Esmeralda Mitre, actriz
Autor: Sabasatián Soldano
Como pelar una manzana. “Encarnar un personaje es como pelar una manzana. Comienzo a quitar las capas hasta encontrar la esencia. Un proceso que puede llevarme meses, como me ocurrió en el último que representé en la comedia ´Play´ de Beckett, del mismo modo en que me busco a mí misma."
—¿Qué es eso que busca?
—No es nada más que tener mi profesión. Hoy quiero ser actriz. Tal vez, mañana, productora. O quizás, escritora. Actualmente escribo sobre arte en una revista de gastronomía y buen vivir. Lo mío es y será siempre pasión por la expresión y no la obsesión por el trabajo.
—Lo dice desde un lugar de privilegio. La comodidad de no tener que hacer malabares para llegar a fin de mes...
—Reconozco que he tenido una vida fácil, pero nunca dejé de ser una luchadora. Mis viejos siempre me hicieron sentir que teníamos menos de lo que realmente tenemos, y jamás me malcriaron. Aunque debo reconocer que me ayudan con las expensas. Más allá de todo, mi actitud es de autogestión.
Por otro lado, creo que la mujer tiene que trabajar hasta cierto punto. No me va la “mina supertrabajadora”, porque deja mucho de lado. Yo pretendo compatibilizar mi profesión con una linda familia, caballos, arte y un ambiente natural. Si una elige tener marido e hijos, debe hacerse cargo y darles el tiempo correspondiente.
—¿Se trata de su costado feminista o machista?
—De mi lado más femenino, el “antifálico”.
La bohemia afortunada. “Siempre habrá prejuicios, y para quienes venimos de un sector socioeconómico más elevado existen más presiones por demostrar que valemos, más lucha para ser aceptados. Dan ganas de gritar, ¡ey, no soy sólo lo que me tapa!"
—¿Cuáles son sus presiones?
—Ser una buena persona, lograr mi propia historia y jamás perder el interés profesional. El éxito no me desvela.
—¿Actuar es una forma de rebelión?
—Una puede ser lo que nunca será y sin riesgos de exposición, eso es poner la rebeldía en función del arte. Lo fui en mi adolescencia, pero hoy ser rebelde no me parece divertido, ni femenino. Conservo mi carácter, pero moderada y racionalmente.
Su actitud da un batacazo a la sospecha de los miedos en su haber. Pero esa firme personalidad de la que Esmeralda hace gala, tiene un costado extra. “Ser tan fuerte e independiente, me hace vulnerable al temor de la entrega. Así como dejo lugar para mis tiempos y espacios, también lo dejo para los miedos: mis mecanismos de defensa. Sólo me brindo a los trabajos que me dan seguridad y a los amores que valen la pena”, confiesa.
—¿Cuál es su modo de amar?
—Soy de entrega lenta, me cuesta enamorarme. Pero cuando amo lo hago intensamente, y desde la idea de proyecto en común.
—¿Su ideal de hombre?
—Para que alguien me enamore debe ser auténtico, saber e invitar a jugarse, ser soñador y capaz de lograr conectarme con todas mis partes: la tristeza y la alegría. Pero el secreto del amor es no detenerse jamás en la construcción.
A pesar del romance que en la vorágine estival de la caza de primicias le adjudicaron con Jorge “Corcho” Rodríguez, amigo de la familia y colaborador en la Academia del Sur, fundación benéfica que lidera su madre, Esmeralda tiene los sentidos puestos en otro lado. Hace dos meses, mantiene un romance con Javier, hijo del talentoso escritor Tomás Eloy Martínez, empleado de su padre en “La Nación”. “Estamos descubriendo el vínculo, y eso se siente muy bien”, desliza aún con la cautela de la exposición y un dejo de timidez que resulta una gran sorpresa.
Cree que el imaginario social carga las tintas de sus logros al apellido. Que la posibilidad de trabajar a voluntad en el diario de su padre es una fantasía y que no existe nadie con menos contactos en el mundo del espectáculo que su familia, para acomodarla en los medios.
—¿Es usted “la oveja negra” de las “chicas bien”?
—Mi circuito de relaciones es más amplio, gente bien y no tanto, pero siempre inteligentes. Suelo rodearme de personas interesantes, que permitan un intercambio profundo. Me aburre hablar durante horas sobre el último modelo de jeans.
—¿Cada cuánto hace shopping?
—Dos veces al año, en invierno y en verano. Me gusta comprar, pero aprendí a tener sólo lo justo y necesario. Busco mi propio estilo y detesto emperifollarme. En mi guardarropa hay tres jeans, tres remeras, tres botas y un tapado. Soy la mujer antimoda, porque no hay nada más démodé que estar a la moda. Sólo me pongo encima aquello que quiebra el concepto estándar.
De labios siempre rojos, que contrastan con el blanco de su piel, y que son inspiración y homenaje a Catherine Deneuve en el filme Belle de Jour, sólo un toque de fanática atención a las cuestiones estéticas. “Recién ahora comencé a cuidarme, voy al gym y trato de comer sano. Mi imagen no es lo más importante, y a esta altura de mi vida no quiero que se convierta en una dependencia. Me siento más cómoda en el despojo, no uso más accesorios que una tobillera en verano.”
El peso de un apellido. “En un primer momento sentí que la gente no podía entender que una chica de familia patricia peleara por trabajar a vocación. Pero ahora, en este medio, ya soy Esmeralda. ´La Mitre´ quedó atrás. Haber demostrado lo que puedo hacer quebró las barreras. Hoy disfruto más ser quien soy, porque me hice cargo de qué, quién y cómo soy.”
