lunes, 21 de diciembre de 2009

Y una noche los libros tomaron las calles

Instantánea. La gente recorre la avenida, con el Obelisco de fondo.

Tercera edición en la ciudad de Buenos Aires

Se cerró un tramo de Corrientes y la avenida se llenó de sillones donde la gente se sentó a leer. También hubo mesas de debate en las que participaron Noé Jitrik, Guillermo Martínez, Federico Jeanmaire y Alberto Laiseca, entre otros.

Roka Valbuena

La tercera versión de la Noche de Librerías interrumpió un temporal. Llovía con mucha rabia sobre la ciudad, pero, cerca de las 19 horas, justo cuando en el bar La Paz el ministro de Cultura anunciaba el inicio de esta Noche de Librerías, la lluvia se detuvo. El ministro Lombardi estaba diciendo que la fiesta de los libros es una fiesta de la democracia, o bien, que cada día, aquí, en Buenos Aires, debería ser el día del libro, cuando notó que el temporal se había suspendido. En esos momentos el ministro sintió una fuerte emoción en su área de gobierno: había ocurrido un milagro cultural. El ministro se sintió poderoso porque los libros parece que por seis horas iban a derrotar a la naturaleza.

Desde hace tres años la Noche de Librerías hace un atinado escándalo con la literatura. Quince librerías extienden su horario de atención hasta la una de la mañana, se cierra un tramo de Corrientes (entre Callao y Talcahuano) y se instalan sillones en la mitad de la calle para que los lectores se fumen un cigarrillo con la oferta del momento en la otra mano. Si el primer milagro de la Noche de Librerías fue que detuvo un diluvio, el segundo es más concreto y es que los lectores se pusieron a caminar con toda lentitud por las pistas centrales de Avenida Corrientes, esa calle en la que horas antes no cabía un solo peatón. Ocurre que la milagrosa fiesta de los libros, además de a la naturaleza, también había derrotado a la industria automotriz.

Las librerías estaban debidamente organizadas para la ocasión. Muchas de ellas, como la librería Hernández, anticipando una horda de lectores salvajes, esos tipos que van con el colmillo afilado buscando promociones, plastificaron los libros. Algunos lectores se molestaron porque no podían abrir las obras e incluso, en voz alta, el ciudadano Federico Bifani dijo que en democracia los libros no se deben embalsamar. Consultados al respecto algunos vendedores afirmaron que, tal vez, embalsamar los libros es la única forma de controlar el toqueteo a los textos, más con una masa de lectores que por estos días está ansiosa por encontrar un inteligente regalo de Navidad. La Noche de Librerías, en todo caso, tenía un público democrático: si unos lectores estaban en las librerías, otros optaron por sentarse a escuchar a escritores.

Charlas. Dentro de las numerosas mesas redondas previstas, destacó la infaltable charla titulada “Panorama de la narrativa argentina actual”, coordinada por Cristina Mucci. En una sala pequeña del Centro Cultural de la Cooperación, Federico Jeanmaire, Noé Jitrik y Guillermo Martínez analizaron el tema que se atraviesa todas las ferias. “Hoy los escritores podemos formar una genealogía argentina, y eso es nuevo”, señaló Jeanmaire. La franqueza la puso Jitrik: “Hay tal cantidad de productos que uno no puede leer a todos los escritores de antes y tampoco puede leer a todos los escritores de ahora. Pero creo que la narrativa argentina está bien. Y también la poesía”. En un momento de intimidad, Martínez reconoció que la influencia argentina más grande que ha tenido en su carrera de escritor ha sido la del señor Martínez, su padre. “Un escritor inédito extraordinario. A veces era Aira antes que Aira, Lamborghini antes que Lamborghini”, confesó. Luego los tres escritores se pusieron a hablar de otras lecturas personales y discutieron sobre la crítica literaria. Acordaron que en ella hay subjetividad y Nitrik estuvo a punto de enojarse. Jeanmaire estimuló la pelea dado que él piensa que la literatura es discusión. Y, al cabo del rato, con todos los espectadores transpirando en ese encierro físico e intelectual, Jitrik hizo un paréntesis en la discordia e hizo aparecer un fantasma. Cerca de las nueve de la noche, Noé Jitrik preguntó el nombre del nuevo ministro de Educación. “¿Cómo se llama ese señor? Ya me olvidé de su nombre”.

Abel Posse es escritor y ministro, pero a lo largo de seis horas nadie lo vio pasear en la Noche de Librerías. Lo cierto es que su cuerpo se había ausentado, pero su nombre flotó en muchas de las charlas. En el instante en que Noé Jitrik preguntó el nombre del nuevo ministro, en otra parte, es decir, en los subterráneos de la librería Hernández, en una mesa redonda compuesta por un narrador excéntrico, Alberto Laiseca, y un poeta tranquilo, Rodolfo Alonso, la moderadora también citaba el nombre del ausente. Graciela Aráoz tomó el micrófono y resopló: “Suerte que no está Posse acá porque si no lo martirizábamos”. Entre la suspensión de la lluvia, los peatones caminando por la mitad de Corrientes y la ausencia del ministro de Educación, la Noche de Librerías parecía un espectáculo esotérico: ya a las diez de la noche presentaba dos milagros y un fantasma.

Lombardi paseando.
“¡Allá va Lombardi!”, escuchó el reportero que gritaba un lector. El ministro de Cultura iba acompañado por unas señoritas que le programan los compromisos y de Enrique Avogadro, director de Industrias Creativas de Desarrollo Económico. Lombardi y Avogadro, uniendo sus ministerios, son quienes han hecho posible esta actividad. El reportero interceptó el paseo de la comisión. Y el ministro sacó de pronto una profecía: “El libro es lo que puede transformar a la sociedad”. Ahí fue que se le consultó por el fantasma Posse. “Mire”, empezó, “yo creo que los funcionarios tienen que remitirse a gestionar eficientemente sus áreas. Evidentemente esta semana ha habido declaraciones de Posse que no comparto. Y también declaraciones de Aníbal Fernández que fueron un atropello a la Justicia. Yo estoy conforme con lo que he hecho. Pero soy respetuoso de todas las opiniones en tanto no afecten el orden de la república”. “¿Es un milagro que haya dejado de llover, ministro?”. “¡Es un milagro!”. Y se fue mirando el cielo.

En tanto, los lectores a los que no les importa la pelea de ministerios seguían hurgando ofertas. La gente hacía colas largas para comprar un bestseller. Quizás no sabían que los libros tenían el mismo precio de siempre, sólo que, como lo dijo Jitrik, esa noche simplemente estaban insomnes.

Fuente: Critica

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