Pedro Labra Herrera
A diferencia de años anteriores, el enero que se fue -salvo un par de títulos muy menores- no tuvo estrenos fuera del Festival Santiago a Mil. La misma oferta internacional del encuentro se redujo en número y espectacularidad, en tanto que la selección con lo mejor de 2009 se vio muy limitada. Todos los esfuerzos del Festival -y del medio en general- se concentraron en la revisión de los 200 años del teatro chileno.
Así, el Bicentenario sirvió de pretexto para un inestimable recuento de algunos de nuestros hitos en el arte más efímero, el de la escena. Si bien su programa fue discutible, el ciclo se constituyó en un repaso de extraordinaria riqueza por los momentos históricos reflejados en esas obras (y por ende de la historia personal de cada espectador) que en su conjunto hizo posible calibrar el valioso patrimonio contenido en nuestro teatro, y constatar al mismo tiempo la efervescente y vigorosa creatividad de los muchos talentos de nuestras tablas.
El proyecto utilizó, por cierto, distintos formatos y procedimientos para poner en cuestión la vigencia de cada texto, con los resultados más variados. La eficaz "reconstitución histórica" de "Entre gallos y medianoche" no pudo sino probar que el género sainete y su ingenuo humor popular pertenecen a una época que no volverá. En cuanto a los remontajes del modo más fiel posible a los originales, los mayores hitos los marcaron "El coordinador" y, sobre todo, "Lo crudo, lo cocido y lo podrido", que establecieron a las obras de Benjamín Galemiri y Marco Antonio de la Parra como auténticos "clásicos" capaces de estimular al público de hoy y de siempre.
Otras recreaciones, como "Los payasos de la esperanza", "Malasangre", "Hechos consumados", "Cinema Uttopia" o "Historia de la sangre" mostraron que su gravitación en la memoria colectiva dependió, para bien o para mal, de su versión primera, de su contexto histórico y del giro que marcaron en la evolución de nuestro lenguaje teatral. Especial impacto y asombro nos provocó recordar lo que Ictus se atrevió a decir en "Lindo país esquina con vista al mar" en los años más duros de la dictadura.
Entre las nuevas versiones "de director", "Los que van quedando en el camino" se ubica en un lugar de honor por su notable rescate de la obra de Isidora Aguirre, a la que Guillermo Calderón, con riesgosas opciones, yuxtapuso una contralectura del más amargo escepticismo. Fue el punto más alto del mes, seguido por "Ernesto", el texto más viejo programado, del cual se valió Manuela Infante para ofrecer una propuesta tan fresca como rupturista.
Los dos montajes vertidos en reescritura, el procedimiento más radical utilizado en la revisión ("Páramo" y "Plaga", ambos por el Teatro La Puerta), tuvieron la mala suerte, además de sus resultados fallidos, de coincidir en la sección internacional de la cartelera con las tres propuestas del argentino Daniel Veronese, un maestro en esa línea. Tener aquí sus relecturas de textos clásicos de Chéjov e Ibsen fue un verdadero privilegio y un regalo para nuestro medio teatral, aunque se debe admitir que su entrega de "Hedda Gabler" no estuvo a la altura de las otras dos.
Fuente: El Mercurio
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