ENTREVISTA AL POETA GUATEMALTECO ALAN MILLS
Fue una de las visitas destacadas del último festival de Rosario, donde sorprendió con la lectura de su poemario Síncopes. Para Mills, que se interroga sobre el caudal de dolor que un individuo o un pueblo pueden soportar, la gran metáfora latinoamericana es la violación.
Por Silvina Friera
Desde Rosario
Un joven de metro ochenta y cinco, labios carnosos, pelo negro azabache ensortijado, boina gris y actitud desafiante traza un círculo imaginario con la mano extendida y se coloca en el centro de atención del Festival Internacional de Poesía de Rosario. El poeta guatemalteco Alan Mills, ahijado literario de Rodrigo Rey Rosa y el escritor más joven que participó del festival literario francés Belles Etrangères, provoca una sensación similar a la que genera cuando se lee el anfibio poemario Síncopes: una suspensión súbita y momentánea de las actividades del organismo, particularmente de la respiración. Estos poemas en prosa, con una primera persona que se “desdobla” en distintas voces dislocadas que segregan una rabia inefable, se dirigen sin freno hasta el fondo de la historia de la violencia política de nuestro continente. La gran metáfora latinoamericana es la violación.
Sobre las páginas de esta “falsa novela”, como la define su autor, sobrevuela el interrogante acerca del caudal de dolor que un individuo y un pueblo se ven obligados a soportar. La angustia y el sufrimiento marcan en la piel signos definitivos. “A este hijo le voy a poner carlos julián porque son los dos nombres que recuerdo: dale duro julián, pasala carlos, hacela mierda, te toca, julián. Sí, dos nombres nomás, pero yo sé que sus tatas fueron al menos cinco, tal vez seis chontes culeros, ay, noche más pisada, si los miro me los quiebro, juro que nunca voy a dejar que te digan hijo de la gran puta, no mijo, no mi carlos julián”, dice la prostituta violada, al comienzo del libro.
En Síncopes, “la página es blanca, negro el deseo”. El pentagrama musical es tenebroso, “aquí se respira lubricidad con hambre”, pero tal vez queda abierta una ventana por donde se cuela un hálito de esperanza: “Aquí se sufre pero se goza”. En el prólogo de este poemario el poeta chileno Raúl Zurita plantea que en Latinoamérica está emergiendo la nueva gran poesía al lado de las renovadas pesadillas. “Alan Mills es uno de esos grandes nuevos poetas, y nos demuestra que estos países víctimas de todo están escribiendo como si aún existiera un alma, como si todavía existiera un cuerpo, como si todavía, en síntesis, hubiera la contingencia de un alma buscando a su cuerpo”. El poeta guatemalteco, que actualmente reside en San Pablo (Brasil), pide un café doble para conjurar la resaca del trajín nocturno en el bar Pasaporte, suerte de sede alternativa etílica del festival, donde algunos comprueban la imposibilidad de seguirles el ritmo a los poetas, que se quedan arañando tequilas, vodkas y whiskies hasta el amanecer.
Mills cuenta a Página/12 que comenzó a garabatear Síncopes, a la que define como “una micronovela o falsa novela”, para explicar por qué no quería regresar a Guatemala. “Nunca escribo con la idea de la literatura en mi cabeza, para mí la literatura es posterior. Mi idea es sobrevivir a mí mismo y expresarme de la forma más clara y limpia posible”, plantea el poeta, que tuvo una banda de rock efímera, Misión Clandestina, en la época en que todavía Manu Chao no había eclosionado. “Se decía que el cantante francés viajaba por Guatemala en aquellos años, así que cuando salió su disco Clandestino nos pusimos a manejar la idea de que Manu nos había copiado algunas ideas. O sea, nos llegamos a creer nuestras mentiras –ironiza Mills–. Poníamos fotos del Subcomandante Marcos en las guitarras, usábamos camisetas con la hoz y el martillo, y era un rock pesado y muy raro. Como yo escribía las letras, cuando me quedé sin banda, seguí escribiendo las letras para esa banda que nunca existió. Y ahí me dijeron: ‘Ah, esto es poesía, editala’. Conocí a un escritor, Mario Monteforte, con quien me eduqué literariamente.” En la adolescencia devoró los libros de Sartre, Kundera, Sabato y Hesse, entre otros autores, pero sin un objetivo literario. “Y hasta la fecha sigo siendo así; cuando leo crítica literaria, la leo como si fuera ficción. Leo todo como ficción”, aclara.
