El próximo jueves 14 de mayo se inaugurará, en el foyer del Teatro del Pueblo, una exposición titulada "Saulo Benavente, obra escenográfica", con intención de ser "el más cálido homenaje al genial maestro y creador", que, según Carlos Gorostiza, fue "fundador de una gran parte de la escena argentina". Merecida definición, porque Benavente (1916-1982) consagró su vida al teatro ("yo amo a mi trabajo como a la vida") y contribuyó generosamente a otorgar a los espectáculos locales un nivel de calidad, una excelencia que perdura hasta hoy, cuando la actividad teatral vive en todo el país una de sus horas más radiantes. La exposición ha sido organizada por Cora Roca, y su curadora es Pelusa Botchwick. Cora escribió una espléndida, exhaustiva biografía de Benavente, editada el año pasado por el Instituto Nacional del Teatro y comentada en su momento por esta columna.
Para el diccionario de la Real Academia (edición 1984), la escenografía es" arte de proyectar y realizar decoraciones escénicas; conjunto de decorados que se montan en el escenario para ser utilizados en una representación teatral". Para María Moliner (edición 1992), es "conjunto de decorados de una obra teatral; arte de realizar los decorados teatrales". El Diccionario del teatro , de Patrice Pavis (Paidós, 1983), dice algo más significativo: "La escenografía marca adecuadamente su deseo de ser una escritura en el espacio tridimensional (al cual habría incluso que añadirle la dimensión temporal) y no ya sólo el arte pictórico del telón de fondo".
Discípulo del gran Rodolfo Franco, Saulo Benavente aspiró también a esa integración de su disciplina en la compleja maquinaria simbólica y, a la vez, muy concreta, que es una representación teatral. Según él, el escenógrafo debe "saber de electricidad, de óptica física, de adhesivos químicos, de artes industriales y decorativas, poseer una gran cultura"; y su sensibilidad estar "acompañada de clavos, martillo y metro, elementos indispensables para crear un mundo?". Clavos, martillos, metros y otros objetos varios, propios de carpinteros y electricistas, asomaban de los múltiples bolsillos del overol que Saulo usaba habitualmente. Y aún así se lo veía elegante, con algo de adolescente eterno (pese a las canas), siempre dispuesto a ayudar, a poner el hombro, sin horario, sin sueño y hasta -muy a menudo- sin remuneración. Su portentosa destreza manual se unía a la elegancia de espíritu: artesano/artista, juntos en una personalidad singular.
Fuente: La Nación
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