Después de analizar largamente con Jean Genet el montaje de El Balcón, él me dice: "Si fuera necesario Víctor, traicioname". Yo tenía autorización para cortar, introducir diálogos de otras piezas y de novelas en el espectáculo. Pero, en el momento de realizarlo, sentí que bastaba el texto original de Genet. En definitiva, me interesaba su esencia, porque su forma permanece antigua, presa de las convenciones del escenario a la italiana. El Balcón, en cierto aspecto, recuerda a Pirandello. Hoy Genet sabe que se asiste al fin de la literatura teatral y que la expresión dramática pasa por una metamorfosis, no por una crisis.
Concebí El Balcón con valores cósmicos y sería ideal que la pieza sucediese enteramente en el vacío: como alguien que no pudiese vivir más en la tierra y no consiguiera todavía desprenderse de los atributos terrestres. Pero no hay nada de vago o impreciso en esto. La libertad de expresión que aliento exige mucha disciplina que el acto de crear en la certeza y en la seguridad de las cosas. Detesto destruir, detesto la agresión. Adoraría que mi espectáculo quedase como un testimonio del instante. Me agrada aprehender el vacío. El ruido de lo carcomido que existe en el montaje es para que crean en la construcción.
Cuando siento, estallo y exploto. Nuestra contemporaneidad es la ruptura de estilos, pero no aceptaría que esto se tomase en un manierismo. Hoy no puede haber preconceptos. Es preciso ennoblecer las cosas, hasta el excremento. Eso es lo que quise mostrar en El Balcón.
Necesito de un mínimo de espacio escénico, condicionado a mi magnetismo, a mi ceremonia. Todavía no estamos preparados para actuar en el desierto, sin nada. Utilizo los elementos más primarios de la civilización, como la máquina, la rueda. Lo importante es el estímulo que esos elementos provocan en la gente - si son generosos-, cargados de amor. No me interesa el arte, como representación de lo cotidiano. Era necesario inyectar en el espectáculo sangre, semen y lágrimas. Uso de instrumentos de una alta cirugía espiritual, que nada tiene de anecdótico. El artista de hoy no crea el objeto, sólo lo señala. La camilla ginecológica es un excelente practicable para los actores. Tengo horror del escenario de telón pintado. Trabajo con un instrumental del siglo XX.
En este ambiente, los actores deben perder la individualidad, para recuperar después su identidad. Ellos actúan como si vendiesen su alma al diablo. De lo contrario, serían tragados por la máquina. Con este procedimiento, ellos humanizan la máquina afecta al hombre. Mi tarea, como director, no es más que un hilo de corriente. Organizo los fluídos, la energía anímica. Así es posible realizar un ritual. En la ceremonia que es El Balcón, atrapo el corazón del público".
(*) Nota de Víctor García para el programa de mano de El Balcón, estrenado en 1970 en San Pablo con la Compañía de Ruth Escobar. Al estreno asistió Jean Genet. Considerada su cumbre expresiva, El Balcón, obtuvo siete de los ocho premios de la Asociación de Críticos Brasileños y se mantuvo un año y medio en cartel.
Cuando siento, estallo y exploto. Nuestra contemporaneidad es la ruptura de estilos, pero no aceptaría que esto se tomase en un manierismo. Hoy no puede haber preconceptos. Es preciso ennoblecer las cosas, hasta el excremento. Eso es lo que quise mostrar en El Balcón.
Necesito de un mínimo de espacio escénico, condicionado a mi magnetismo, a mi ceremonia. Todavía no estamos preparados para actuar en el desierto, sin nada. Utilizo los elementos más primarios de la civilización, como la máquina, la rueda. Lo importante es el estímulo que esos elementos provocan en la gente - si son generosos-, cargados de amor. No me interesa el arte, como representación de lo cotidiano. Era necesario inyectar en el espectáculo sangre, semen y lágrimas. Uso de instrumentos de una alta cirugía espiritual, que nada tiene de anecdótico. El artista de hoy no crea el objeto, sólo lo señala. La camilla ginecológica es un excelente practicable para los actores. Tengo horror del escenario de telón pintado. Trabajo con un instrumental del siglo XX.
En este ambiente, los actores deben perder la individualidad, para recuperar después su identidad. Ellos actúan como si vendiesen su alma al diablo. De lo contrario, serían tragados por la máquina. Con este procedimiento, ellos humanizan la máquina afecta al hombre. Mi tarea, como director, no es más que un hilo de corriente. Organizo los fluídos, la energía anímica. Así es posible realizar un ritual. En la ceremonia que es El Balcón, atrapo el corazón del público".
(*) Nota de Víctor García para el programa de mano de El Balcón, estrenado en 1970 en San Pablo con la Compañía de Ruth Escobar. Al estreno asistió Jean Genet. Considerada su cumbre expresiva, El Balcón, obtuvo siete de los ocho premios de la Asociación de Críticos Brasileños y se mantuvo un año y medio en cartel.
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