–Aunque dice que escribió Síncopes para explicar por qué no podía vivir en Guatemala, también queda claro que el combustible se lo da el país donde nació.
–Como decía aquel poema de Kavafis, estés donde estés, la ciudad está contigo, tu ciudad está contigo. Al final, Guatemala es una gran metáfora. La mayoría de los guatemaltecos usamos a Guatemala como una metáfora de lo imposible, de la violencia, de lo radical, pero eso en realidad está en todas partes. Cuando me fui de París en 2005, en la época en que escribía la novela, estaban quemando como 500 carros en la calle, en donde creía que era la “Ciudad Luz”. No te puedes escapar del fuego, está siempre ahí. Las experiencias más radicales las he vivido en todas partes, la violencia, la discriminación están aquí mismo. La perpetua e insistente afirmación de las raíces europeas me parece sospechosa.
–El famoso “venimos de los barcos”...
–Como si fuera muy bonito bajarse de los barcos; las ratas también bajan de los barcos (risas). Casi toda América latina tiene ese complejo europeo. Argentina representa esa dualidad; es maravilloso que sea europea y qué lindo Buenos Aires, que parece un poco París, pero el problema es afirmar eso para destruir lo otro, eso es el problema, lo pendejo de América latina. Yo no creo en el “buen salvaje”, no creo que el indígena sea mejor que lo otro, simplemente hay que completar los mapas. Y lo triste es que se haya impedido completar esos mapas.
Mills completó esa cartografía amputada. Estudió q’eqchí, lengua de origen maya, en la Universidad de San Carlos. “La palabra raho’k, que está en la novela, es amor, pero con una glotal, con un apóstrofo, significa ‘me duele’, dolor. Entonces hay que poner mucha atención cuando se la pronuncia, y esa diferencia fonética imperceptible es el camino entre el dolor y el amor, es como el océano que los separa; un océano de silencio que separa a las dos palabras. Y cuando oí eso dije: ‘Esto es lo que yo quiero estudiar’. De la raíz ‘ra’ derivan las palabras incluidas del lado del dolor; es decir que para ellos el amor está incluido en las palabras dolorosas. Y este libro es un libro del amor doloroso; es amor, pero es doloroso”, afirma el poeta.
–¿Por qué lo que es más real en Síncopes es inventado y lo más “fantástico” es real?
–Lo que parece más obvio es mentira; pero lo que parece increíble es lo que realmente pasó. Es un libro autobiográfico pero en clave. Lo que mostró la escritura de este libro es que la poesía es ficción, que es algo tan obvio que pocos se atreven a decirlo. La creación del yo es también ficción. La poesía es la ficción más profunda y radical de todas porque es la de inventarte. Ahora pienso que con mi poesía en realidad estaba creando el germen de un narrador. Una de las ideas que tengo es que yo me hice poeta para poder narrar un nuevo libro. Veamos, no tiene ningún sentido invitar a un poeta joven guatemalteco a tantos lugares; no era probable que pasara y no es necesario que pase, por más que me quiera convencer de que mi poesía es maravillosa y necesaria. Me han hecho viajar para que cuente esta historia. En Guatemala estoy lleno de detractores, nadie por allá me va a recomendar a un festival, así que quienes me invitan desde el extranjero seguramente leen el silencio y entonces lo rompen.
–¿Qué imagen está construyendo desde sus libros y su blog?
–Me han acusado de posmoderno, de frívolo, de negrito de la gleba posmo. La gente no está preparada para aceptar la ficción, lo imaginario. La gran revolución va a ser aprender a integrar lo imaginario a nuestras vidas. La gente quiere que todo sea real, pero la poesía es la subversión contra lo real, contra lo que creemos que es real. Yo no me propongo dar una imagen, sino que soy lo más auténtico y honesto posible. Y ésa es también mi mentira. Es falso que seamos todo el tiempo esos “grandes revolucionarios” que soñamos que somos, que de verdad nos preocupamos por la humanidad. Hay días en que te despertás y lo único que querés es ir al jacuzzi con una rubia esplendorosa que te haga el masajito en la espalda (risas). Son los deseos del ser humano, seamos comunistas o capitalistas. La literatura da cuenta de esa intermitencia y lo tiene que hacer de una forma nueva, interesante, más compleja, eso es lo que hago. El blog de alguna forma hace permeable el aparato de legitimación de la literatura tradicional. Si hubiera querido hacer el camino normal, que también podría haber sido otra opción, o la vida académica, o hacer la cola y esperar a que me llegue la fichita, hubiera podido. Pero el blog acelera el acceso a tu trabajo, y como yo no hice esa cola, obviamente les caigo mal a las personas que están haciendo la cola, esos que piensan que el rollo es dejarse envejecer para ser poetas y están esperando a que les salgan canas y várices para que los reconozcan; que también es conmovedor, pero a mí no me interesa.
