domingo, 10 de mayo de 2009

Karina K, en una obra hecha como para ella

Pablo Rotemberg y Karina K recrean una fantasía en la vida de la excéntrica Florence Foster Jenkins Foto: LA NACION / Marcelo Omar Gómez

Souvenir. De Stephen Temperley. Versión: F. Masllorens y F. González del Pino. Dirección: Ricky Pashkus. Con Karina K y Pablo Rotemberg. Vestuario: Renata Schussheim. Escenografía: Jorge Ferrari. Luces: Roberto Traferri. Asistente de dirección: Karin Höhn. En el Regina. Duración: 85 minutos.

Nuestra opinión: muy buena

Al escuchar una grabación original de Florence Foster Jenkins resulta difícil imaginar que con esa horrible voz haya podido llenar el Carnegie Hall, de Nueva York. Pero lo logró. Ella misma dijo: "La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté". Millonaria y excéntrica, siempre creyó que era una de las mejores cantantes del mundo, pero no sólo era incapaz de sostener una nota, sino que, decididamente, carecía de oído musical.

El actor y dramaturgo estadounidense Stephen Temperley imaginó momentos en la vida de la "peor cantante del mundo" desde que convoca al pianista Cosme McMoon para que la acompañe. Esta pequeña historia, con argumento sencillo está hábilmente planteada sobre los andariveles que ofrece la personalidad de la Florence real. "Cantar es como soñar en público", dice Cosme en la obra, en referencia a su soprano, frase que resume el concepto de la obra. Florence vive la fantasía de ser una cantante de ópera y se cree ese sueño; está absolutamente convencida de que tiene una voz prodigiosa. ¿Qué la impulsaba? La autosuficiencia, la fuerza de voluntad y una autoestima envidiable. En Cosme encuentra a otro aventurero, otro secuaz, otro compañero con el talento suficiente como para hacer malabares cuando ella destroza a Mozart o a Verdi con su voz.

A pesar de su incontrolable mal gusto y su falta total de talento, Florence es adorable. Y Karina K es también responsable de eso. Esta obra es el personaje y, en consecuencia, su intérprete, porque Souvenir no es un gran texto y, sin embargo, es una pieza para hacer lucir a una actriz minuciosa, detallista, histriónica y talentosa como Karina K (o a Judy Kaye, quien la estrenó en Broadway). Su composición implica un gran trabajo físico y vocal. Encarna a una mujer mayor, lo que demanda una postura determinada, y debe hacer una labor dificilísima: cantar ópera mal. De todos modos, cabe aclarar que este no es un musical.

Ricky Pashkus ya la dirigió en Te quiero, sos perfecto, cambiá y sabe que tiene una herramienta maestra que hará a la perfección lo que le indique. Lo mismo hace con Pablo Rotemberg, gran coreógrafo, músico y bailarín, que se desempeña como actor relator, en el papel de Cosme. Es simpático y defiende a su criatura, pero, por momentos, aún no es del todo orgánico.

El vestuario de Renata Schussheim, como siempre, también es protagonista, y la precisa puesta de luces de Roberto Traferri pasa del intimismo a la amplitud. Algo extraño ocurre con la escenografía de Ferrari, realista y presente sólo desde el foro, y vacía en los laterales.

Pablo Gorlero

Fuente: La Nación

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