viernes, 14 de agosto de 2009

Una mirada sobre la violencia cotidiana

Fontes, Leiss y Saquin se entienden bien en escena

Estocolmo, historia con tres seres frustrados

Estocolmo. Autor: Pablo Albarello. Intérpretes: Miguel Fontes, Martín Leiss, Javier Saquín. Vestuario y escenografía: Alberto Bellatti. Diseño de luces: Miguel Morales. Música original: Sergio Vainikoff. Asistencia de dirección: Emilce Karl. Producción ejecutiva: Leticia Vota. Dirección: Daniel Marcove. En el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943). Viernes, a las 21. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: buena

El robo a un banco, con toma de rehenes, es el disparador de esta producción del dramaturgo Pablo Albarello, en la que al drama se cuelan ciertos rasgos humorísticos para así suavizar una dura historia de perdedores.

Walter y Julito se conocen desde pequeños. El segundo, empleado bancario, es sorprendido en sus tareas cuando el primero, un delincuente violento y cuya actividad se multiplica a diario, ingresa en el banco acompañado de un compañero que realizará el trabajo sucio: matar rehenes con una frecuencia pautada.

Los dos ex amigos, hoy poco tienen en común. A medida que la acción avanza el espectador irá conociendo sus mundos privados y quizá pueda comprender algo de sus conductas en ese presente convulsionado que los reúne. En sus diálogos asomarán anécdotas del pasado pero, también, ellos darán cuenta de por dónde pasan sus expectativas en la actualidad. En apariencia son tan opuestos que jamás podrían volver a reunirse, pero Julito toma una decisión que cree importante para su vida y esto posibilita conocer el otro perfil de su personalidad. Finalmente, la violenta circunstancia que comparten hace que todo adquiera otras derivaciones.

La pieza de Albarello presenta riqueza en sus situaciones y esto lo ha potenciado Daniel Marcove a través de su dirección. Sus tres intérpretes encuentran el tono exacto para esos personajes tan diferentes pero que están unidos por esas desgraciadas maneras de vivir. La relación entre Walter y Julito, sobre todo, va creciendo en su justa medida, haciéndonos reconocer unos mundos privados en los que sucesivas frustraciones han dejado huellas muy profundas.

La tensión del espectáculo crece de manera muy progresiva, promoviendo un clima por momentos agobiante pero del que siempre se escapa porque pequeños trazos de humor posibilitarán distender esa sensación de opresión que, sobre todo el personaje de Walter, se encarga de provocar.

Carlos Pacheco

Fuente: La Nación

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