–¿Cómo explica que en la novela aparezca un elemento muy religioso, una interpelación constante a Dios?
–Soy exageradamente supersticioso, quizá místico. Mirá que la sociedad occidental es supersticiosa, aunque se quiera travestir de científica. Se pone el número cero en la fecha imaginaria de la muerte de un señor. Jesús era impresionante, valiosísimo y trajo un mensaje, pero no deberíamos contar el tiempo a través de la muerte de alguien. El calendario gregoriano es un símbolo de una cultura supersticiosa; los mayas eran mucho más científicos en cuanto a la cuenta del tiempo, pero siempre decimos que ellos son los brujos, los chamanes, pero nada más están afuera del calendario gregoriano. Hace poco discutía con un poeta brasileño que me decía que el calendario gregoriano sólo es un rasgo que nos queda de la época mítica ya superada. Pero no, el calendario es algo que define tu vida, es lo primero que uno ve en la mañana: qué día es hoy, qué voy a hacer hoy. Soy muy supersticioso, como todo buen occidental. Aunque todos queremos travestirnos de pequeños Einstein, en el fondo seguimos siendo aquellos sacerdotes católicos españoles que cruzamos el mar.
–¿Para tanto?
(Risas) –El problema es la moral.
–Que en la novela aparece como la doble moral de la sociedad guatemalteca.
–Pero yo también soy eso, ¡guau los chicos ricos perdidos por las calles! Hasta edité una revista de modas y tendencias en Guatemala.
–¿Y cuándo rompió con el “chico rico”?
–Nunca, pero además no soy un chico rico, he tenido amigos ricos y pobres, y en los dos lados he encontrado gente maravillosa y gente asquerosa. El mundo es dual; en el Popol Wuj siempre somos dos y eso significa que podemos ser un montón.
–¿Cómo reaccionó su familia cuando leyó Síncopes?
–Creo que gracias a este libro por fin me entendió mi mamá (risas); entendió por qué me gusta el rock pesado, por qué me hice dirigente estudiantil, por qué soy tan delirante, por qué fui un ateo radical.
–Muy oblicuamente se percibe en Síncopes un conflicto y tensión con la figura paterna. ¿Es autobiográfico?
–Yo he perdonado a mi papá, seguramente es una buena persona pero, pobrecito, le agobió tener cinco hijos. Le dio miedo la responsabilidad y se fue. Es normal lo que le pasó, pasa todo el tiempo. Lo dejé de ver en la infancia. Obviamente un niño lo único que puede hacer es interpretarlo como rechazo. Ahí pienso que comenzó mi delirio de crear un universo en el cual yo podía no ser rechazado. Me pasaba algo muy curioso, la gente me consideraba guapo, bonito, en el colegio, pero en mi casa yo no lo sentía. Entonces era terrible esa ambivalencia. Yo vivo en esa metamorfosis permanente de la belleza a la fealdad que depende de cómo me siento. Todos somos bellos y feos, buenos y malos al mismo tiempo. Tú construyes tu imagen, tu belleza, pero eso no lo sabés a los ocho años. Nunca volví a ver a mi padre y creo que una de mis misiones es reencontrarlo. Se fue a vivir al Caribe, en Guatemala, que lo interpreto como su necesidad de volver a su origen y acercarse a la Jamaica perdida.
–¿Y nunca se animó a buscarlo?
–Todavía no, he estado muy ocupado (risas). El rechazo provoca rechazo. Obviamente que mi padre abrirá un periódico un día y aparecerá mi cara. Y debe ser muy perturbador que el hijo lo esté mirando. Al final, lo que uno quiere es hablar con su padre o su madre. Tus fantasmas son quienes te han amado y quienes te han rechazado. No hay que derrotar esos fantasmas sino tratar de engañarlos, crear una magia, una ficción y performances para confundirlos. Quizá si la figura del padre existe, será una de mis tareas pendientes el ir a encontrarla.
