El dúo que dirige el Centro Coreográfico de Nantes da cuenta de sus obsesiones y repasa el estado actual del género en su país: “Siempre hubo mucho apoyo desde el gobierno francés, pero lamentablemente éstas son épocas más difíciles...”
Por Alina Mazzaferro
La entrevista es en el primer piso del recientemente restaurado teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza. Quien guía hacia la sala baja la voz, porque allí algo especial parece estar sucediendo. De pronto, una visión: detrás del pesado cortinado de pana, una veintena de personas avanza hacia la puerta, lenta pero densamente. La luz se cuela por el inmenso vitreaux y los colores se esparcen por esos rostros fascinados. Una tenue melodía acompaña esos pasos espectrales. Después se arman parejas; unos se arrojan inesperadamente, caen como bolsas de papas al suelo, como si de golpe el alma se les hubiera escapado del cuerpo. Los otros, atentos, sostienen a sus compañeros como pueden, evitan el golpe, con instinto fraternal los aprietan contra el pecho. Algunas pocas personas se esconden detrás de las columnas y espían aquello como a un ritual desconocido, con igual intriga y respeto. “Fue extremadamente fuerte –susurran por ahí–, no técnicamente, sino por el nivel de entrega y compromiso que hubo desde el primer momento. Acá no estamos acostumbrados a eso.”
La clase –porque efectivamente de eso se trataba– era dictada por el coreógrafo Claude Brumachon y el bailarín y asistente coreográfico Benjamin Lamarche, recién llegados desde Nantes a Buenos Aires no sólo para dar esta master class y una charla para profesionales de la danza, sino especialmente para mostrar fragmentos de su extensa producción con Dúos, el espectáculo que podrá verse, con entrada libre y gratuita, hoy a las 20 en el Teatro Coliseo Podestá de La Plata (calle 10, Nº 733) y mañana a las 19.30 en el Anfiteatro Eva Perón de Parque Centenario (Lilio y Leopoldo Marechal, en caso de lluvia pasa para el viernes). Además, el sábado la compañía visitará Santa Fe, para presentarse en el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo a las 21.30.
Los bailarines argentinos y franceses rompen el clima con un estallido de palmas, lo que significa que la clase ha terminado. Todos se alejan rápidamente, dejando el espacio vacío. Mientras tanto, los maestros, agotados pero satisfechos, se preparan para conversar con Página/12. Hace doce años que Brumachon y Lamarche no venían a la Argentina. “Pero hay gente que se nos acerca para decirnos que nos recuerdan, que quedaron marcados por Folie”, se alegran. Esa obra de 1989 que impactó al público local condensa todos los elementos del lenguaje de los franceses: la revuelta, la pasión, el combate de los cuerpos, el desgarro, los tormentos, la exposición de la carne. En ese, como en todos los casos, Brumachon es el responsable de la creación, pero Lamarche es su principal intérprete y mano derecha desde que se inició la compañía, en 1984. O incluso desde antes, porque ambos se conocieron en 1981 en un curso de danza, se reunieron “con el objeto de crear nuestra propia materia del movimiento, nuestra escritura coreográfica” y desde entonces no se separaron. En 1990 se mudaron a Nantes, donde la ciudad les donó una capilla en la que ahora funciona el Centro Coreográfico de Nantes que ellos dirigen, que además es la sede de la compañía. Si bien el equipo tiene una trayectoria de más de veinte años y un repertorio de alrededor de cincuenta obras, para Brumachon, a lo largo de todo ese tiempo, la búsqueda ha sido la misma: “Tengo la impresión de que mi obra es como un cuadro de Ingres”, revela. “El tenía una obsesión y pintó lo mismo durante veinte años.”
