domingo, 27 de diciembre de 2009

Alta y clara

Voix de Femmes es el nombre de un festival que cada dos años alterna su sede entre cuatro ciudades de Bélgica y Holanda para recuperar, justamente, las voces de mujeres que resisten desde sus saberes vitales: el arte y la cultura. En el marco de ese festival, además, nació una red de mujeres familiares de personas desaparecidas en todo el mundo que se entreveran a través de la acción concreta, de la creación y, por supuesto, de la fuerza que genera encontrarse con otras.

Por Mariana Eva Pérez y José M. Esses

El corazón del festival Voix de Femmes no está en ninguno de los escenarios de sus cuatro sedes (Bruselas, Lieja y Amberes, en Bélgica, y Utrecht, en Holanda). Ni en los talleres que dictan sus protagonistas ni en los encuentros públicos. La magia sucede en el comedor que comparten las artistas, las autoridades, las integrantes de la red de familiares de desaparecidos y las voluntarias. En la sobremesa, una de las marroquíes del grupo Addal empieza a entonar una canción tradicional, la siguen otras cuatro y la italiana Cinzia de Marzo, del grupo Officina Zoe, se suma con un tamburino, la pandereta gigante con la que toca la pízzica. Se abrazan, brindan, se arma la ronda y alguna pasa al centro a menear las caderas. Lourdes Uranga, ex presa política de México, de setenta años, se sube a la mesa para cantar una versión libre de “Ay, Carmela”. Como si fuera poco, zapatea.

En sus nueve ediciones, Voix de Femmes se consolidó como un punto de encuentro en el que, ya lo dice su nombre, las mujeres hacen oír su voz, ya sea arriba del escenario o en espacios más informales. El festival se realiza cada dos años y, desde sus inicios, invita a las artistas a que dicten talleres abiertos. “Tuvimos presencia africana recién en nuestra tercera edición y dos años después las volvimos a invitar para que dieran a conocer las dificultades y los prejuicios que debían sortear para poder cantar. Hacer arte en algunas zonas del mundo es muy difícil y por eso decidimos abrir el espacio de debate que llamamos ‘Culturas en resistencia’, en el que las artistas comparten sus historias”, repasa Brigitte Kaquet, actriz, fundadora de Voix de Femmes y su directora. Lo que comenzó en 1991 con recitales y talleres de técnica vocal, se expandió hacia todas las disciplinas artísticas. “Creo que ése es el reflejo de que alcanzamos una madurez como festival. Además estamos trabajando con asociaciones de mujeres inmigrantes que viven en Lieja. Primero organizamos encuentros con ellas, pero después nos dimos cuenta de que no podían asistir a los espectáculos a la noche, porque tienen que estar con sus familias, así que empezamos con los ‘Conciertos de mediodía’. Si ellas no vienen, vamos nosotros.”

La última edición del festival, que finalizó el 28 de noviembre, volvió a tener sus actividades principales en Lieja, donde nació y de donde son sus organizadores. Lieja es una ciudad de casas bajas y laberíntica traza medieval, históricamente obrera y de izquierda, con una intensa “vida asociativa”. No es casualidad que sea el hogar de una propuesta como ésta, que se concentra en el arte hecho por mujeres y se declara en contra de “la mundialización de La Cultura y El Saber”. Bajo esa premisa, reúne a cantantes tan diversas como la brasileña Renata Rosa, la griega y muy tanguera Angélique Ionatos, la “diva internacional” (así la presenta su guitarrista) Oumou Sangaré, de Mali, y Malouma, una cantante de Mauritania que es senadora en su país. ¿Cómo llegó a ocupar ese cargo? Ella lo explica como algo natural: “Los pobres empezaron a seguirme porque denunciaba las violaciones a los derechos humanos que el gobierno pretendía esconder. Hasta censuraron mis canciones en la radio. El apoyo de la gente se fue haciendo más y más grande, hasta que decidí postularme”. Malouma siempre fue una rebelde. Su padre le enseñó los ritmos tradicionales, pero ella a los 16 ya se había aburrido. “Quería hacer la música que sentía en mi corazón”, explica la primera mujer que mezcló el canto árabobereber con el blues. Su formación incluye, desde entonces, bajo, teclado y guitarra eléctrica. “En los últimos años mi carrera política me insumió mucho tiempo, pero sigo presentándome en los festivales a los que me invitan en el exterior para dar a conocer la situación de mi país”, concluye.

Por el camino inverso a Malouma parece venir Renata Rosa, una paulista de 36 años que se presentó en Voix de Femmes junto a una familia de cantantes de la aldea Kariri Xocó. En lugar de aggiornar la tradición del Nordeste de Brasil con nuevos sonidos, ella la abraza y la difunde. Con 16 años, Renata participó de un ritual chamánico en las afueras de San Pablo. Allí conoció a los Souza, que la invitaron a su casa en Kariri Xocó, donde pasó varios veranos de su adolescencia. “Su cultura está muy ligada al canto. Cantan en casa, en los ritos religiosos, en el trabajo, en todo momento y muy bien. Por entonces, yo estudiaba piano y contrabajo y el canto polifónico que me enseñaron fue una influencia muy grande. Eso se nota en mi primer disco, en el que estuvieron de invitados, y también en el siguiente, cuando tuvieron un lugar más protagónico. Se rieron cuando les propuse que grabáramos juntos, entrar a un estudio era algo extraño para ellos, pero más raro todavía fue cuando les llevé dinero por esas participaciones porque se habían pasado la vida cantando sin esperar que alguien les pagara”, detalla Renata. En escena, los Souza y su amiga mantienen una relación de igualdad. Ella no los presenta como si los hubiera rescatado de la selva ni como si fueran los últimos defensores de esa cultura. “Disfrutamos mucho de dar a conocer estas canciones. Ellos viven el canto como algo grupal, que se hace entre todos y que está relacionado con lo ritual o con la casa. Por eso les resultaba difícil estar en el escenario y ver al público sentado.” En Lieja, aprovecharon el entusiasmo de la gente y terminaron su show en la platea.

