que hoy se perfila todavía.

Es emocionante ver la participación de hasta 24 niños de la School of American Ballet en el montaje, una seña de que el futuro está asegurado con la propia cantera. Los diseños de escenografía y vestuario de los daneses Per Kirkeby y Kirsten Lund Nielsen no han dejado de levantar polémica y opiniones encontradas desde su estreno. Coloristas, de atrevido dibujo, responder a aquello de "renovarse o morir", aún a riesgo de ciertos excesos plásticos que al espectador balletómano convencional le horrorizan.

En el NYCB triunfan desde hace años varios españoles, entre ellos, Gonzalo García (soberbio como Príncipe Desirée en "Bella" y virtuoso en el Pas de Quatre del primer acto del "Lago"), Joaquín de Luz y Antonio Carmena.

Fuente: El País

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