martes, 10 de noviembre de 2009

Una mirada al número trece

AMELIA DUARTE DE LA ROSA

Durante diez días La Habana tomó forma teatral; la céntrica calle Línea, del Vedado fue zona cardinal para que cientos de espectadores de todas las edades acudieran a las propuestas dramáticas de compañías extranjeras y nacionales, eventos teóricos, conferencias, proyecciones audiovisuales y talleres desarrollados en el Trece Festival de Teatro, acontecimiento que además de mantener intacto su poder de convocatoria, demostró una vez más ser puente irremplazable entre el diálogo y la interacción cultural.

El cruce de escenarios latinoamericanos y europeos dejó la esencia emotiva del conocimiento hacia nuevas maneras de hacer y concebir el teatro. Mientras grupos como Sala 420, de Argentina o la Quimera de Plástico, de España, repitieron en nuestras tablas, otros como el Teatro Estatal de Turquía, Boyokani Kyeseli, de Francia, Teatro en el Blanco, de Chile y Comuna Baires, de Italia, llegaron por primera vez a la isla con propuestas reveladoras del quehacer contemporáneo. Las compañías participantes recibieron reconocimientos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas en cada una de las funciones ovacionadas a teatro lleno.

Historias de amor, comedias, clásicos, mimo-clowns, danza, narración oral y teatro de calle se repartieron en un total de 73 espectáculos cubanos y foráneos en distintas sedes que se extendieron hasta Matanzas, Cienfuegos y Santa Clara. Desde el horario matutino hasta pasada la medianoche el público pudo disfrutar diariamente de la atmósfera festiva, plataforma de intercambio y encuentros con actores, dramaturgos y teatristas que esperemos retome la frecuencia bienal para beneplácito de todos.

Sin embargo, dos acotaciones se hacen necesarias, más allá de las justificadas emociones dentro de las salas oscuras: la ansiedad a la hora de entrar a los teatros llegó a convertirse en euforia y agresividad en más de una ocasión. Si bien merece la pena la espera y las largas colas para disfrutar de las puestas, no podemos dejar que la indisciplina y la mala educación unida, en muchos casos, a problemas organizativos empañen los nobles objetivos del evento. Teatro hay para todos pero eso sí, con respeto a los que se suben en el proscenio y regalan una obra que no puede ser interferida por el tono de los teléfonos móviles ni por los flashes de las cámaras. Aunque las restricciones en las salas deben hacerse más frecuentes, la justificación no es el desconocimiento, somos un pueblo culto y como tal debemos ser también educados.

Fuente: granma

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