LA INCERTIDUMBRE COMO MOTOR

En el marco del festival, en el 2000 se creó la “Red mundial de solidaridad de madres, hermanas, hijas, esposas, familiares de personas secuestradas y desaparecidas”. Laurence Vanpaeschen, periodista y por entonces colaboradora de producción del festival, estaba de viaje en el Líbano cuando leyó un artículo que mencionaba a Wadad Halwani, la fundadoras del Comité de Parientes de Personas Secuestradas y Desaparecidas. La contactó, la entrevistó para una revista y volvió a Bélgica con la sensación de que era el comienzo de algo más grande. “Con Brigitte pensamos que podía ser interesante integrar el tema de la desaparición forzada a ‘Culturas en resistencia’. Queríamos ver si podía salir algo de este encuentro. Convocamos a unas veinte mujeres de Chile, México, Argentina, Líbano, Marruecos, Sahara Occidental, Argelia, Chechenia, Serbia, Afganistán, Ruanda, Senegal, Bélgica”, enumera Laurence. “Ellas encontraron en el festival algo diferente a sus comités de lucha. Decidieron seguir juntas y crear una red.” Algunas querían dotar a esa red de estructura, darle entidad jurídica y que sirviera para respaldar las luchas de cada una de sus integrantes. Otras proponían mantener la informalidad, profundizar los lazos con el medio cultural y artístico que les abría el festival y buscar en esa relación la identidad del grupo.

Voix de Femmes no se quedó a la espera de una definición. Por el contrario, motorizó cada propuesta que surgió de las mujeres y volvió a invitarlas cada vez. En 2004 editó en forma de libro los encuentros y testimonios de las mujeres de la red. A partir de estos textos, Delphine Augereau, directora de teatro francesa, montó la pieza Etre disparu (Estar desaparecido), que se estrenó en el quinto festival, en 2005. Dos años después se plantaron árboles en memoria de los desaparecidos en una colina de Lieja. En cada edición del festival se repetía la misma discusión sobre los objetivos y la organización de la red, pero también se realizaban testimonios públicos, se reclamaba la ratificación en cada país de la Convención de Naciones Unidas contra las Desapariciones Forzadas, se proyectaban películas sobre algunas de sus integrantes, como Soha Bechara (Líbano), Nassera Dutour (Argelia) y Jamileh Alsih (Palestina), y esta cronista presentaba su primera obra de teatro. El festival proponía talleres sobre los temas “arte y memoria”, “más allá del testimonio”, “transmisión y supervivencia”. En 2005, todas las exhibiciones, instalaciones y performances giraron en torno de las desapariciones. Pero la pregunta sobre la red persistía. Brigitte confiesa: “Yo pensaba que éste podía llegar a ser su último encuentro pero, a partir del trabajo que hicieron las argentinas Ana Woolf (actriz y directora) y Mariana Eva Pérez (dramaturga), se abrió un nuevo camino”. Se refiere al laboratorio de creación que llevaron adelante con las mujeres de la red, con el objetivo de crear una nueva obra de teatro a partir no ya de sus denuncias y testimonios, sino de sus historias, las de ellas, para que ellas no desaparezcan también, arrastradas por su lucha.

Ana Woolf es actriz, directora y docente de la Escuela Internacional de Antropología Teatral fundada por Eugenio Barba. También es familiar de desaparecidos y elige la red como su lugar de pertenencia dentro del festival. Durante los cuatro días del laboratorio, trabajó con los mismos ejercicios para construir presencia escénica que propone a sus alumnos. “Me encontré con que las mujeres de la red son mucho más rápidas y menos condicionadas que los actores. Entienden lo que significa una acción y creo que es porque tienen incorporada, por la política, la noción de acción. Si tienen que hacer una acción de cansancio y eso es limpiarse la cara, lo hacen, pero no en general, hacen acciones concretas. Cuando alzan la mano para hacer la V de la victoria, alzan la mano para hacer la V de la victoria. Tienen adentro una necesidad muy grande para llegar a esa acción.”

En el marco de este laboratorio, luego de nueve años enredadas en debates sobre la red, las mujeres empezaron a desmadejar sus propias historias. Jamileh hizo huelga de hambre para que su familia la dejara ir a la escuela secundaria, Nassera consiguió manejar dinero a los 26 años, luego de dejar a su marido y Wadad rechazó a cada uno de los novios que le acercó su familia (ver recuadro). Nada de esto se sabía antes y nada fue igual luego de saberlo. No fue sencillo atravesar el camino que las llevó hasta esta nueva meta. Varias militantes dejaron la red por no entender su andar errante, pero esa duda parece ser el motor de Voix de Femmes. “En los ‘ghettos’ feministas se suelen escuchar lugares comunes sobre los derechos de las mujeres. Aquí no es así, tenemos una visión más amplia. También estamos hablando de los derechos de la mujer cuando descubrimos los cantos de las indias de Brasil. Eso es lo que me interesa. No organizamos esto diciendo ‘vamos a hacer un festival de diez días y en el último debemos tener soluciones y respuestas a los problemas que hemos planteado’. No. Estamos haciendo un camino, ya veremos dónde va, qué se hace. Lo podemos hacer hablando muy sabiamente, o cantando y bailando arriba de las mesas. Prefiero este camino”, finaliza Laurence.

Fuente: Página 12

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