sábado, 25 de abril de 2009

Desde la bosta al chantilly

BUENOS AIRES
MUSICA › EL MATADERO. UN COMENTARIO, EN EL CENTRO CULTURAL RICARDO ROJAS

Inspirada en el relato de Esteban Echeverría, la ópera de cámara con música de Marcelo Delgado y libreto y dirección de Emilio García Wehbi se permite reflexionar sobre la actualidad de la vieja antinomia civilización o barbarie.

Por Santiago Giordano

De un lado de la escena está el mazorquero; tosco, instintivo, desaliñado y sin dejar de refunfuñar, con un gran cuchillo corta unos bifes que irán a la parrilla. Del otro, un joven de punta en blanco, un cajetilla, lee en silencio sentado sobre un caballito, blanco, de calesita. En el medio, una guitarra adornada con una cinta de desteñido rojo punzó en el clavijero. En el fondo, la jaula del matadero. En la sala Batato Barea del Centro Cultural Rojas se estrenó El Matadero. Un comentario, una ópera de cámara con música de Marcelo Delgado y libreto de Emilio García Wehbi. Una lectura del cuento de Esteban Echeverría que ronda la oposición civilización-barbarie como metáfora probable para explicar el transcurso político y cultural del país. La obra fue comisionada por el Rojas, en el marco de las celebraciones por su 25º aniversario.

Efectivamente, resulta difícil resistir la tentación de interpretar El matadero, escrito entre 1838 y 1840, en términos de civilización o barbarie –antítesis que más tarde, en 1845, planteará explícitamente Sarmiento en Facundo y que tiene que ver con el mundo liberal capitalista, con su progreso técnico y material y sus instituciones democráticas y parlamentarias y con la herencia de una España bárbara e intolerante–. Sin embargo, aun en su actualización, estos opuestos conjugan una dialéctica que viaja inmóvil en el juego de condicionar valores a puntos de vista. Sin ir más lejos, con idéntico fervor, la obra de Echeverría puede considerarse desde distintos lugares un pamphlet antirrosista o un cuento realista. El comentario de Delgado y García Wehbi parte de esa oposición y la resuelve en el tan natural cuanto cenagoso terreno de la yuxtaposición; aun si desde la fractura contemplación–acción, por ejemplo, la historia podría revelarse de otra manera.

Planteada para ocho voces y una bailarina, la obra se articula en ocho números que se suceden sin solución de continuidad, contenidos por un prólogo y un epílogo que recurren a La refalosa, el poema de Hilario Ascasubi en el que un mazorquero advierte sobre las maneras en que se trata a un unitario. En una escena bien delimitada por la fuerza simbólica de algunos objetos, los dos protagonistas, portadores de valores antitéticos, están claramente definidos desde lo icónico y lo musical. Hay además un coro masculino, que a la manera del teatro griego comenta los sucesos, y el objeto de la tragedia es una vaca-toro, representada por la bailarina (Alejandra Ceriani).

La Cuaresma, la lluvia, el barro, el matadero, la bestia que intenta escapar, la encerrona, la fidelidad de Matasiete en la barbarie y la virtud del cajetilla en la civilización, la muerte alevosa. El texto de Wehbi circunda esos rasgos del original sirviéndose de distintas fuentes y registros del lenguaje, incluyendo otras referencias literarias y culturales que extienden las posibles interpretaciones de una tragedia local, inclusive con ironía. El cajetilla que dice “Viva el cáncer” o que apela al inglés y el francés, por ejemplo; o el mazorquero que explica de qué manera se mata una vaca recitando precisas instrucciones extraídas de un manual de ganadería. En otro momento, el mismo mazorquero desafía con una frase de otro contexto, que retumba, infausta, de fanfarronería: “¡Que se venga el principito!”.

Delgado, que además dirige, secunda y proyecta esas variedades en un implacable despliegue de combinaciones armónicas y rítmicas y gestos vocales, que en sí mismos constituyen una dramaturgia. El cajetilla (Pablo Travaglino) canta con voz de contratenor, cultivada según la tradición europea, mientras el mazorquero (Federico Figueroa), con su expresión intencionalmente torpe y desarticulada, no llega al canto. El coro, con guiños arcaizantes, recursos informales, onomatopeyas, extrema sus posibilidades para comentar positivamente ambos discursos, asumiendo distintas sonoridades con un amplio abanico afectivo que desde su heterogeneidad se ajusta con notable eficiencia escénica a cada circunstancia.

Con asombrosa fuerza expresiva, El Matadero. Un comentario logra, desde la historia, mirar a la actualidad: desmonta los mecanismos lineales de la retórica romántica de Echeverría y plantea un universo en el que, ante la imposibilidad de definirse con nitidez, los opuestos civilización-barbarie no se excluyen, más bien se complementan. “Del chantilly a la bosta, de la bosta al chantilly”, canta el coro hacia el final. Aunque queda claro que proyectar una ópera, escribirla y ponerla en escena son atributos de la civilización.

9-EL MATADERO. UN COMENTARIO.

Opera de cámara sobre El matadero, de Esteban Echeverría.

Intérpretes: Federico Figueroa (mazorquero), Pablo Travaglino (cajetilla), Alejandra Ceriani (toro-vaca).

Coro: Martín Díaz (tenor), Adrián Barbieri (tenor), Juan Francisco Ramírez (barítono), Alejandro Spies (barítono), David Neto (bajo), Pol González (bajo). Libreto y régie: Emilio García Wehbi.

Composición y dirección musical: Marcelo Delgado. Centro Cultural Rojas. Duración: 60 minutos. Repite sábados 25 de abril y 2, 9, 16, 23, 30 de mayo.

Fuente: Página 12

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