Con pocas horas de diferencia, Merlino se entrega a dos experiencias teatrales muy diferentes: se luce en el melodrama musical Nada del amor me produce envidia, donde canta y actúa con dirección de Diego Lerman, y protagoniza Tú eres para mí, de Mariana Obersztern.
Por Carolina Prieto
En una diminuta sala de teatro ubicada en una esquina de Palermo, los sábados casi a la medianoche sucede una experiencia íntima y poderosa. Marina Merlino, 38 años, actriz exquisita que prefiere elegir los trabajos antes que multiplicarse compulsivamente, se convierte durante poco más de una hora en una costurera de pueblo de los años ’30 cuya vida se limita a su taller. Muy dedicada, algo cursi y de una compostura impostada, canta tangos con voz finita mientras deshilvana un mundo de emociones contenidas entre retazos de tela, hilos y pruebas a un maniquí, su único interlocutor. Tan sólo una vieja máquina Singer, un cuerpo inanimado y un sutil diseño de luces bastan para que la intérprete chupe al público y lo envuelva en una atmósfera plácida. Habla y canta como si fueran una misma cosa, sin interrupciones, pero los mundos que disparan la palabra y la música son casi opuestos. Una apariencia de estabilidad, independencia y desamor por un lado; y una explosión de emociones y pasión por otro. Pasa de un registro al otro como si nada, con su vocecita aguda que se potencia al cantar, sus gestos delicados y precisos.
Nada del amor me produce envidia, la frase que la protagonista desliza inmutable, es el título de este impecable unipersonal con dirección del cineasta Diego Lerman y dramaturgia de Santiago Loza, que se presenta en la sala del Espacio Tadrón (Niceto Vega 4802, 23.30 horas) y viene de girar por el sur de país, convertido en una de las perlas de la cartelera local lejos del resplandor de las marquesinas. La obra no tiene pretensiones, se concentra en una anécdota de resonancias fuertes, y respira un rigor altísimo en los distintos rubros. Actuación, dirección, texto, luces, escenografía, vestuario y banda sonora se articulan como un reloj suizo. Unas pocas horas antes, en el Portón de Sánchez (Bustamante 1034, sábados a las 21 horas), Merlino protagoniza la nueva obra de Mariana Obersztern, Tú eres para mí, donde da vida en un registro distinto y teñido de cierto extrañamiento, a Elizabeth, una novia que no tolera la partida de su chico, insiste obsesivamente en volver y deviene una verdadera pesadilla. Siempre mantiene una economía de recursos y su presencia se impone sin grandilocuencia, con una gran capacidad para emocionar y hacer reír, tal vez sin proponérselo.
Criada en Benito Juárez, María se mudó a los 18 años a Buenos Aires para estudiar expresión corporal y después actuación con Alejandro Urdapilleta, Ricardo Bartís y Julio Chávez, desoyendo la condena materna. “Mi mamá se crió en el campo y me dijo, de chica, que si iba a ser actriz me iban a dar muchos besos. Me dio un asco tremendo. Desgraciadamente, eso no pasó”, bromea. En cambio, sí protagonizó obras consumadas del off porteño como El aire alrededor (de Obersztern), El niño en cuestión (Ciro Zorzoli); y en cine Diego Lerman la dirigió en Mientras tanto y Tan de repente. “Es la primera vez que hago dos obras en forma simultánea. Son muy distintas, pero tienen en común un manejo especial del lenguaje. Elizabeth mide lo que va a decir, se regodea del sentido de las palabras que usa, es muy literal. Y la costurera habla muy bien”, dice la chica que no sucumbió al fragor de la gran ciudad y disfruta de un éxito consolidado a través del boca en boca. Fue ella misma el origen del proyecto. Hace un par de años, cuando estudiaba bel canto, le acercaron unas partituras que cantaba Libertad Lamarque. Se sumergió en el mundo de la cancionista y dio con un universo familiar. “Los tangos que escuchábamos en casa, las películas que veíamos, el radioteatro que llegué a escuchar con mi mamá. Mi papá no podía hablar porque sufrió un accidente cerebrovascular, pero lo único que decía de corrido eran las letras de varios tangos”, asegura. Merlino investigó sobre las cancionistas de la época –“las que no llegaban a dedicarse al canto optaban por la costura”–, y junto a Lerman y Loza pergeñaron este melodrama musical, un encadenamiento de texto y canciones que dibujan un micromundo intenso que nunca estalla. O casi. Es que la protagonista no reconoce la soledad ni la necesidad de una compañía; pero el vacío y el deseo se le cuelan a pesar de ella misma en valses y tangos que canta con una afinación envidiable. “Volvé”, “Besos brujos”, “Loca”, “Envidia”, “En esta tarde gris” y “Suavemente” desmienten lo que antes dijo. Ella no se inmuta y sostiene esa doble cara como si nada. La resistencia y la condena del amor son imperdibles; la interpretación de los tangos sacude hasta al espectador más frío.
Fuente: Página 12
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