Juan Pablo Bermúdez es el autor de Yo, Pinchevsky, un audio-libro sobre el genial violinista, que nació en Rosario pero se crió en La Plata y pasó sus últimos años viviendo en una especie de carromato en City Bell. Editada por PM, la obra gráfica viene acompañada con un CD que contiene el audio y las imágenes que repasa el texto: allí no sólo se encuentra el valioso relato del propio Pinchevsky (en una entrevista realizada poco antes de su muerte, acaecida en 2003) sino también las palabras de quienes lo recuerdan. A continuación, algunos fragmentos extraídos del libro, testimonios recopilados por Bermúdez que mantienen vivo el recuerdo de Jorge Pinchevsky.
Encontrarlo. Ahí estaba el primer desafío. Pasa que Jorge Pinchevsky, Pin, se había metido en un hueco dentro de otro hueco al sur de una ciudad como Buenos Aires y al norte de otra ciudad como La Plata. Ahí, entre uno y otro mercado musical. Entre uno y otro de esos grandes mercados que lo escucharon sin escucharlo, que lo conocieron sin saber quién era en realidad y que lo condenaron al silencio sin tener conciencia de lo que hacían.
Alguien que dice que le contaron que lo habían visto. Otro que sabe de un compañero de trabajo que tiene un primo que una vez lo escuchó.
Hasta allí llegó Juan Pablo Bermúdez, un día de 1996, cumpliendo el raro sortilegio de saber cuál era la pregunta justa para hallar la respuesta esperada. Nada de glamour, ni de snob, ni de raros peinados nuevos con los que la música dejó de ser parte de la sección cultura para pasar a formar dentro del rubro espectáculos.
Era 1996. Y Juan Pablo Bermúdez caminó, escuchó, supo. Era 1996, y Jorge Pinchevsky habló sin importar quién estaba adelante.
Es que Pin estaba ahí, en el hueco de un hueco, con una historia tan enorme como la historia del rock argentino. De hecho, tan enorme como que fue uno de los que la hizo. Uno de los que le puso el cuerpo y sacó adelante eso que parecía imposible. Uno de los que empujó, remó, y agarró un violín como quien no quiere la cosa. "Si hubiera querido ser subversivo ,no iba a agarrar un violín", dice, se lo escucha decir y uno no puede menos que imaginarlo sonreír, todavía, a pesar de todo, a pesar de esa idiotez de la muerte.
Pin anda por ahí, contando la historia una vez que la hizo, y callando, de golpe, para calzarse el violín y hacer que los pibes del barrio –de ese hueco en el hueco– sepan por qué los pajaritos a veces guardan un profundo y respetuoso silencio.
Pin había nacido en Rosario allá por septiembre de 1943. Y cuando eligió el violín cayó por La Plata y lo que sigue: Conservatorio, Orquesta Sinfónica, Orquesta de la Municipalidad y Orquesta de Cámara de la Universidad. Por ahí, por ese La Plata que todavía no había sido destrozado por la dictadura, andaba la Cofradía de la Flor Solar (caldo de cultivo de La Pesada).
Un día, dice Pin, el Mono Cohen, Rocambole, le mostró un violín eléctrico. Y el mundo se rindió a sus pies.
Tocó con todos (de Billy Bond a Sui Generis), se fue a Europa, donde enloqueció a los mejores músicos con su sonido. Y volvió en 1985, porque los huecos siempre tiran.
No hubo músico de rock que no haya querido que Pin tocara en alguno de sus discos. Él seguía dando clases de violín y haciendo radio. Y Juan Pablo Bermúdez lo encontró entre una y otra cosa, entre uno y otro mundo, entre uno y otro silencio. Lo miró calzarse el violín y vio cómo los pajaritos de siempre torcían la cabeza y cerraban los picos. Y vio que los pibes del hueco dentro del hueco hacían un círculo para escuchar al "duende Pin" que todos los días les hace un poco menos imposible sus vidas. El duende Pin que, como ellos, sabe de miserias y de olvidos. Y graba, Juan Pablo Bermúdez, allá, en 1996, para que, ahora, todos podamos seguir escuchando al duende.
Fuente. Diagonales
Encontrarlo. Ahí estaba el primer desafío. Pasa que Jorge Pinchevsky, Pin, se había metido en un hueco dentro de otro hueco al sur de una ciudad como Buenos Aires y al norte de otra ciudad como La Plata. Ahí, entre uno y otro mercado musical. Entre uno y otro de esos grandes mercados que lo escucharon sin escucharlo, que lo conocieron sin saber quién era en realidad y que lo condenaron al silencio sin tener conciencia de lo que hacían.
Alguien que dice que le contaron que lo habían visto. Otro que sabe de un compañero de trabajo que tiene un primo que una vez lo escuchó.
Hasta allí llegó Juan Pablo Bermúdez, un día de 1996, cumpliendo el raro sortilegio de saber cuál era la pregunta justa para hallar la respuesta esperada. Nada de glamour, ni de snob, ni de raros peinados nuevos con los que la música dejó de ser parte de la sección cultura para pasar a formar dentro del rubro espectáculos.
Era 1996. Y Juan Pablo Bermúdez caminó, escuchó, supo. Era 1996, y Jorge Pinchevsky habló sin importar quién estaba adelante.
Es que Pin estaba ahí, en el hueco de un hueco, con una historia tan enorme como la historia del rock argentino. De hecho, tan enorme como que fue uno de los que la hizo. Uno de los que le puso el cuerpo y sacó adelante eso que parecía imposible. Uno de los que empujó, remó, y agarró un violín como quien no quiere la cosa. "Si hubiera querido ser subversivo ,no iba a agarrar un violín", dice, se lo escucha decir y uno no puede menos que imaginarlo sonreír, todavía, a pesar de todo, a pesar de esa idiotez de la muerte.
Pin anda por ahí, contando la historia una vez que la hizo, y callando, de golpe, para calzarse el violín y hacer que los pibes del barrio –de ese hueco en el hueco– sepan por qué los pajaritos a veces guardan un profundo y respetuoso silencio.
Pin había nacido en Rosario allá por septiembre de 1943. Y cuando eligió el violín cayó por La Plata y lo que sigue: Conservatorio, Orquesta Sinfónica, Orquesta de la Municipalidad y Orquesta de Cámara de la Universidad. Por ahí, por ese La Plata que todavía no había sido destrozado por la dictadura, andaba la Cofradía de la Flor Solar (caldo de cultivo de La Pesada).
Un día, dice Pin, el Mono Cohen, Rocambole, le mostró un violín eléctrico. Y el mundo se rindió a sus pies.
Tocó con todos (de Billy Bond a Sui Generis), se fue a Europa, donde enloqueció a los mejores músicos con su sonido. Y volvió en 1985, porque los huecos siempre tiran.
No hubo músico de rock que no haya querido que Pin tocara en alguno de sus discos. Él seguía dando clases de violín y haciendo radio. Y Juan Pablo Bermúdez lo encontró entre una y otra cosa, entre uno y otro mundo, entre uno y otro silencio. Lo miró calzarse el violín y vio cómo los pajaritos de siempre torcían la cabeza y cerraban los picos. Y vio que los pibes del hueco dentro del hueco hacían un círculo para escuchar al "duende Pin" que todos los días les hace un poco menos imposible sus vidas. El duende Pin que, como ellos, sabe de miserias y de olvidos. Y graba, Juan Pablo Bermúdez, allá, en 1996, para que, ahora, todos podamos seguir escuchando al duende.
Fuente. Diagonales
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