Fuente: Página 12
Fue una de las visitas destacadas del último festival de Rosario, donde sorprendió con la lectura de su poemario Síncopes. Para Mills, que se interroga sobre el caudal de dolor que un individuo o un pueblo pueden soportar, la gran metáfora latinoamericana es la violación.
Por Silvina Friera
Desde Rosario
Un joven de metro ochenta y cinco, labios carnosos, pelo negro azabache ensortijado, boina gris y actitud desafiante traza un círculo imaginario con la mano extendida y se coloca en el centro de atención del Festival Internacional de Poesía de Rosario. El poeta guatemalteco Alan Mills, ahijado literario de Rodrigo Rey Rosa y el escritor más joven que participó del festival literario francés Belles Etrangères, provoca una sensación similar a la que genera cuando se lee el anfibio poemario Síncopes: una suspensión súbita y momentánea de las actividades del organismo, particularmente de la respiración. Estos poemas en prosa, con una primera persona que se “desdobla” en distintas voces dislocadas que segregan una rabia inefable, se dirigen sin freno hasta el fondo de la historia de la violencia política de nuestro continente. La gran metáfora latinoamericana es la violación.
Sobre las páginas de esta “falsa novela”, como la define su autor, sobrevuela el interrogante acerca del caudal de dolor que un individuo y un pueblo se ven obligados a soportar. La angustia y el sufrimiento marcan en la piel signos definitivos. “A este hijo le voy a poner carlos julián porque son los dos nombres que recuerdo: dale duro julián, pasala carlos, hacela mierda, te toca, julián. Sí, dos nombres nomás, pero yo sé que sus tatas fueron al menos cinco, tal vez seis chontes culeros, ay, noche más pisada, si los miro me los quiebro, juro que nunca voy a dejar que te digan hijo de la gran puta, no mijo, no mi carlos julián”, dice la prostituta violada, al comienzo del libro.
En Síncopes, “la página es blanca, negro el deseo”. El pentagrama musical es tenebroso, “aquí se respira lubricidad con hambre”, pero tal vez queda abierta una ventana por donde se cuela un hálito de esperanza: “Aquí se sufre pero se goza”. En el prólogo de este poemario el poeta chileno Raúl Zurita plantea que en Latinoamérica está emergiendo la nueva gran poesía al lado de las renovadas pesadillas. “Alan Mills es uno de esos grandes nuevos poetas, y nos demuestra que estos países víctimas de todo están escribiendo como si aún existiera un alma, como si todavía existiera un cuerpo, como si todavía, en síntesis, hubiera la contingencia de un alma buscando a su cuerpo”. El poeta guatemalteco, que actualmente reside en San Pablo (Brasil), pide un café doble para conjurar la resaca del trajín nocturno en el bar Pasaporte, suerte de sede alternativa etílica del festival, donde algunos comprueban la imposibilidad de seguirles el ritmo a los poetas, que se quedan arañando tequilas, vodkas y whiskies hasta el amanecer.
Mills cuenta a Página/12 que comenzó a garabatear Síncopes, a la que define como “una micronovela o falsa novela”, para explicar por qué no quería regresar a Guatemala. “Nunca escribo con la idea de la literatura en mi cabeza, para mí la literatura es posterior. Mi idea es sobrevivir a mí mismo y expresarme de la forma más clara y limpia posible”, plantea el poeta, que tuvo una banda de rock efímera, Misión Clandestina, en la época en que todavía Manu Chao no había eclosionado. “Se decía que el cantante francés viajaba por Guatemala en aquellos años, así que cuando salió su disco Clandestino nos pusimos a manejar la idea de que Manu nos había copiado algunas ideas. O sea, nos llegamos a creer nuestras mentiras –ironiza Mills–. Poníamos fotos del Subcomandante Marcos en las guitarras, usábamos camisetas con la hoz y el martillo, y era un rock pesado y muy raro. Como yo escribía las letras, cuando me quedé sin banda, seguí escribiendo las letras para esa banda que nunca existió. Y ahí me dijeron: ‘Ah, esto es poesía, editala’. Conocí a un escritor, Mario Monteforte, con quien me eduqué literariamente.” En la adolescencia devoró los libros de Sartre, Kundera, Sabato y Hesse, entre otros autores, pero sin un objetivo literario. “Y hasta la fecha sigo siendo así; cuando leo crítica literaria, la leo como si fuera ficción. Leo todo como ficción”, aclara.
