domingo, 23 de agosto de 2009

Pulseada de humillaciones

Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia, en una comedia liviana y artificiosa

Un juego que desconcierta, con Sbaraglia y Soriano
Foto: LA NACION

Contrapunto (Sleuth), de Anthony Shaffer . Con Pepe Soriano, Leonardo Sbaraglia y Félix Volpini. Escenografía: Alberto Negrín. Luces: Chango Monti. Caracterización: Alex Matthews. Traducción, adaptación y dirección general: Agustín Alezzo. En el Multiteatro. Duración: 90 minutos.

Nuestra opinión: buena

En apariencia, ocupan los puestos más lejanos en la escala social británica. Andrew Wike es un maduro y célebre autor de novelas policiales. Mundano, culto, elegante, refinado, vive en una alejada mansión campestre que sería el sueño (o la pesadilla) de un anticuario. Milo es un joven actor desocupado, desconocido, seguro de sí mismo hasta la petulancia; vive en condiciones precarias y, para colmo, desciende de italianos. Tienen, sin embargo, algo en común: ambos son inescrupulosos, cínicos y se disputan a una mujer, Marge, a punto de divorciarse de Andrew, quien se niega a liberarla. Para negociar este punto, el escritor invita al muchacho a visitarlo una noche.

Los aficionados al cine con buena memoria recordarán dos excelentes films sobre esta pieza del inglés Anthony Shaffer (1926-2001), hermano gemelo de Peter Shaffer (vivo aún, el famoso autor de Amadeus y Comedia negra , entre otros muchos títulos). La primera versión cinematográfica, Sleuth, juego mortal , de 1972, reunía a Laurence Olivier y Michael Caine; la segunda, Juego macabro , de 2003, a Caine otra vez, pero en el papel del escritor, y Jude Law. En Buenos Aires, esta obra se hizo, hará unos treinta años, en el Teatro del Globo, con Ernesto Bianco y Norman Briski, dirigidos por Osvaldo Bonet.

Es, en efecto, un juego inteligente y feroz, entablado para discernir cuál de los dos hombres humilla al otro. El libro es, sin duda, ingenioso; el diálogo, brillante. Las situaciones (algunas muy graciosas) se suceden con buen ritmo -aprovechado por el director, Alezzo, con su proverbial destreza- y los actores pueden lucirse. Todo esto ocurre en el escenario del Multiteatro, pero con una reserva que, dadas las características de la dramaturgia actual, tiene su peso: Contrapunto es una comedia de enredos, liviana y en extremo artificiosa, para ser interpretada por marionetas. Los antagonistas presentan al comienzo sus credenciales y no se apartan nunca de ellas: tienen sólo dos dimensiones.

Y si bien es cierto que todo arte es una forma de mentira consentida, o legitimada ("una mentira que dice una verdad", sostenía Cocteau), a veces se aspira a que, por los intersticios, se cuele alguna trascendencia, algún rasgo de humanidad reconocible. Quien firma esta reseña creyó percibir en el aplauso final de la sala, junto a la aprobación unánime por la labor de los intérpretes (aunque el de Andrew no sea el papel más conveniente para Soriano), algún desconcierto frente a este juguete tan entretenido, tan lujoso y, a la vez, hueco y bastante frío: el cine, con su distancia y otra técnica narrativa, hace más verosímil la retorcida trama. Espléndida la escenografía de Negrín y oportunas, como siempre, las luces de Monti.

Ernesto Schoo
Fuente: La Nación

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