Por Moira Soto
Ni Artemisia Gentileschi (1597-1652) ni Angelica Kaufmann (1740-1807), ni Rose Bonheur (1822-1899). Sí, en cambio, Louise Bourgeois, Nan Goldin, Rebecca Horn, Pipilotti Rist, Alicia Penalba y muchas otras artistas que pertenecen de lleno al siglo XX y comienzos del XXI, que han conquistado un lugar propio, destacado y personal, sorteando en muchos casos la marginación y el ninguneo a los que fueron sometidas por críticos, historiadores, directores de museos. Más de 250 artistas de Occidente y también de Oriente figuran en la audaz e histórica muestra Elles que ha tomado posesión de los niveles 4 y 5 del Centre Pompidou de París, desde el 27 de mayo de 2009 hasta el 21 de febrero de 2011.
Una muestra que rescata a las artistas mujeres de las colecciones del Pompidou, les consagra un amplio espacio agrupándolas por épocas, estilos, corrientes, temáticas, y les dedica una larga serie de actividades complementarias enriquecedoras (lecturas, conferencias, encuentros, ciclos de cine y video), amén de la publicación de un espectacular catálogo de casi 400 páginas con 300 ilustraciones, en versiones francesa e inglesa (39 euros), cuya atractiva portada brinda un detalle de la bellísima instalación A la belle étoile (2007), de la siempre provocativa suiza Pipilotti Rist. Por otra parte, vale resaltar que Elles es una muestra con vida propia, en movimiento, que va renovando su oferta de obras y eventos al público (¡ya fue vista por más de un millón de visitantes!): por ejemplo, el nivel 5 se cerrará en estos días, para reabrir el 15 de marzo, fecha en que presentará otras creaciones en la sección Modernes.
En los carteles ilustrativos que acompañan las obras, las propias artistas toman la palabra (escrita) y, como era de prever, muchas de ellas asisten a diálogos con los/as visitantes. Tampoco faltan en los textos colgados citas de escritoras, filósofas, novelistas, historiadoras... Propiamente, según se anuncia en el excelente sitio (elles.centrepompidou.fr), “Un musée au féminin”. A lo que se podría agregar: Justice est faite! Porque aunque inevitablemente faltan algunos nombres importantes entre las hacedoras de las –en total– 500 obras exhibidas, hay que reconocer la presencia de artistas de todo el mundo, incluidas las argentinas Lea Lublin, Marie Oresanz, la antes citada Penalba, así como la iraní Zaha Hadid, la española Cristina Iglesias, la yugoslava Sanja Ivekovic... Y ya en el curso del año pasado, se produjeron encuentros entre Avital Ronell y Judith Butler (bajo la consigna Troubles dans le genre), charlas (Une chambre à soi) por la curadora de la muestra, Camille Morineau, proyecciones de videos de Natalie Djurber (revelación de la Bienale de Berlín 2006), en uno de los cuales (Turn into Me) se puede observar la descomposición progresiva del cuerpo de una mujer, mostrada con precisión quirúrgica, hasta llegar al esqueleto. Asimismo, se asistió a la video performance ArtAction Féministe en Amérique Latine, de Regina José Galindo y Sandra Monterrroso y a sesiones de films de danza, homenaje a las coreógrafas y bailarinas que trastocaron el vocabulario tradicional, como Loïe Fuller, Isadora Duncan y Ruth Saint Denis (formadora, entre otros/as, de Martha Graham y Doris Humphrey).
