Para sacarse el invierno de encima y demostrar que no le queda ninguna modorra, el Teatro Colón presenta desde esta tarde, a las 17, el tercer título lírico de la temporada, El rapto en el serrallo -la ópera de Mozart- con dirección musical de Jonas Alber y régie de Willy Landin. Y un par de horas más tarde, el Ballet Estable subirá a escena en el Auditorio del Parque Centenario para bailar las obras de tres coreógrafos contemporáneos, Vittorio Biagi, Lidia Segni y Mauricio Wainrot.
Desde La finta giardiniera a Così fan tutte, muchos acostumbran llamar a las óperas de Mozart por su nombres originales en italiano. Sin embargo, sólo los expertos o los germanohablantes pueden repetir, sin vacilaciones, el título Die Entführung aus dem Serail. La dificultad estriba en que El rapto en el serrallo, que así, en castellano, es como la recuerda la mayoría, no es, genéricamente hablando, una ópera sino un singspiel, es decir, un tipo de teatro que incluye números musicales. Algo así como la variante alemana de la zarzuela española, la ballad opera inglesa o la opéra comique francesa. Pero como de Mozart estamos hablando El rapto no es meramente un singspiel, es decir, una obra popular con formas musicales simples, arias en estilo de canción y mucho diálogo, sino una verdadera y maravillosa ópera, con todo lo que esto implica, que en lugar de recitativos tiene diálogos hablados.
Mozart recibió el encargo de El rapto en 1781 pero por diferentes motivos, que no tuvieron que ver con su fenomenal velocidad de composición, la partitura sólo estuvo disponible en 1782. Su estreno, en el Burgtheater de Viena, significó uno de los mayores éxitos de su carrera. El emperador Joseph II, que, indirectamente, había sido quien le había encomendado el trabajo, no sólo que se mostró muy satisfecho sino que, además, opinó con un comentario que haría historia: "Demasiado refinada para nuestros oídos y demasiadas notas, mi querido Mozart". Más allá de que la alabanza de Joseph puede haber sido cambiada, modificada y tal vez hasta tergiversada, la respuesta de Mozart también dejó huellas profundas: "Sólo las precisas, majestad".
El rapto en el serrallo fue la primera obra maestra de Mozart en el terreno de la comedia y fue su ópera más representada fuera de Austria. El asunto de la obra debe ser enmarcado dentro de las llamadas óperas de rescate, muy en boga en la época y de las cuales, qué duda cabe, ésta es la más lograda. Belmonte, un noble español, junto a Pedrillo, su criado, emprende una larga travesía, con todos los riesgos que ello implica, para ir a encontrar y liberar a su prometida Constanza que, con su doncella Blonde, ha sido secuestrada por piratas y vendida como esclava al Pashá Selim. Opera de final feliz, después de muchas peripecias y aventuras que permiten una larga serie de arias y escenas de conjunto como sólo la mano maestra de Mozart podía imaginar, las dos parejas, Belmonte y Constanza, Pedrillo y Blonde, parten felices de regreso, desde la exótica Turquía, bajo el manto protector de Selim, que optó por lucir magnánimo en lugar de ordenar la ejecución de los cuatro, que era lo que le proponía su guardián Osmín, en definitiva, el malo de la ópera.
Más allá del tema del rescate, con El rapto también se avanzó en el establecimiento de óperas que transcurrían en ambientes orientales y que habrían de extenderse durante largo tiempo. Después de todo, el estereotipo del orientalismo misterioso y sugerente para el desarrollo de diferente tipo de historias, funcionó hasta bien avanzado el romanticismo.
En El rapto, Mozart no sólo que escribe la mejor música sino que también logra crear situaciones dramáticas, definir musical y psicológicamente a los personajes y generar angustias, felicidades y temores. A Belmonte y a Constanza, los nobles de la historia, Mozart les otorga las arias más profundas y dificultosas. A Pedrillo y a Blonde, en cambio, les caben los momentos más sencillos. Selim fluctúa entre el poder y la caballerosidad del final y Osmin, entre la crueldad y la malicia. Y en todos los casos, con la garantía de Mozart. Algunos podrían preguntarse por qué El rapto no tiene la consideración que se merecería por su calidad teatral y musical. Simplemente porque el mismo Mozart la relegó a cierto lugar de menor valía al escribir, en menos de una década, Las bodas de Figaro, Don Giovanni, Così fan tutte, La clemencia de Tito y La flauta mágica. Nada más que por eso.
Después del estreno, en una carta a Leopold, su padre, Wolfgang le escribió: "La gente se vuelve loca por esta ópera". Los argentinos -en realidad, todos los habitantes del planeta- acostumbramos a ponernos locos por muchas cosas, incluso por aquellas que no merecen la pena. Sin embargo, sería fantástico que pudiéramos reaccionar de ese modo, como lo hizo el público vienés que asistió a aquellas representaciones de 1782. En todo caso, y en esto consiste el arte de la interpretación, no sólo de la partitura esto depende. Ojalá que todos los involucrados en el armado de este singspiel contribuyan para que la mejor y más saludable locura pueda tener lugar.
Pablo Kohan
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