martes, 5 de mayo de 2009

El hombre que hace danzar al teatro

Puro glamour. Entre una obra de cámara y la megaproducción El joven Frankenstein. Entre la historia de la peor cantante de la historia, con sólo dos actores, y la recreación del clásico film de humor, el coreógrafo decide por ambas. (Foto: Leandro Sanchez)
ENTREVISTA A RICKY PASHKUS
El coreógrafo suma dos nuevos musicales: Souvenir, con Karina K, y la adaptación de El joven Frankenstein, de Mel Brooks, con Guillermo Francella.

Su teléfono no para de sonar, y él, verborrágico, en pocos minutos se confiesa como un obsesivo casi patológico. Ricky Pashkus, el coreógrafo más famoso del país, recibe entre 100 y 300 mails por día de los alumnos de sus dos escuelas, y los responde todos. Es que dio clases de comedia musical “durante muchísimos años”, aunque ahora dice que prefiere supervisarlas. “La escuela nace acá, en este lugar, el centro Borges, y se ramifica en el predio de Marangoni, hace unos siete años. Ahora estamos por abrir una nueva sede en La Boca, en un predio que nos ha concedido el gobierno de la Ciudad. Pero yo tengo desde hace 30 años mi sociedad con Julio Chávez, un estudio que está en Recoleta. Son dos cosas paralelas”, explica en su pequeña oficina de Diprodi (diseño, producción y dirección), la escuela que comparte desde hace doce años con Julio Bocca. Sus establecimientos de baile, con sendos Julios como socios, son los más requeridos por los padres atentos a la hora de instruir a sus hijos en la danza y la comedia musical: en ambos lugares es necesario anotarse con tiempo. Además, Pashkus dirige la compañía de danza del IUNA. “Eso fue inesperado porque no terminé la secundaria, pero soy profesor universitario en la carrera del IUNA. Así que son todos espacios muy complementarios pero distintivos”, dice.

Su obsesión por el trabajo se nota aún más en las carteleras porteñas: este año tuvo Segunda ópera prima, proyecto dirigido por él, que contó con la compañía del IUNA. El 5 de mayo estrena Souvenir y, en junio figurará en el cartel de El joven Frankenstein, la megaproducción musical con Guillermo Francella al frente, basada en el inolvidable film de Mel Brooks. “Soy un adicto al trabajo –reconoce–, lo que pasa es que no tengo algo más allá del amor por mi hermano y mi amigo Julio Chávez, Julio Bocca y tres, cuatro amigos más y mi cuerpo y mi sanidad. No tengo nada que me importe más. Soy un obsesivo, necesito saberlo todo. Si yo un día me enterase de que pasa algo bueno o malo, digno o indigno, y me entero yo primero, siempre siento que es mejor. Aunque sea una bomba, yo lo quiero saber, porque me da mucha opción, me da posibilidad estratégica de resolverlo.”

Vivitos y coleando, Los productores y sus trabajos para Enrique Pinti son, para Pashkus, los altos de su historia teatral. El año pasado estuvo al frente de otros dos monstruos del espectáculo: Hairspray (fue además jurado en el reality televisivo del que surgió la obra) y High School Musical, donde desempeñó el mismo papel.

–¿Cuánto tiempo te demanda una obra?

–Depende de la preproducción, porque en cada caso es muy distinta: una cosa es La rotativa del Maipo, para el que me llamó Lino Patalano y me dijo: “¿Podés? Bajó Gasalla, tengo a Jorge Lanata, mañana empezás a ensayar”. Y otra cosa es Los productores o Hairspray, donde me avisan un año antes. En general, el mercado no te da más de dos o tres meses. En Souvenir soy un director solo, con los dos actores, estoy de tres a cinco horas por día, muy privado, una obra de cámara, muy teatral y actoral, y con un desarrollo muy llevado por la artesanía. Estreno en el teatro Regina con la talentosísima Karina K. Es una obra fantástica, basada en una historia verídica sobre una mujer del siglo pasado, Florence Foster Jenkins, la peor cantante de la historia, y quedó como una especie de figura de culto. Exactamente la Ed Wood del canto.

–¿Y con respecto a El joven Frankenstein?

–La dirección general la hago yo, pero con cuatro directores más, un equipo de sesenta personas, músicos... Es decir que el tiempo, y sobre todo la calidad del mecanismo, son totalmente distintos: una cosa es un proyecto artesanal, como Souvenir, y otra es un proyecto donde hay una maquinaria de la que yo soy un capitán, pero hay muchos otros que ejecutan.

–¿Y dónde te sentís más cómodo, en la maquinaria o en lo artesanal?

–Si tuviera que contestarte honestamente, te diría que no lo sé. Porque me moriría sin la maquinaria grande, que drena una cantidad de energía y un color del gran espectáculo que amo. Soy pomposo, muy de la gran maquinaria, no puedo negarlo. En ese parámetro, la obra artesanal, inserta cada tanto con una calidad muy grande, me fascina. Creo que ésta es la mirada honesta: que me moriría más sin lo grande que sin lo chico. Pero hoy en día, el gran proyecto me es más afín porque tengo una energía y un caudal enormes. Soy tan obsesivo, pienso en tantas cosas, que resulto útil al proyecto multitudinario, por tan concentradamente disperso, o dispersamente concentrado.

Karina K y la peor cantante de la historia mundial

Es una especie de Ed Wood del canto, una diva freak, un personaje devenido de culto por los coleccionistas bizarros. Se llamaba Florence Foster Jenkins (1868–1944) y el actor y dramaturgo inglés Stephen Temperley le dedicó Souvenir, la obra que se estrena el miércoles 6 de mayo en el teatro Regina/TSU (Santa Fe 1235), con dirección de Ricky Pashkus y el protagónico de Karina K, acompañada por Pablo Rotemberg como el pianista Cosme McMoon.

“Ella fue una soprano con todos los defectos musicales posibles en una cantante pero tenía una obsesión y muchísimo dinero por lo que, al divorciarse, se propuso cumplir su sueño. Todos, desde el padre hasta el marido, le decían que no podía cantar, pero su grado de negación era tan grande, incluida cierta psicosis, que terminó su carrera con un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. La gente la seguía porque las recaudaciones tenían fines humanitarios, porque quería reírse aunque le diera vergüenza y porque el mismo esnobismo de la época –los años 30 y 40– la convirtió en figura de culto”, dice Karina K, que lleva más de cuatro meses escuchando el disco de Foster Jenkins pero no teme que “se le peguen” sus defectos. “Es un ser fascinante que tanto Ricky como yo queríamos hacer”, asegura.

Fuente: Crítica

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