Improntas modernas y contemporaneas
Si arrancamos desde el Nivel 4, tenemos a las Históricas, las que se atrevieron a criticar la historia oficial del arte, las que elaboraron su propia versión de la actualidad, las que dieron testimonio feminista: la fantástica Mariée (1963), de Niki de Saint-Phalle; Personal Cuts (1982), clásico video de Sonia Ivekovik; Cogito, ergo sun (1988), de Rosemarie Trockel. Entre las Físicas, denominación que alude a la representación del cuerpo y sus estereotipos, voilàVanites: Robe de chair pour albinos anorexique (1987), carne cruda de vaca sobre un maniquí, fotografía en colores de Jana Sterbak; Artiste Must Be Beatiful (1975), de Marina Abramovic; Selected Film Works (1972-1981), de Ana Mendieta. En la categoría de Excéntricas fueron seleccionadas artistas que hicieron su aporte a la redefinición de las categorías visuales y teóricas durante el siglo pasado, entre la abstracción y la figuración, lo conceptual y lo sensual: Agnès Martin, Louise Bourgeois, Silvia Bächli, Vera Molnar, Valérie Jouve, Hanne Darboven.
El sector de las Domésticas, contra lo que podría hacer sospechar ese título, abarca a aquellas que supieron construir su cuarto propio para crear, abordando con ironía y distancia el espacio privado y tejiendo lazos hacia el espacio público: Dorothea Tanning (Chambre 202, Hotel du Pavot, 1970); Charlotte Perriand (Bloc Sanitaire, 1972-74); Sophie Calle (L’Hôtel, 1981-83); Tatiana Trouvé (Rock, 2007).
Siempre en el Nivel 4, hacen su aparición las Narrativas, exploradoras intrépidas de diferentes usos del lenguaje en el arte: la narración, la enumeración, la autobiografía, la cita, la leyenda... Arte conceptual, mitologías de la vida cotidiana, apropiación y posmodernismo. Entre muchas otras, ellas son, en este apartado del Pompidou: Jenny Holzer (Signal Électronique, 1985); Barbara Kruger (Sans Titre, 1986); Cristina Iglesias (Untitled, Pasage II, 2002); Elija-Liisa Antila (The Wind, 2002). Y nos vamos de este piso con algunas de las Inmateriales, que se lanzaron a la desmaterialización de la obra: Matali Crasset (Splight, 2005); Alisa Andrasek (Flower Power..., 2005); Tacita Dean (Kodak, 2006); Geneviève Asse (Triptyque Lumière, 1970-71); Nancy WilsonPajic (Chapeau Lacroix, 1998).
Dora Maar (Nusch Eluard, 1935), Suzanne Valadon (La chambre bleue, 1923), Frida Kahlo (Autorretrato, 1938), Natalia Goncharova (Les Lutteurs, 1909-10); Hannah Höch, considerada fundadora del dadaísmo, (Mutter, 1930), Charlotte Perriand (Bureau en forme, 1939); Diane Arbus ( A Young Man in Curlers..., 1966), Sonia Delauney (Philomène, 1907), en el Nivel 5 dialogan hermosamente entre Pioneras, es decir, esas damas atípicas y combativas que participaron intensamente en las vanguardias, que se aventuraron por nuevos caminos en pintura, escultura, fotografía, diseño, cine, conscientes del calificado papel que estaban desempeñando en las mutaciones del arte de su época. Y que precisamente abrieron vías, dieron pista a las artistas que se multiplican en el Nivel 4...
Arte + Mujer ¿un incordio todavia?
Aunque algunas de sus tesis se consideren hoy superadas, Germaine Greer fue una de las teóricas feministas que trató de responder a la pregunta que había formulado en 1971, en un ensayo bisagra, en la revista Art News, Linda Nochlin: ¿Por qué no ha habido grandes artistas mujeres? En su libro The Obstacle Race, luego de una exhaustiva investigación, Greer reconstruía una suerte de museo de la creación femenina en pintura, a partir de la Edad Media. Treinta años antes de la muestra Elles del Pompidou, ella dividió su texto en varias salas: la de las Sirvientas (limpiadoras de pinceles, preparadoras de fondos), la de las Casadas (chicas con talento y educación que interrumpían su carrera al contraer matrimonio y consagrarse a la procreación y atención del marido), la de las Escandalosas, la de Artemisia Gentileschi... También proponía el Taller de Reparaciones, El Muro de las Locas y las Ingenuas, Las Delicias del Paternalismo... Dejando la respuesta a cargo de sus lectores/as, Greer no se privaba de resaltar los casi insalvables escollos que debía salvar una mujer con vocación artística en épocas anteriores al siglo 20 (un destino sellado de antemano, falta de formación, doble moral, etcétera).