Fuente: Caras
Autor: Sabasatián Soldano
Como pelar una manzana. “Encarnar un personaje es como pelar una manzana. Comienzo a quitar las capas hasta encontrar la esencia. Un proceso que puede llevarme meses, como me ocurrió en el último que representé en la comedia ´Play´ de Beckett, del mismo modo en que me busco a mí misma."
—¿Qué es eso que busca?
—No es nada más que tener mi profesión. Hoy quiero ser actriz. Tal vez, mañana, productora. O quizás, escritora. Actualmente escribo sobre arte en una revista de gastronomía y buen vivir. Lo mío es y será siempre pasión por la expresión y no la obsesión por el trabajo.
—Lo dice desde un lugar de privilegio. La comodidad de no tener que hacer malabares para llegar a fin de mes...
—Reconozco que he tenido una vida fácil, pero nunca dejé de ser una luchadora. Mis viejos siempre me hicieron sentir que teníamos menos de lo que realmente tenemos, y jamás me malcriaron. Aunque debo reconocer que me ayudan con las expensas. Más allá de todo, mi actitud es de autogestión.
Por otro lado, creo que la mujer tiene que trabajar hasta cierto punto. No me va la “mina supertrabajadora”, porque deja mucho de lado. Yo pretendo compatibilizar mi profesión con una linda familia, caballos, arte y un ambiente natural. Si una elige tener marido e hijos, debe hacerse cargo y darles el tiempo correspondiente.
—¿Se trata de su costado feminista o machista?
—De mi lado más femenino, el “antifálico”.
La bohemia afortunada. “Siempre habrá prejuicios, y para quienes venimos de un sector socioeconómico más elevado existen más presiones por demostrar que valemos, más lucha para ser aceptados. Dan ganas de gritar, ¡ey, no soy sólo lo que me tapa!"
—¿Cuáles son sus presiones?
—Ser una buena persona, lograr mi propia historia y jamás perder el interés profesional. El éxito no me desvela.
—¿Actuar es una forma de rebelión?
—Una puede ser lo que nunca será y sin riesgos de exposición, eso es poner la rebeldía en función del arte. Lo fui en mi adolescencia, pero hoy ser rebelde no me parece divertido, ni femenino. Conservo mi carácter, pero moderada y racionalmente.
Su actitud da un batacazo a la sospecha de los miedos en su haber. Pero esa firme personalidad de la que Esmeralda hace gala, tiene un costado extra. “Ser tan fuerte e independiente, me hace vulnerable al temor de la entrega. Así como dejo lugar para mis tiempos y espacios, también lo dejo para los miedos: mis mecanismos de defensa. Sólo me brindo a los trabajos que me dan seguridad y a los amores que valen la pena”, confiesa.
—¿Cuál es su modo de amar?
—Soy de entrega lenta, me cuesta enamorarme. Pero cuando amo lo hago intensamente, y desde la idea de proyecto en común.
—¿Su ideal de hombre?
—Para que alguien me enamore debe ser auténtico, saber e invitar a jugarse, ser soñador y capaz de lograr conectarme con todas mis partes: la tristeza y la alegría. Pero el secreto del amor es no detenerse jamás en la construcción.
A pesar del romance que en la vorágine estival de la caza de primicias le adjudicaron con Jorge “Corcho” Rodríguez, amigo de la familia y colaborador en la Academia del Sur, fundación benéfica que lidera su madre, Esmeralda tiene los sentidos puestos en otro lado. Hace dos meses, mantiene un romance con Javier, hijo del talentoso escritor Tomás Eloy Martínez, empleado de su padre en “La Nación”. “Estamos descubriendo el vínculo, y eso se siente muy bien”, desliza aún con la cautela de la exposición y un dejo de timidez que resulta una gran sorpresa.
Cree que el imaginario social carga las tintas de sus logros al apellido. Que la posibilidad de trabajar a voluntad en el diario de su padre es una fantasía y que no existe nadie con menos contactos en el mundo del espectáculo que su familia, para acomodarla en los medios.
—¿Es usted “la oveja negra” de las “chicas bien”?
—Mi circuito de relaciones es más amplio, gente bien y no tanto, pero siempre inteligentes. Suelo rodearme de personas interesantes, que permitan un intercambio profundo. Me aburre hablar durante horas sobre el último modelo de jeans.
—¿Cada cuánto hace shopping?
—Dos veces al año, en invierno y en verano. Me gusta comprar, pero aprendí a tener sólo lo justo y necesario. Busco mi propio estilo y detesto emperifollarme. En mi guardarropa hay tres jeans, tres remeras, tres botas y un tapado. Soy la mujer antimoda, porque no hay nada más démodé que estar a la moda. Sólo me pongo encima aquello que quiebra el concepto estándar.
De labios siempre rojos, que contrastan con el blanco de su piel, y que son inspiración y homenaje a Catherine Deneuve en el filme Belle de Jour, sólo un toque de fanática atención a las cuestiones estéticas. “Recién ahora comencé a cuidarme, voy al gym y trato de comer sano. Mi imagen no es lo más importante, y a esta altura de mi vida no quiero que se convierta en una dependencia. Me siento más cómoda en el despojo, no uso más accesorios que una tobillera en verano.”
El peso de un apellido. “En un primer momento sentí que la gente no podía entender que una chica de familia patricia peleara por trabajar a vocación. Pero ahora, en este medio, ya soy Esmeralda. ´La Mitre´ quedó atrás. Haber demostrado lo que puedo hacer quebró las barreras. Hoy disfruto más ser quien soy, porque me hice cargo de qué, quién y cómo soy.”
Fuente: Caras
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