Para el escándalo de algunos y regocijo de otros, una nueva mirada de aires porno es cada día más habitual en los montajes operísticos. ¿Una nueva receta para salvar un género en crisis creativa?
Por: David Barba *
En ¿Hacemos una porno?, Kevin Smith nos cuenta la historia de Zack y Miri, dos jóvenes que deciden rodar una película casera de sexo explícito como remedio para pagar sus facturas pendientes: el resultado se llama La guarra de las galaxias. En la nueva versión de Tannhäuser que estrenó en marzo el Teatro Real, el británico Ian Judge recreaba con escenas de sexo explícito la bacanal con la que Wagner iniciaba el primer acto de la famosa ópera: el resultado mantiene el título original - Wagner no es George Lucas.
No cabe duda de que el Teatro Real también necesita pagar las facturas. Y el sexo explícito llena. Lo sorprendente es que, en los años que llevamos de siglo XXI, esa mirada pornográfica que parodia Kevin Smith haya dado el salto de la cultura popular hasta la ópera, el último reducto de lo que - a pesar de la muerte de las viejas categorías culturales-algunos selectos aún denominan sin guasa como alta cultura.
Por mirada pornográfica entiéndase esa censura productiva que, según Michel Foucault, se da en el porno cuando empaqueta y comercializa ese último reducto de la privacidad que era el sexo, diciéndonos cómo tiene que ser y cómo hay que poner en escena sexo, cuerpo y placer. Añadamos el hecho de que, en estos años, el porno ha dejado de ser considerado obsceno para convertirse en una más de nuestras industrias culturales. Luego se ha vuelto aceptable pornificar cualquier producto cultural - y la ópera lo es.
Curiosamente, la pornificación le viene que ni pintada a Tannhäuser: la ópera cuenta la historia del caballero así llamado que, mancebo de la mismísima Venus, decide peregrinar a Roma para hacerse perdonar por el Santo Padre, quien, escandalizado, le niega el pan y la sal: "Lo mismo que este báculo de mi mano nunca se adornará con brotes verdes, el ardiente fuego del infierno no dejará que la salvación florezca para ti". En el último acto, se produce el milagro: el báculo del Papa florece. ¡Aparecen los famosos brotes verdes!
Pues bien, para brotes verdes, los de la orgía inicial de Tannhäuser sobre plataformas giratorias - como la que emplea la Sala Bagdad de porno en vivo-,con la mitad del elenco en coyunda colectiva al estilo proam de los gonzos de John Stagliano. Nada nuevo bajo el sol: antes, el porno ya dio el salto del VHS al cine de arte y ensayo gracias a directores como Lars von Trier, Gaspar Noé, Catherine Breillat o Todd Solondz. Pero ese contagio venéreo del vídeo al cine era fácil: la cámara es el panóptico de la mirada pornográfica. El más difícil todavía consistía en aplicar la receta a un viejo mundo wagneriano en crisis.
Así las cosas, en la ópera centroeuropea se ha puesto de moda el sexo y la violencia. No menos sucede en la Ópera de París que dirige Gérard Mortier, quien, en los años 90, también amortizó su paso por Salzburgo con un subidón de espectacularidad y público. Por cierto, que el belga aterr (or) izará en el Teatro Real en el 2010 - la España de los grandes fichajes no sólo atañe al fútbol.
Ya en España, Calixto Bieito se ha encargado de derribar concienzudamente los viejos códigos morales de la ópera, ante lo que algunos bienpensantes no sólo hablan de deterioro artístico, sino de deterioro moral. En el 2007, su Woyzzeck provocó un gran escándalo en el Real al mostrar un cóctel de higadillos y desnudos, en una recreación goresex de la ópera de Alan Berg, donde el personaje del doctor sacaba a escena cadáveres desnudos a los que trepanaba y extraía vísceras sanguinolentas. El cóctel se acompañaba de escenas eróticas y desnudos colectivos frente a los que el indigestado público montó una bronca de cuidado.
En enero del mismo año, Giorgio Albertazzi se dedicó a anunciar a bombo y platillo que el estreno romano de su versión de Salomé,de Richard Strauss, sería un despelote - "hasta las bailarinas estarán desnudas"-,adobado con momentos gore como "la cabeza del Bautista rodando hacia la platea". Además, una de las protagonistas iba a aparecer con el pubis afeitado: "Está depilándose poco a poco, un trocito cada día", declaró el astuto Albertazzi, arrastrando a los medios a una polémica de grandes réditos publicitarios que, al final, se quedó en poca chicha y mucho silbido contra el director.
En el 2006, Martin Kušej comenzó a pasearse por Europa con una truculenta versión de Lady Macbeth de Mzensk,la única ópera de Shostakovich - juzgada pornográfica por Stalin, fue proscrita en 1934. El autor incluyó una escena de violación, una cópula con orgasmo - sabiamente explicitado por la sección de viento-y una protagonista llena de furor uterino que asesina a tres sujetos antes de acabar lanzándose al Volga. Esta vez, pese al contenido escabroso, la crítica quedó encantada con la puesta en escena de Kušej.