–Aunque dice que escribió Síncopes para explicar por qué no podía vivir en Guatemala, también queda claro que el combustible se lo da el país donde nació.
–Como decía aquel poema de Kavafis, estés donde estés, la ciudad está contigo, tu ciudad está contigo. Al final, Guatemala es una gran metáfora. La mayoría de los guatemaltecos usamos a Guatemala como una metáfora de lo imposible, de la violencia, de lo radical, pero eso en realidad está en todas partes. Cuando me fui de París en 2005, en la época en que escribía la novela, estaban quemando como 500 carros en la calle, en donde creía que era la “Ciudad Luz”. No te puedes escapar del fuego, está siempre ahí. Las experiencias más radicales las he vivido en todas partes, la violencia, la discriminación están aquí mismo. La perpetua e insistente afirmación de las raíces europeas me parece sospechosa.
–El famoso “venimos de los barcos”...
–Como si fuera muy bonito bajarse de los barcos; las ratas también bajan de los barcos (risas). Casi toda América latina tiene ese complejo europeo. Argentina representa esa dualidad; es maravilloso que sea europea y qué lindo Buenos Aires, que parece un poco París, pero el problema es afirmar eso para destruir lo otro, eso es el problema, lo pendejo de América latina. Yo no creo en el “buen salvaje”, no creo que el indígena sea mejor que lo otro, simplemente hay que completar los mapas. Y lo triste es que se haya impedido completar esos mapas.
Mills completó esa cartografía amputada. Estudió q’eqchí, lengua de origen maya, en la Universidad de San Carlos. “La palabra raho’k, que está en la novela, es amor, pero con una glotal, con un apóstrofo, significa ‘me duele’, dolor. Entonces hay que poner mucha atención cuando se la pronuncia, y esa diferencia fonética imperceptible es el camino entre el dolor y el amor, es como el océano que los separa; un océano de silencio que separa a las dos palabras. Y cuando oí eso dije: ‘Esto es lo que yo quiero estudiar’. De la raíz ‘ra’ derivan las palabras incluidas del lado del dolor; es decir que para ellos el amor está incluido en las palabras dolorosas. Y este libro es un libro del amor doloroso; es amor, pero es doloroso”, afirma el poeta.
–¿Por qué lo que es más real en Síncopes es inventado y lo más “fantástico” es real?
–Lo que parece más obvio es mentira; pero lo que parece increíble es lo que realmente pasó. Es un libro autobiográfico pero en clave. Lo que mostró la escritura de este libro es que la poesía es ficción, que es algo tan obvio que pocos se atreven a decirlo. La creación del yo es también ficción. La poesía es la ficción más profunda y radical de todas porque es la de inventarte. Ahora pienso que con mi poesía en realidad estaba creando el germen de un narrador. Una de las ideas que tengo es que yo me hice poeta para poder narrar un nuevo libro. Veamos, no tiene ningún sentido invitar a un poeta joven guatemalteco a tantos lugares; no era probable que pasara y no es necesario que pase, por más que me quiera convencer de que mi poesía es maravillosa y necesaria. Me han hecho viajar para que cuente esta historia. En Guatemala estoy lleno de detractores, nadie por allá me va a recomendar a un festival, así que quienes me invitan desde el extranjero seguramente leen el silencio y entonces lo rompen.
–¿Qué imagen está construyendo desde sus libros y su blog?
–Me han acusado de posmoderno, de frívolo, de negrito de la gleba posmo. La gente no está preparada para aceptar la ficción, lo imaginario. La gran revolución va a ser aprender a integrar lo imaginario a nuestras vidas. La gente quiere que todo sea real, pero la poesía es la subversión contra lo real, contra lo que creemos que es real. Yo no me propongo dar una imagen, sino que soy lo más auténtico y honesto posible. Y ésa es también mi mentira. Es falso que seamos todo el tiempo esos “grandes revolucionarios” que soñamos que somos, que de verdad nos preocupamos por la humanidad. Hay días en que te despertás y lo único que querés es ir al jacuzzi con una rubia esplendorosa que te haga el masajito en la espalda (risas). Son los deseos del ser humano, seamos comunistas o capitalistas. La literatura da cuenta de esa intermitencia y lo tiene que hacer de una forma nueva, interesante, más compleja, eso es lo que hago. El blog de alguna forma hace permeable el aparato de legitimación de la literatura tradicional. Si hubiera querido hacer el camino normal, que también podría haber sido otra opción, o la vida académica, o hacer la cola y esperar a que me llegue la fichita, hubiera podido. Pero el blog acelera el acceso a tu trabajo, y como yo no hice esa cola, obviamente les caigo mal a las personas que están haciendo la cola, esos que piensan que el rollo es dejarse envejecer para ser poetas y están esperando a que les salgan canas y várices para que los reconozcan; que también es conmovedor, pero a mí no me interesa.
