Peter Brook A los 84, encaró una nueva obra, "Eleven and Twelve", donde trabaja con sus obsesiones de siempre.
Por: Fiacha Gibbons
The Guardian y Clarin
Peter Brook atraviesa a su interlocutor con la mirada. Para ver al gran hombre, hay que atravesar el escenario del antiguo teatro de París que Brook llama su mezquita y subir una escalera estrecha y zigzagueante hasta una especie de plataforma donde el director teatral más influyente de los últimos sesenta años pasa sus días sentado en las alturas, como un monje del Himalaya, sobre un futón ubicado en un rincón. Parece haberse encogido dentro de su ropa. El Brook que encuentro frente a mí de algún modo es más reducido, más humano, más apurado que el cuarentón que pasó como un rayo por la Royal Shakespeare Company, el West End y Broadway en medio de un frenesí creativo, agotando las posibilidades del teatro convencional antes de desaparecer literalmente en el desierto con una banda de actores-discípulos. Brook comenzó a acercarse al exilio a fines de la década de 1960, poco después de escribir El espacio vacío.
Durante los siguientes años, puso a prueba sus teorías y los límites de su compañía en todas las aldeas africanas asoladas por las moscas. Elaboró y reelaboró Orghast, así como su propia adaptación del poema épico persa La conferencia de las aves, y viajó desde el Sahara al delta del Níger y luego a India, Afganistán e Irán, indiferente a las amenazas de la disentería y la deserción. El resultado de esos experimentos cambió el teatro para siempre. Pero recién ahora Brook está terminando la obra que fue uno de los motivos que lo llevaron a aquel viaje. Eleven and Twelve se cuece a fuego lento en su cabeza desde hace cincuenta años. Representada sobre un escenario casi desnudo y cubierto de arena por un elenco llegado de todos los rincones de la tierra, es la esencia de Brook: descarnada, engañosamente simple, profunda y mágica, abre una pequeña puerta a un mundo al que su público de otro modo jamás habría accedido. La obra, que llegará a Londres el mes que viene, está basada en las memorias de un oscuro místico musulmán de Mali, Tierno Bokar, dirigente que puso fin a una sangrienta guerra religiosa al reconocer que sus adversarios tenían razón. En un nivel, esta historia sobre una disputa entre sufis en la que discutían si una plegaria debía ser pronunciada once o doce veces es una alegoría sobre el fundamentalismo. También opera como una crítica al colonialismo del divide y reinarás, pero quizá es más potente como parábola sobre el sacrificio que exige la tolerancia, ya que Bokar fue posteriormente desterrado por su propio pueblo. "Ser violento es el colmo de la pereza", dice Brook. "La guerra siempre parece un gran esfuerzo pero en realidad es el camino más fácil. Y la falsa no violencia también es un ídolo." Brook ya le dio un mordisco a la historia hace cuatro años, pero, como es típico de él, no quedó satisfecho.
"De joven, yo experimentaba con todo", dice. Hombres, mujeres, ideas, drogas. "El LSD me abrió a percepciones cuya existencia no conocía, aunque sólo lo probé una vez". Los temas de soltar las riendas y transmitir la sabiduría que aparecen en Eleven and Twelve encuentran eco en un hombre que se halla a la mitad de su novena década. "Uno trata de dejar una huella. Lo que me horroriza es el teatro ideológico. Shakespeare nunca nos dijo cómo pensar. Tengo gran respeto por Brecht pero su camino no es el mío". La obra pone de manifiesto un costado de Brook que los periodistas y los biógrafos no se han atrevido a tratar, ya sea por miedo o por vergüenza: su larga búsqueda de un camino espiritual, más allá del éxito y la fama que le llegaron tan temprano y con tanta facilidad. No hay poco de los sufís en Brook. Y en Bokar ha encontrado a un héroe de dimensión shakesperiana que iguala a su maestro espiritual, el místico ruso-armenio George Ivanovitch Gurdjieff, cuyos Encuentros con hombres notables, fueron filmados por Brook en Afganistán antes de la invasión rusa.