No ocurrió lo mismo con el Sansón y Dalila que Tilman Knabe estrenó en Colonia el pasado mayo; ante la apabullante muestra de casquería y violaciones que muestra su versión de la ópera de Saint-Saëns, 28 de los 64 componentes del elenco, incluida la mezzosoprano, tomaron la baja médica. En el 2008, también fue criticado acerbamente Un ballo in maschera,de Verdi, en versión del coreógrafo austriaco Johann Kresnik, célebre por sus óperas al desnudo. Esta vez, Kresnik seleccionó a 35 figurantes de más de 50 años, los desnudó y los presentó ante el público ataviados con máscaras del ratón Mickey, sobre un decorado de las Torres Gemelas en ruinas.
Ante esta sucesión de escenas pop, publicitarismo y ganas de épater,la vieja guardia de la ópera se lleva las manos a la cabeza; más les valdría agradecer a los nuevos creadores su capacidad para reinventar un espectáculo elitista y adicto a una ortodoxia escénica a menudo ridícula y rimbombante. En cuanto a la moral, todo el arte actual está empeñado en deshacer los intrincados nudos y contracturas que la tradicional dialéctica entre moral pública y moral privada ha dejado en el cuerpo social. Claro que la mayoría de esos nuevos creadores operísticos únicamente ha conseguido subvertir el orden de los factores sin alterar el producto: citando de nuevo a Foucault, en la época victoriana el sexo se reprimía por ocultación; en la época del hiperconsumo, el sexo se reprime por sobreexposición a mensajes mediáticos relacionados con un determinado tipo de cuerpo, sexo y placer que se inspira en el canon dictado por la publicidad, los medios, las pasarelas de moda y las corporaciones dermoestéticas.
En consecuencia, el problema de la pornificación de la ópera no es un quítame allá un desnudo, un coito o un cadáver. Lo que ocurre es que tíos y tías buenas paseándose desnudos por el escenario, coyundas à la Nacho Vidal y tenores y sopranos obligadas a adelgazar por contrato confirman que la ópera ha dejado de ser esa pequeña aldea gala que resiste ahora y siempre al consumismo invasor y que se acabó el tiempo del desprecio hacia la homogeneizadora pax global del arte pop. Hoy, cuando la era del hiperconsumo ha convertido toda expresión pública de sexo, cuerpo y placer en elementos empaquetables y comercializables, resulta que Zack y Miri ya no son la única pareja de idiotas que vive el sueño de que el porno les va a pagar las facturas.
© La Vanguardia y Clarín
Fuente: Revista Ñ
Por: David Barba *
En ¿Hacemos una porno?, Kevin Smith nos cuenta la historia de Zack y Miri, dos jóvenes que deciden rodar una película casera de sexo explícito como remedio para pagar sus facturas pendientes: el resultado se llama La guarra de las galaxias. En la nueva versión de Tannhäuser que estrenó en marzo el Teatro Real, el británico Ian Judge recreaba con escenas de sexo explícito la bacanal con la que Wagner iniciaba el primer acto de la famosa ópera: el resultado mantiene el título original - Wagner no es George Lucas.
No cabe duda de que el Teatro Real también necesita pagar las facturas. Y el sexo explícito llena. Lo sorprendente es que, en los años que llevamos de siglo XXI, esa mirada pornográfica que parodia Kevin Smith haya dado el salto de la cultura popular hasta la ópera, el último reducto de lo que - a pesar de la muerte de las viejas categorías culturales-algunos selectos aún denominan sin guasa como alta cultura.
Por mirada pornográfica entiéndase esa censura productiva que, según Michel Foucault, se da en el porno cuando empaqueta y comercializa ese último reducto de la privacidad que era el sexo, diciéndonos cómo tiene que ser y cómo hay que poner en escena sexo, cuerpo y placer. Añadamos el hecho de que, en estos años, el porno ha dejado de ser considerado obsceno para convertirse en una más de nuestras industrias culturales. Luego se ha vuelto aceptable pornificar cualquier producto cultural - y la ópera lo es.
Curiosamente, la pornificación le viene que ni pintada a Tannhäuser: la ópera cuenta la historia del caballero así llamado que, mancebo de la mismísima Venus, decide peregrinar a Roma para hacerse perdonar por el Santo Padre, quien, escandalizado, le niega el pan y la sal: "Lo mismo que este báculo de mi mano nunca se adornará con brotes verdes, el ardiente fuego del infierno no dejará que la salvación florezca para ti". En el último acto, se produce el milagro: el báculo del Papa florece. ¡Aparecen los famosos brotes verdes!
Pues bien, para brotes verdes, los de la orgía inicial de Tannhäuser sobre plataformas giratorias - como la que emplea la Sala Bagdad de porno en vivo-,con la mitad del elenco en coyunda colectiva al estilo proam de los gonzos de John Stagliano. Nada nuevo bajo el sol: antes, el porno ya dio el salto del VHS al cine de arte y ensayo gracias a directores como Lars von Trier, Gaspar Noé, Catherine Breillat o Todd Solondz. Pero ese contagio venéreo del vídeo al cine era fácil: la cámara es el panóptico de la mirada pornográfica. El más difícil todavía consistía en aplicar la receta a un viejo mundo wagneriano en crisis.