–¿Cómo explica que en la novela aparezca un elemento muy religioso, una interpelación constante a Dios?
–Soy exageradamente supersticioso, quizá místico. Mirá que la sociedad occidental es supersticiosa, aunque se quiera travestir de científica. Se pone el número cero en la fecha imaginaria de la muerte de un señor. Jesús era impresionante, valiosísimo y trajo un mensaje, pero no deberíamos contar el tiempo a través de la muerte de alguien. El calendario gregoriano es un símbolo de una cultura supersticiosa; los mayas eran mucho más científicos en cuanto a la cuenta del tiempo, pero siempre decimos que ellos son los brujos, los chamanes, pero nada más están afuera del calendario gregoriano. Hace poco discutía con un poeta brasileño que me decía que el calendario gregoriano sólo es un rasgo que nos queda de la época mítica ya superada. Pero no, el calendario es algo que define tu vida, es lo primero que uno ve en la mañana: qué día es hoy, qué voy a hacer hoy. Soy muy supersticioso, como todo buen occidental. Aunque todos queremos travestirnos de pequeños Einstein, en el fondo seguimos siendo aquellos sacerdotes católicos españoles que cruzamos el mar.
–¿Para tanto?
(Risas) –El problema es la moral.
–Que en la novela aparece como la doble moral de la sociedad guatemalteca.
–Pero yo también soy eso, ¡guau los chicos ricos perdidos por las calles! Hasta edité una revista de modas y tendencias en Guatemala.
–¿Y cuándo rompió con el “chico rico”?
–Nunca, pero además no soy un chico rico, he tenido amigos ricos y pobres, y en los dos lados he encontrado gente maravillosa y gente asquerosa. El mundo es dual; en el Popol Wuj siempre somos dos y eso significa que podemos ser un montón.
–¿Cómo reaccionó su familia cuando leyó Síncopes?
–Creo que gracias a este libro por fin me entendió mi mamá (risas); entendió por qué me gusta el rock pesado, por qué me hice dirigente estudiantil, por qué soy tan delirante, por qué fui un ateo radical.
–Muy oblicuamente se percibe en Síncopes un conflicto y tensión con la figura paterna. ¿Es autobiográfico?
–Yo he perdonado a mi papá, seguramente es una buena persona pero, pobrecito, le agobió tener cinco hijos. Le dio miedo la responsabilidad y se fue. Es normal lo que le pasó, pasa todo el tiempo. Lo dejé de ver en la infancia. Obviamente un niño lo único que puede hacer es interpretarlo como rechazo. Ahí pienso que comenzó mi delirio de crear un universo en el cual yo podía no ser rechazado. Me pasaba algo muy curioso, la gente me consideraba guapo, bonito, en el colegio, pero en mi casa yo no lo sentía. Entonces era terrible esa ambivalencia. Yo vivo en esa metamorfosis permanente de la belleza a la fealdad que depende de cómo me siento. Todos somos bellos y feos, buenos y malos al mismo tiempo. Tú construyes tu imagen, tu belleza, pero eso no lo sabés a los ocho años. Nunca volví a ver a mi padre y creo que una de mis misiones es reencontrarlo. Se fue a vivir al Caribe, en Guatemala, que lo interpreto como su necesidad de volver a su origen y acercarse a la Jamaica perdida.
–¿Y nunca se animó a buscarlo?
–Todavía no, he estado muy ocupado (risas). El rechazo provoca rechazo. Obviamente que mi padre abrirá un periódico un día y aparecerá mi cara. Y debe ser muy perturbador que el hijo lo esté mirando. Al final, lo que uno quiere es hablar con su padre o su madre. Tus fantasmas son quienes te han amado y quienes te han rechazado. No hay que derrotar esos fantasmas sino tratar de engañarlos, crear una magia, una ficción y performances para confundirlos. Quizá si la figura del padre existe, será una de mis tareas pendientes el ir a encontrarla.
Fuente: Página 12
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