Work in progress. En cada funcion una chica distinta será Karina, la uruguaya que trajo sus sueños a Buenos Aires cinco años atrás.
En una escuela, Gerardo Naumann elige extras que, en cada función, cuentan la historia de una chica, según un diario íntimo encontrado en la calle.
Natalia Laube
La cronología es más o menos la siguiente: en 2001, una chica uruguaya llamada Karina decide venir a vivir a Buenos Aires en busca de trabajo y en compañía del chico del cual está enamorada, Luis. Hasta entonces, Karina y Luis no son estrictamente una pareja, y el viaje a la gran ciudad se impone como un desafío determinante en ese sentido: la relación, a partir de ahora, lejos de casa, puede crecer o puede terminar de desintegrarse.
Mientras sucede el aterrizaje en la Argentina y va tomando forma cada uno de sus proyectos –o, mejor dicho, mientras eso que creía encontrar del otro lado del Río de la Plata comienza a diluirse–, Karina va reflejando cada vivencia en su diario íntimo, que hasta entonces es un cuaderno más de una chica más. Casi un lustro más tarde, un director de teatro con ganas de hacer cine llamado Gerardo Naumann camina por la ciudad y se cruza con un cartonero leyendo ese diario, que Karina había tirado a la basura. No duda demasiado tiempo: compra el diario a 20 pesos y se lo lleva a su casa. Esa noche será la primera vez que se encuentre con la historia de la uruguaya. Naumann, que por entonces tenía ganas de hacer una película, termina de decidirse: va a contar la historia de Karina en un guión y después va a filmarla. Sí, resuelve eso.
Pero el tiempo va pasando y el director sigue sin encontrar el tono que considera justo para aquel guión: nada de lo que escribió parece gustarle demasiado. Entonces, como parte del proceso –para mantener vivo el proyecto, para ayudarse a seguir pensándolo– Naumann crea Una obra útil. El nombre refleja lo que este trabajo significa para él: lejos de la búsqueda de entretenimiento cultural (ni más ni menos sustanciosa por esto que otras obras, simplemente posicionada en otro lugar) su trabajo no tiene como fin único divertir o hacer llorar –o sensibilizar, en cualquiera de sus formas– al público que la ve. Más bien, mezcla de ficción y documental, parece proponerse participar a su público de la génesis de un proyecto que –como muchos en la vida de un artista– no quiere pasar al olvido y reclama atención, pero se rebela ante la idea de volverse, finalmente, un proyecto terminado.
Así, con la libertad del work in progress (aunque, en términos estrictos, éste sea el paso previo de una obra que será otra, porque su soporte será otro), Naumann prueba en vivo varias escenas que podrían formar parte del film, organiza a los extras como en una castinera, hasta juega a probar nuevas actrices para el papel de Karina –una chica distinta por función– para advertir si hay algo que todavía no ha visto, no había entendido de ese personaje que lo tiene en vilo. Y todo eso en el comedor de una escuela pública de Palermo, pero sin sillas ni mesas, porque el espacio libre y blanco funciona como locación perfecta para los ensayos de Naumann y porque estamos ante una obra más del ciclo Intervenciones del Centro Cultural Rojas, que en su primera edición había presentado la obra Interiores, de Mariano Pensotti y que se propone “acercar al espectador a una experiencia donde están corridos los límites de la representación”.
Por si tanta naturalidad en las escenas representadas amenaza con hacernos sentir testigos exclusivos de un proceso creativo que se gesta ante nuestro ojos, ahí aparece Naumann para recordarnos que el límite entre ficción y documental es fino, pero está presente: “Soy Gerado Naumann, el director, y para hacer esta obra tuve que aprenderme varios textos de memoria, incluso éste que estoy diciendo”. Palabras más, palabras menos, su línea introductoria funciona como otra cachetada más a nuestra previsibilidad. Y es eso, el rompimiento de esquemas, es sin dudas un objetivo cumplido en su trabajo.
Fuente: Critica
La cronología es más o menos la siguiente: en 2001, una chica uruguaya llamada Karina decide venir a vivir a Buenos Aires en busca de trabajo y en compañía del chico del cual está enamorada, Luis. Hasta entonces, Karina y Luis no son estrictamente una pareja, y el viaje a la gran ciudad se impone como un desafío determinante en ese sentido: la relación, a partir de ahora, lejos de casa, puede crecer o puede terminar de desintegrarse.
Mientras sucede el aterrizaje en la Argentina y va tomando forma cada uno de sus proyectos –o, mejor dicho, mientras eso que creía encontrar del otro lado del Río de la Plata comienza a diluirse–, Karina va reflejando cada vivencia en su diario íntimo, que hasta entonces es un cuaderno más de una chica más. Casi un lustro más tarde, un director de teatro con ganas de hacer cine llamado Gerardo Naumann camina por la ciudad y se cruza con un cartonero leyendo ese diario, que Karina había tirado a la basura. No duda demasiado tiempo: compra el diario a 20 pesos y se lo lleva a su casa. Esa noche será la primera vez que se encuentre con la historia de la uruguaya. Naumann, que por entonces tenía ganas de hacer una película, termina de decidirse: va a contar la historia de Karina en un guión y después va a filmarla. Sí, resuelve eso.
Pero el tiempo va pasando y el director sigue sin encontrar el tono que considera justo para aquel guión: nada de lo que escribió parece gustarle demasiado. Entonces, como parte del proceso –para mantener vivo el proyecto, para ayudarse a seguir pensándolo– Naumann crea Una obra útil. El nombre refleja lo que este trabajo significa para él: lejos de la búsqueda de entretenimiento cultural (ni más ni menos sustanciosa por esto que otras obras, simplemente posicionada en otro lugar) su trabajo no tiene como fin único divertir o hacer llorar –o sensibilizar, en cualquiera de sus formas– al público que la ve. Más bien, mezcla de ficción y documental, parece proponerse participar a su público de la génesis de un proyecto que –como muchos en la vida de un artista– no quiere pasar al olvido y reclama atención, pero se rebela ante la idea de volverse, finalmente, un proyecto terminado.
Así, con la libertad del work in progress (aunque, en términos estrictos, éste sea el paso previo de una obra que será otra, porque su soporte será otro), Naumann prueba en vivo varias escenas que podrían formar parte del film, organiza a los extras como en una castinera, hasta juega a probar nuevas actrices para el papel de Karina –una chica distinta por función– para advertir si hay algo que todavía no ha visto, no había entendido de ese personaje que lo tiene en vilo. Y todo eso en el comedor de una escuela pública de Palermo, pero sin sillas ni mesas, porque el espacio libre y blanco funciona como locación perfecta para los ensayos de Naumann y porque estamos ante una obra más del ciclo Intervenciones del Centro Cultural Rojas, que en su primera edición había presentado la obra Interiores, de Mariano Pensotti y que se propone “acercar al espectador a una experiencia donde están corridos los límites de la representación”.
Por si tanta naturalidad en las escenas representadas amenaza con hacernos sentir testigos exclusivos de un proceso creativo que se gesta ante nuestro ojos, ahí aparece Naumann para recordarnos que el límite entre ficción y documental es fino, pero está presente: “Soy Gerado Naumann, el director, y para hacer esta obra tuve que aprenderme varios textos de memoria, incluso éste que estoy diciendo”. Palabras más, palabras menos, su línea introductoria funciona como otra cachetada más a nuestra previsibilidad. Y es eso, el rompimiento de esquemas, es sin dudas un objetivo cumplido en su trabajo.
Fuente: Critica
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