En el artículo de Art News, Nochlin incitaba a que se revisaran los conceptos fundamentales de arte, artista, historia del arte, poniendo en evidencia el relegamiento de la obra de las mujeres por parte de críticos marcados por una ideología patriarcal. Otras ensayistas profundizaron en años posteriores el análisis de la presencia de la mujer en el arte, ya como objeto de representación, ya como creadora de obras con marcas específicas (Rozsika Parker, Griselda Pollock, Sophy Burnham). En este rápido y somero recuento, justo es recordar una nota del exigente crítico Holland Cotter (Finalmente, a través de los ojos de la mujer, The New York Time Magazine, 16/5/1999), donde puntualizaba las dificultades de analizar el recorrido de las mujeres en la historia del arte, recorrido indiscutiblemente ligado a la influencia del poder dominante en todos los ámbitos. Con ecuanimidad, Cotter aceptaba que no se podía hacer trabajo “sin reconocer cuán profundamente han influido en nuestros reflejos culturales y políticas sexuales las imágenes que hemos recibido de las mujeres en el arte: como madre, diosa, musa, objeto sexual y, finalmente, como dueña de su propio lugar en la creación”. El arte, señalaba certeramente este crítico, “es una cuestión de poder, de quién es el dueño de las herramientas, de quién hace las reglas, de quién logra darle forma artística a la imagen del mundo. Tradicionalmente, en las artes consideradas nobles, eran los hombres los que creaban las imágenes, eran los únicos con acceso a entrenamiento, contaban con el apoyo de sus pares y del mecenazgo, como con exactitud lo señalaba Nochlin en su famoso artículo”. Hubo excepciones que confirmaban la regla, ya se sabe: monjas medievales, algunas pintoras renacentistas que lograron salirse con la suya, “pero no fue hasta este siglo y particularmente durante los últimos 30 años, que ese patrón empezó a cambiar en forma significativa, con mujeres reclamando firmemente su lugar en el mundo del arte”.
En el catálogo de la muestra Elles, la curadora Camilla Morineau también se refiere al artículo –“uno de los fundadores del pensamiento crítico feminista en el arte”– de Linda Nochlin, subrayando que durante demasiado tiempo las mujeres no contaron con condiciones de producción ni modos de representación y promoción necesarios para acceder al status de artista. Morineau se pregunta qué nos revelan los sedimentos de la historia y del pensamiento que se reflejan en las colecciones de un museo del siglo 20: “Casi 40 años después (de la pregunta de Nochlin), una institución francesa responde de manera diferente al interrogante. Las artistas mujeres son hoy suficientemente numerosas, diversas, representativas como para permitir al museo cumplir su misión: la de describir la historia del arte moderno y contemporáneo con ‘elles’ (...) Por fin esto es posible, hay suficientes mujeres artistas hoy para reescribir esta historia”. Morineau reconoce que otros museos y galerías del mundo han reunido obras de mujeres en algunas de sus exposiciones, pero afirma que “la del Pompidou es la primera en mostrar sus colecciones bajo este enfoque. La inscripción de un acontecimiento en la historia es a veces suficiente para cambiar su curso...”
A su vez, Elisabet Lebovici anota en su ensayo La Gêne Féminin, que escribió para el Catálogo: “Hay algo específico en las exposiciones ‘de mujeres’ que pregona de buenas a primeras su particularidad, que incomoda incluso entre las artistas concernidas. Femmes, au féminin, féminin, femelle ¡qué intríngulis!” Lebovici declara con franqueza: “Unido al vocabulario de la creación, lo femenino desentona, desluce. La marca de género afecta a las exposiciones desde el título”. Y evoca a Monique Wittig: “Género es empleado en singular porque no hay más que uno: el femenino. Pues el masculino no es masculino sino universal”. En consecuencia, confirma Lebovici: “De un lado lo universal, del otro, la marca de género”.
Fuente: Página 12
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