LA OTRA REALIDAD HOSPITALARIA CLARA (DI CHENNA) VIVE EN "ESTADO VEGETATIVO", MIENTRAS SU ALMA INTENTA PONERSE DE PIE. LA OBRA SE PRESENTA LOS VIERNES A LAS 23 EN BELISARIO CLUB DE CULTURA.
La salud de los enfermos
La salud de los enfermos
La obra de Walter Velázquez, que gira en torno a una paciente en coma, se disocia entre un plano real y otro fantástico.
Por: Eduardo Slusarczuk
En la habitación de un hospital que es muchos, Clara vive en coma. Hubo, hace un año, un intento por alcanzar algo en una alacena que escapaba a la dimensión de su humanidad. Y hubo una caída sin retorno.
Pero Clara (Luisina Di Chenna) no está inactiva. Ahí, en ese plano de una inconciencia que no lo es tanto, moldea un presente que se extiende (o se reduce) al ámbito sanitario, en el que le quedan apenas dos días de permanencia. Al día siguiente, ya no habrá cobertura social. Entonces, no habrá cama, ni sala, ni atención médica. Y en la urgencia, su médico, Juan Cruz (Maximiliano Trento), la enfermera Mabel (Sol Lebenfisz) y "el Negro" (Gabriel Páez), su esposo, que día a día llega con un ramo de flores que abraza con los dedos inertes de Clara, intentan que ella regrese al mundo de lo real. O, mejor dicho, al de la realidad de ellos.
A partir de la historia de Christa Lily, una mujer que tras un largo coma despertó durante tres días, Walter Velázquez, responsable de la dramaturgia y la dirección de La última habitación (El despertar de Clara), construye con solidez una trama que transita el mundo de lo real y el fantástico, algunas veces en simultáneo y, otras, por separado.
Dentro de esa estructura, diálogos y monólogos se complementan, compiten y confunden, apoyados en un despliegue escénico que apela a la actuación, a la danza, a técnicas de clown y a un cuidado tratamiento del movimiento, en el que hasta el gesto más absurdo adquiere sentido.
Lejos de quedarse en lo anecdótico, Velázquez rescata historias parciales de cada uno de los personajes. Así, emerge la relación conyugal de Juan Cruz, personaje al que Trento le imprime una tensión dramática que para nada anula el humor del que lo nutrió el autor. Y surgen las obsesiones y deseos de Mabel, las debilidades y necesidades de "el negro". Todo, en medio de los sueños de la paciente, que baila, que hace bailar, que abraza, que ve más allá de eso que pasa ahí, en ese momento que confunde los tiempos de la realidad con los de la fantasía.
En ese juego de planos superpuestos, Velázquez y el cuarteto de actores invitan al ejercicio de imaginar qué sucede en la conciencia de quien aparenta estar en off. De preguntarse si en ese cuerpo que yace inmóvil hay más que un "estado vegetativo", esa especie de sentencia con que el lenguaje médico suele rotular el misterio del más allá.
Una propuesta potenciada por el lenguaje de su puesta, que contrasta la austeridad inmaculada del blanco hospitalario con actuaciones que, sin desmesuras y apoyadas por la acertada introducción de un video (con alguna desprolijidad técnica), instalan la tragedia en un plano de comicidad del que cuesta abstraerse.
Fuente: Clarín
En la habitación de un hospital que es muchos, Clara vive en coma. Hubo, hace un año, un intento por alcanzar algo en una alacena que escapaba a la dimensión de su humanidad. Y hubo una caída sin retorno.
Pero Clara (Luisina Di Chenna) no está inactiva. Ahí, en ese plano de una inconciencia que no lo es tanto, moldea un presente que se extiende (o se reduce) al ámbito sanitario, en el que le quedan apenas dos días de permanencia. Al día siguiente, ya no habrá cobertura social. Entonces, no habrá cama, ni sala, ni atención médica. Y en la urgencia, su médico, Juan Cruz (Maximiliano Trento), la enfermera Mabel (Sol Lebenfisz) y "el Negro" (Gabriel Páez), su esposo, que día a día llega con un ramo de flores que abraza con los dedos inertes de Clara, intentan que ella regrese al mundo de lo real. O, mejor dicho, al de la realidad de ellos.
A partir de la historia de Christa Lily, una mujer que tras un largo coma despertó durante tres días, Walter Velázquez, responsable de la dramaturgia y la dirección de La última habitación (El despertar de Clara), construye con solidez una trama que transita el mundo de lo real y el fantástico, algunas veces en simultáneo y, otras, por separado.
Dentro de esa estructura, diálogos y monólogos se complementan, compiten y confunden, apoyados en un despliegue escénico que apela a la actuación, a la danza, a técnicas de clown y a un cuidado tratamiento del movimiento, en el que hasta el gesto más absurdo adquiere sentido.
Lejos de quedarse en lo anecdótico, Velázquez rescata historias parciales de cada uno de los personajes. Así, emerge la relación conyugal de Juan Cruz, personaje al que Trento le imprime una tensión dramática que para nada anula el humor del que lo nutrió el autor. Y surgen las obsesiones y deseos de Mabel, las debilidades y necesidades de "el negro". Todo, en medio de los sueños de la paciente, que baila, que hace bailar, que abraza, que ve más allá de eso que pasa ahí, en ese momento que confunde los tiempos de la realidad con los de la fantasía.
En ese juego de planos superpuestos, Velázquez y el cuarteto de actores invitan al ejercicio de imaginar qué sucede en la conciencia de quien aparenta estar en off. De preguntarse si en ese cuerpo que yace inmóvil hay más que un "estado vegetativo", esa especie de sentencia con que el lenguaje médico suele rotular el misterio del más allá.
Una propuesta potenciada por el lenguaje de su puesta, que contrasta la austeridad inmaculada del blanco hospitalario con actuaciones que, sin desmesuras y apoyadas por la acertada introducción de un video (con alguna desprolijidad técnica), instalan la tragedia en un plano de comicidad del que cuesta abstraerse.
Fuente: Clarín
No hay comentarios:
Publicar un comentario