domingo, 23 de agosto de 2009

Atropello al arte lírico en el Argentino de La Plata

Insólitas ocurrencias de la regista Claudia Billourou

Paula Almerares debutó en este exigido personaje Foto: LA NACION

Opera. Lucia di Lammermoor
de Gaetano Donizetti y libreto de Salvatore Cammarano. Elenco: Paula Almerares (Lucia), Juan Carlos Valls (Edgardo), Fabián Veloz (Enrico), Leonardo Pastore (Arturo), Christian Peregrino (Raimondo), Vanesa Mautner (Alisa) y Sergio Spina (Normanno). Escenografía e iluminación: Juan Carlos Greco. Vestuario: Nidia Ponce. Régie: Claudia Billourou. Cuerpos Estables. Director de coro: Miguel Fabián Martínez. Director de orquesta: Carlos Vieu. Sala Alberto Ginastera. Teatro Argentino de La Plata.

Nuestra opinión: regular

Fueron ideas brillantes. Gente tomando mate. Un lord inglés en bicicleta. Un obeso tirado en el piso. Una pareja bailando tango. Un lord leyendo el diario, vestido de traje actual. En el vestuario, se vio a una protagonista exhibiendo una especie de tutú blanco y chaqueta oscura, que le sirvió para el casamiento, para dormir en su cama e instantes más tarde, enloquecer.

En la faz musical, la batuta de Carlos Vieu, contrariando su habitual seriedad, ofreció una lectura por debajo de su nivel, sumando aquello de que el que calla, otorga, al haber aceptado compartir la responsabilidad de una versión inaceptable desde el punto de vista escénico, tema que reactualiza la necesidad de que la ópera del pasado deje de ser maltratada por puestistas que distorsionan su esencia. Ha llegado la hora de insistir en no convalidar la evolución de los criterios plásticos y técnicos en tanto anulen las convenciones del mundo lírico.

La versión tuvo en la consagrada Paula Almerares a una muy segura cantante que, por su condición vocal, siempre resulta espléndida en la musicalidad y el fraseo. Pero con Lucia cometió el mismo error de otras sopranos consagradas que han podido alcanzar la zona aguda del registro con facilidad, pero sin las posibilidades de ligereza e inflexiones que impone la partitura de Donizetti. Una pena grande que acaso pone en evidencia ausencia de consultas a autoridades en la materia o respuestas equivocadas. De ahí que en la gran escena de la locura las notas agudas se oyeron al límite de un esfuerzo de colocación y emisión, pero, por fortuna, realizadas con éxito en la entonación en razón de la excelencia de su natural musicalidad. Además, como Almerares posee a esta altura de su carrera gran experiencia, su actuación logró trazar una protagonista creíble frente a la injusta situación que desencadena el drama. El barítono Fabián Veloz cantó con sobriedad el personaje de Enrico, luciendo seguridad de fraseo, en tanto que el tenor Juan Carlos Valls cumplió una labor de mérito, con mayor brillo en la última escena, con la muerte de Edgardo. Por su parte, el bajo Christian Peregrino trazó un capellán Raimondo sereno en la escena y muy seguro en el canto. En los personajes episódicos, fue correcto el tenor Leonardo Pastore como Arturo.

Pero, como ya se dijo, las ideas de escenografía e iluminación de Juan Carlos Greco y las insólitas ocurrencias teatrales de Claudia Billourou destiñeron la versión. Al finalizar la tercera función, los responsables de la puesta no se hicieron ver. ¿Habrá sido para evitar una rechifla?

Juan Carlos Montero
Fuente: La Nación

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