Las ideas de Gurdjieff sobre el movimiento y la proporción, con fuerte influencia de los derviches que este conoció en Estambul, tuvieron un profundo efecto en el joven Brook. "No podía creer que el pensamiento científico y el religioso debieran estar en oposición. Tenía que haber un vínculo. Cuando vi que lo que llamamos belleza no es una cuestión estética sino que existe una ley absoluta, la sección áurea, que relaciona las proporciones y los números, de inmediato supe que todo ese asunto tenía sentido. Esto es algo tan rico que nada sería más nocivo que tratar de encapsularlo en un puñado de frases fáciles". Después de todo, ¿qué sería el misticismo sin su misterio?«
Traducción: Elisa Carnelli
The Guardian y Clarin
Peter Brook atraviesa a su interlocutor con la mirada. Para ver al gran hombre, hay que atravesar el escenario del antiguo teatro de París que Brook llama su mezquita y subir una escalera estrecha y zigzagueante hasta una especie de plataforma donde el director teatral más influyente de los últimos sesenta años pasa sus días sentado en las alturas, como un monje del Himalaya, sobre un futón ubicado en un rincón. Parece haberse encogido dentro de su ropa. El Brook que encuentro frente a mí de algún modo es más reducido, más humano, más apurado que el cuarentón que pasó como un rayo por la Royal Shakespeare Company, el West End y Broadway en medio de un frenesí creativo, agotando las posibilidades del teatro convencional antes de desaparecer literalmente en el desierto con una banda de actores-discípulos. Brook comenzó a acercarse al exilio a fines de la década de 1960, poco después de escribir El espacio vacío.
Durante los siguientes años, puso a prueba sus teorías y los límites de su compañía en todas las aldeas africanas asoladas por las moscas. Elaboró y reelaboró Orghast, así como su propia adaptación del poema épico persa La conferencia de las aves, y viajó desde el Sahara al delta del Níger y luego a India, Afganistán e Irán, indiferente a las amenazas de la disentería y la deserción. El resultado de esos experimentos cambió el teatro para siempre. Pero recién ahora Brook está terminando la obra que fue uno de los motivos que lo llevaron a aquel viaje. Eleven and Twelve se cuece a fuego lento en su cabeza desde hace cincuenta años. Representada sobre un escenario casi desnudo y cubierto de arena por un elenco llegado de todos los rincones de la tierra, es la esencia de Brook: descarnada, engañosamente simple, profunda y mágica, abre una pequeña puerta a un mundo al que su público de otro modo jamás habría accedido. La obra, que llegará a Londres el mes que viene, está basada en las memorias de un oscuro místico musulmán de Mali, Tierno Bokar, dirigente que puso fin a una sangrienta guerra religiosa al reconocer que sus adversarios tenían razón. En un nivel, esta historia sobre una disputa entre sufis en la que discutían si una plegaria debía ser pronunciada once o doce veces es una alegoría sobre el fundamentalismo. También opera como una crítica al colonialismo del divide y reinarás, pero quizá es más potente como parábola sobre el sacrificio que exige la tolerancia, ya que Bokar fue posteriormente desterrado por su propio pueblo. "Ser violento es el colmo de la pereza", dice Brook. "La guerra siempre parece un gran esfuerzo pero en realidad es el camino más fácil. Y la falsa no violencia también es un ídolo." Brook ya le dio un mordisco a la historia hace cuatro años, pero, como es típico de él, no quedó satisfecho.
"De joven, yo experimentaba con todo", dice. Hombres, mujeres, ideas, drogas. "El LSD me abrió a percepciones cuya existencia no conocía, aunque sólo lo probé una vez". Los temas de soltar las riendas y transmitir la sabiduría que aparecen en Eleven and Twelve encuentran eco en un hombre que se halla a la mitad de su novena década. "Uno trata de dejar una huella. Lo que me horroriza es el teatro ideológico. Shakespeare nunca nos dijo cómo pensar. Tengo gran respeto por Brecht pero su camino no es el mío". La obra pone de manifiesto un costado de Brook que los periodistas y los biógrafos no se han atrevido a tratar, ya sea por miedo o por vergüenza: su larga búsqueda de un camino espiritual, más allá del éxito y la fama que le llegaron tan temprano y con tanta facilidad. No hay poco de los sufís en Brook. Y en Bokar ha encontrado a un héroe de dimensión shakesperiana que iguala a su maestro espiritual, el místico ruso-armenio George Ivanovitch Gurdjieff, cuyos Encuentros con hombres notables, fueron filmados por Brook en Afganistán antes de la invasión rusa.
Las ideas de Gurdjieff sobre el movimiento y la proporción, con fuerte influencia de los derviches que este conoció en Estambul, tuvieron un profundo efecto en el joven Brook. "No podía creer que el pensamiento científico y el religioso debieran estar en oposición. Tenía que haber un vínculo. Cuando vi que lo que llamamos belleza no es una cuestión estética sino que existe una ley absoluta, la sección áurea, que relaciona las proporciones y los números, de inmediato supe que todo ese asunto tenía sentido. Esto es algo tan rico que nada sería más nocivo que tratar de encapsularlo en un puñado de frases fáciles". Después de todo, ¿qué sería el misticismo sin su misterio?«
Traducción: Elisa Carnelli
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