jueves, 23 de abril de 2009

Antonio Grimau y Joaquín Furriel: galanes y compadritos

BUENOS AIRES
Son padre e hijo, dos guapos de Palermo, en "El reñidero" de Sergio De Cecco, que dirige Eva Halac. Aquí reflexionan sobre los alcances de esa obra, que se estrenó en el Regio, y defienden las posibilidades que les otorgó lucir su pinta en las telenovelas.

Por: María Ana Rago
La pinta ¿es lo de menos? A estos dos actores, pertenecientes a distintas generaciones, la "facha" les abrió camino. Claro que no son sólo una cara bonita. Pero el porte varonil, los ojos y la mirada, y la voz seductora fueron armas que les facilitaron un lugar en el medio artístico.

Antonio Grimau y Joaquín Furriel son dos de los protagonistas de El reñidero, de Sergio De Cecco, dirigida por Eva Halac, pieza teatral que se estrenó la semana pasada en el teatro Regio (Av. Córdoba 6056). Además de compartir el escenario en esta obra y de haber coincidido en trabajos anteriores (Soy gitano en televisión, Un guapo del 900 en teatro), tienen otros puntos en común. Los dos son sureños: Grimau nació en Lanús, Furriel creció en Adrogué. Los dos se proyectaron como lo que son desde allí; miraron a la Capital como el lugar al que había que venir para empezar a creer que sus sueños eran posibles. Apostaron a la profesión y les fue muy bien. Las pruebas, a la vista.

"Tenía mucha vocación. Empecé a estudiar teatro en el colegio y mi profesor era el mismo que dirigía la Comedia de Almirante Brown. Era un grupo amateur que trabajaba de modo profesional, con mucha exigencia; estrenábamos una obra por año. Actuábamos en clubes, sociedades de fomento, teatros de la provincia... Mi hermano jugaba al fútbol, mi primo era tenista y mi deporte era el teatro", repasa Furriel, egresado del Conservatorio de Arte Dramático. Recuerda que con su grupo de Adrogué, venía a la Capital a ver teatro. "Una de las primeras obras que vi fue Los invertidos. Y hoy no puedo creer estar trabajando con Antonio", asegura. Los invertidos -de José González Castillo, dirigida por Alberto Ure- fue un hito en la carrera de Grimau.

"Veo mi nombre en un programa del teatro San Martín o del Complejo Teatral, pienso en los textos que me toca interpretar y los compañeros de elenco que tengo, y hay una zona mía que sigue absolutamente sorprendida de que mi deseo se haya materializado", expresa conmovido Joaquín.

Antonio siente algo parecido y disfruta de las gratas sorpresas que le depara la profesión. "A mí me pasó de ver cuando tenía 13 años, en Detrás de un largo muro, a Susana Campos, siendo yo un anónimo espectador. Y me encantó. Y un día, de pronto, estaba dialogando con ella en un programa de televisión. Eso fue muy fuerte, me temblaban las piernas y se lo tuve que decir. La profesión te lleva a lugares insospechados", reconoce Grimau.

Cuando recién empezaban, esos jóvenes de la zona Sur, ¿cómo veían el sueño de ser actores? ¿Posibles?

Furriel: En mi grupo de teatro, todos lo veíamos muy lejano, muchos lo veían imposible y muy pocos, entre los que me incluyo, lo veíamos posible. Sólo dos lo intentamos. La otra era Lucrecia Blanco, que está trabajando.

Grimau: Yo coincido con Joaquín en la fuerza de la vocación, pero mi realidad fue completamente distinta a la de él. Creo que su generación tuvo y tiene más cercana la posibilidad de laburar. Para ellos, no es necesario ser familiar de un actor para intentar trabajar en el espectáculo. Para mi generación y mi realidad social era una locura querer ser actor. A mí se me cagaron de risa mis amigos. No fue fácil. Yo tuve que luchar contra todo el entorno. Mi familia me dio la espalda.

Después de dos años viajando todos los días a las 6 y media de la mañana en el tren eléctrico, Joaquín, a los 19 se mudó a la Capital. "Sigo vinculado a Adrogué porque mi papá vive allá y tengo muchos amigos", dice. Pero su vida está acá, donde vive con su mujer, la actriz Paola Krum, y su pequeña hija Eloísa. Antes, hizo encuestas, trabajó en gastronomía, pero "por suerte, rápidamente, me las pude arreglar con lo que ganaba como actor", cuenta Furriel.

Antonio se sentía atraído por los radioteatros de Alfredo Alcón, por el indescifrable misterio de la radio. Intuyó que debía dejar el fútbol, su otra vocación, para dedicarse al teatro. "Abandoné las amistades, los bailecitos de los sábados a la noche, abandoné absolutamente todo por amor al teatro. Amor que hasta hoy me sigue", asegura. Cuando todavía vivía en Lanús y era empleado en una fábrica de zapatos en Barracas, se refugiaba en su oasis, un teatro independiente de Almagro. Más tarde encontró al que fue su "maestro por excelencia": Juan Carlos Gené. Grimau tiene tres hijos, dos mujeres, de 12 y 25 años, y un varón de 35. Y en todos prendió el bichito del arte. "Los llevé a todos desde muy chicos a ver teatro", dice.