Así las cosas, en la ópera centroeuropea se ha puesto de moda el sexo y la violencia. No menos sucede en la Ópera de París que dirige Gérard Mortier, quien, en los años 90, también amortizó su paso por Salzburgo con un subidón de espectacularidad y público. Por cierto, que el belga aterr (or) izará en el Teatro Real en el 2010 - la España de los grandes fichajes no sólo atañe al fútbol.
Ya en España, Calixto Bieito se ha encargado de derribar concienzudamente los viejos códigos morales de la ópera, ante lo que algunos bienpensantes no sólo hablan de deterioro artístico, sino de deterioro moral. En el 2007, su Woyzzeck provocó un gran escándalo en el Real al mostrar un cóctel de higadillos y desnudos, en una recreación goresex de la ópera de Alan Berg, donde el personaje del doctor sacaba a escena cadáveres desnudos a los que trepanaba y extraía vísceras sanguinolentas. El cóctel se acompañaba de escenas eróticas y desnudos colectivos frente a los que el indigestado público montó una bronca de cuidado.
En enero del mismo año, Giorgio Albertazzi se dedicó a anunciar a bombo y platillo que el estreno romano de su versión de Salomé,de Richard Strauss, sería un despelote - "hasta las bailarinas estarán desnudas"-,adobado con momentos gore como "la cabeza del Bautista rodando hacia la platea". Además, una de las protagonistas iba a aparecer con el pubis afeitado: "Está depilándose poco a poco, un trocito cada día", declaró el astuto Albertazzi, arrastrando a los medios a una polémica de grandes réditos publicitarios que, al final, se quedó en poca chicha y mucho silbido contra el director.
En el 2006, Martin Kušej comenzó a pasearse por Europa con una truculenta versión de Lady Macbeth de Mzensk,la única ópera de Shostakovich - juzgada pornográfica por Stalin, fue proscrita en 1934. El autor incluyó una escena de violación, una cópula con orgasmo - sabiamente explicitado por la sección de viento-y una protagonista llena de furor uterino que asesina a tres sujetos antes de acabar lanzándose al Volga. Esta vez, pese al contenido escabroso, la crítica quedó encantada con la puesta en escena de Kušej.
No ocurrió lo mismo con el Sansón y Dalila que Tilman Knabe estrenó en Colonia el pasado mayo; ante la apabullante muestra de casquería y violaciones que muestra su versión de la ópera de Saint-Saëns, 28 de los 64 componentes del elenco, incluida la mezzosoprano, tomaron la baja médica. En el 2008, también fue criticado acerbamente Un ballo in maschera,de Verdi, en versión del coreógrafo austriaco Johann Kresnik, célebre por sus óperas al desnudo. Esta vez, Kresnik seleccionó a 35 figurantes de más de 50 años, los desnudó y los presentó ante el público ataviados con máscaras del ratón Mickey, sobre un decorado de las Torres Gemelas en ruinas.
Ante esta sucesión de escenas pop, publicitarismo y ganas de épater,la vieja guardia de la ópera se lleva las manos a la cabeza; más les valdría agradecer a los nuevos creadores su capacidad para reinventar un espectáculo elitista y adicto a una ortodoxia escénica a menudo ridícula y rimbombante. En cuanto a la moral, todo el arte actual está empeñado en deshacer los intrincados nudos y contracturas que la tradicional dialéctica entre moral pública y moral privada ha dejado en el cuerpo social. Claro que la mayoría de esos nuevos creadores operísticos únicamente ha conseguido subvertir el orden de los factores sin alterar el producto: citando de nuevo a Foucault, en la época victoriana el sexo se reprimía por ocultación; en la época del hiperconsumo, el sexo se reprime por sobreexposición a mensajes mediáticos relacionados con un determinado tipo de cuerpo, sexo y placer que se inspira en el canon dictado por la publicidad, los medios, las pasarelas de moda y las corporaciones dermoestéticas.
En consecuencia, el problema de la pornificación de la ópera no es un quítame allá un desnudo, un coito o un cadáver. Lo que ocurre es que tíos y tías buenas paseándose desnudos por el escenario, coyundas à la Nacho Vidal y tenores y sopranos obligadas a adelgazar por contrato confirman que la ópera ha dejado de ser esa pequeña aldea gala que resiste ahora y siempre al consumismo invasor y que se acabó el tiempo del desprecio hacia la homogeneizadora pax global del arte pop. Hoy, cuando la era del hiperconsumo ha convertido toda expresión pública de sexo, cuerpo y placer en elementos empaquetables y comercializables, resulta que Zack y Miri ya no son la única pareja de idiotas que vive el sueño de que el porno les va a pagar las facturas.
© La Vanguardia y Clarín
Fuente: Revista Ñ
No hay comentarios:
Publicar un comentario