¿Cuál es la obsesión que comparten Brumachon y Lamarche? “El cuerpo y el ser humano”, asegura el segundo. “Cada creación puede tener un color propio, pero siempre está presente la pregunta sobre el hombre. Puede tratarse de uno solo o de una obra con dieciocho bailarines, pero cada pieza es un modo de mirar al ser humano y al mundo.” “Desarrollé toda mi obra a partir de una misma búsqueda –agrega Brumachon–, una obsesión recurrente: la pregunta por la condición humana, que es la pregunta del existencialismo. La danza es mi forma de escritura, de reflexionar sobre ello.” Esa escritura tiene una matriz, un punto de partida común al que ellos describen con palabras que aparecen una y otra vez a lo largo de la charla: acción, revuelta, volcanismo, revolución, espacialidad, relación con el otro y, en medio de todo eso, el cuerpo.
–Trabajan con temas que aún son muy significativos para Latinoamérica, como la opresión y la libertad...
Claude Brumachon: –Son significativos para todo el mundo. Molière se preocupaba por la condición humana, las jerarquías sociales, el lugar de los nobles y los pobres, la relación del burgués y el no burgués. Esas mismas preguntas son recurrentes en nuestra obra. Ponemos en escena a la masa de gente reunida para hacer la revolución, ya sea alrededor de Versalles o en las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam. Es un tema relevante para Latinoamérica y para el resto del mundo.
Esta vez, sin embargo, no estarán las masas en escena, sino que lo que los franceses han traído a la Argentina es un espectáculo compuesto por ocho dúos, pequeños extractos de diferentes piezas que la compañía abordó desde 1988 a la actualidad. “Será un viaje a través de toda nuestra producción. Podrá verse que hubo una evolución en el tiempo de nuestro lenguaje, pero también que hay una fuerte constante. Un dúo de una obra de 1988 se ubica en el Medioevo y muestra a la mujer intocable y el amor imposible; otro es de una pieza sobre Kafka y la paranoia; otro cuenta la historia de Camille Claudel y Rodin, esa relación pasional entre la modelo y el maestro”, anticipa Lamarche. La libertad, la animalidad del hombre, la huelga, son otros de los temas que estarán presentes. “El último dúo es de una obra nueva que está en preparación”, revelan.
Si los fragmentos de los ’80 no han perdido su vigencia y pueden ser yuxtapuestos a otros más actuales es porque Brumachon no ha puesto nunca el acento en la técnica del bailarín, sino que lo ha preparado para comunicar problemáticas universales y atemporales. Por eso, esta compañía se ha hecho de un amplio repertorio que lleva de gira, con éxito, por el mundo entero y que jamás envejece.
–Pero, ¿cómo fue recibida su obra en los comienzos, allá por 1984, cuando fundaron la compañía?
C. B.: –El público siempre estuvo atento a lo que hacíamos, hubo buena recepción desde el principio.
Benjamin Lamarche: –En los ’80 hubo una gran movida de danza contemporánea en Francia. Había gente haciendo cosas nuevas y muy diferentes por todas partes. Fue una época de mucha búsqueda y el público estaba bien predispuesto a consumir lo novedoso. Luego, en los ’90, muchos de estos grupos y coreógrafos continuaron trabajando, otros desaparecieron y se fueron sumando a las filas los jóvenes que llegaban al campo. Y el público siguió siendo receptivo a una forma de danza que era rupturista con respecto a los viejos parámetros.
–¿En qué estado se encuentra la danza en Francia hoy?
B. L.: –La danza ha tenido siempre mucho apoyo desde el gobierno francés, pero lamentablemente estas son épocas más difíciles. Hay menos preocupación por el desarrollo de la cultura. Hay menos subsidios y por ello mucha gente ha dejado de trabajar en el campo de la danza. Esto vuelve aún más difícil la situación para los jóvenes que se inician en la coreografía o intentan lanzar una compañía independiente. Y esto sucede no por la crisis sino porque este gobierno no pone el acento en la cultura. En los gobiernos de François Mitterrand y Jacques Chirac la cultura era algo importante y una buena porción del presupuesto se destinaba a ella. Hoy la danza no es más una preocupación. Los políticos hablan de seguridad, de empleo, de la paranoia, de la niñez y la educación o de la ecología, pero la cultura parecería no estar más en la agenda. Y como la danza contemporánea es la hermana pobre de la cultura, es la que más sufre.
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