¿Qué pasó con los que te habían dado la espalda cuando decidiste ser actor?

Grimau: Por supuesto, se convirtieron en los amigos del campeón. "Te conozco desde el barrio...", decían. Y mi familia también.

El papel de galán que más tarde ocuparon ambos, ¿estaba entre los deseos, aspiraciones, sueños?

Grimau: En mi caso, en absoluto. El título de mi primera nota importante como galán decía: "¿Así que yo también tengo una cara que gusta?" Ser protagonista ya era un asombro. Y que además me perfilaran como galán era algo totalmente impensado para mí. Me veía bajo, sin los atributos físicos que tiene que tener un galán. El paradigma de los galanes era Alain Delon. Y yo estaba tan lejos de ese perfil, que ni mamado me lo imaginaba.

"Grimau galán" nació cuando reemplazó a Luis Dávila en Estación Retiro. "Hacía pareja con Susana Campos y Beatriz Díaz Quiroga, que eran mayores que yo", recuerda. "En un primer momento renegué, pero después me di cuenta de que era una puerta que se abría. Temía quedar pegado al langa, y yo me había formado para otra cosa", confiesa. "Me preocupé por torcer el camino del encasillamiento. Pero entendí que si llegué a protagonizar en televisión, fue porque primero el galán me abrió las puertas", reconoce. "Aunque sea lamentable decirlo, a veces el físico abre las puertas antes que el talento", agrega.

"Cuando empecé a trabajar estaba muy concentrado en buscar una identidad como actor", dice Furriel. "Después pude pensar que uno trabaja con uno, con lo que puede dar, que hay un recorrido de personajes que uno puede hacer según su físico, su tono de voz. Hoy me pongo a pensar que estoy haciendo El reñidero y hace poco hice El guapo del 900, con personajes que hizo Alfredo Alcón cuando tenía mi edad. Y Alfredo también ha sido un galán poderoso en su época y ni qué decir lo que significa como actor. Creo que el galán aparece en la juventud y hay que ver hasta dónde puede ir", reflexiona Furriel.

Aparece, se instala y las mujeres lo siguen. Así es el galán. "En Soy gitano me di cuenta, claramente, de que podía armar un personaje como el Niño Amaya, para el que me preparé mucho, aprendiendo flamenco, cuidando el vestuario, etc. Pero eso, combinado con el programa en el que estaba, en ese contexto, igual daba galán", explica Joaquín, quien no puede evitar, aunque se lo proponga, el asedio femenino. Fue recién cuando hizo Don Juan y su bella dama que decidió "jugar un galán", conscientemente.

¿Qué es exactamente un galán? "Para mí, el de la tarde, clásico. El galán romántico, con valores morales. Pero hoy las cosas cambiaron mucho. Un galán de la noche también es un galán, pero al mismo tiempo tiene sus contradicciones, porque el mundo se puso más complejo y la realidad también lo es. Entonces el rol del galán es más amplio. Por eso hoy hacer un buen galán también requiere de una buena actuación", resume Joaquín, que en la segunda mitad del año integrará el elenco de Rey Lear, con Alcón.

Una de las virtudes de ser galán, según el joven de ojos claros, es que "la telenovela me acerca a un público que me gusta, amplio. No me gusta el gueto", asegura. "Creo que la generación de Joaquín hizo un aprovechamiento mucho más inteligente de ese rol", añade Antonio, quien además de actuar en la pieza de De Cecco, está grabando Herencia de amor.

Grimau vio El reñidero cuando se estrenó, en el '64. "Pancho Morales es un caudillo, un tipo que es el brazo armado de la política. Está en connivencia con los políticos no santos y responde a esa gente. Tiene una relación muy cercana con su hija, pero no obtiene de su hijo lo que él pretende que sea y eso acarrea conflictos muy serios. Además, con su esposa las cosas no están bien", cuenta Antonio de su personaje.

"Orestes es el hijo de Pancho Morales y de Nélida, y el hermano de Elena. Mi personaje es el único que conserva el nombre de Electra, el texto de Sófocles -del que El reñidero es una versión-", dice Furriel. "Me interesa a través de la obra analizar hoy qué es el amor filial, el valor de la moral y la ética", expresa.

Completan el elenco de El reñidero Julieta Vallina, Marita Ballesteros, Tony Lestingi, Miguel Angel Martínez, Pepe Mariani, María Urdapilleta, Mauricio Minetti, Monina Bonelli, Claudio Rodrigo y Andrés Bailot. Todos ellos están en escena junto a dos guapos que se enfrentan en escena y que como actores no pierden la capacidad de sorprenderse.

Fuente: Diario Clarín

No hay comentarios: