El cascanueces. Ballet en dos actos, música de Piotr Illich Tchaikovski; coreografía de Rudolf Nureyev, sobre la original de Petipa e Ivanov; reposición: Aleth Francillon. Escenografía y vestuario: Nicholas Georgiadis. Ambientación y diseño de vestuario: Eduardo Caldirola-Víctor De Pilla. Ballet Estable del Teatro Colón; dirección: Lidia Segni. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Hadrian Avila Arzuza. Estadio Luna Park; próxima función: sábado, a las 20.30. Entradas desde $ 40.
Nuestra opinión: Muy bueno
En el universo del ballet, la vía tradicional para evocar la Navidad consiste en programar y bailar este clásico que, en 1892, concibieron Petipa e Ivanov en San Petersburgo. El Teatro Colón, cuando puede, adhiere a la tradición y ofrece la versión que Rudolf Nureyev rediseñó en 1967, y que cuatro años después vino a montar para la compañía local; esta vez, sin embargo, fuera de su sala natural, el Ballet Estable tiene que instalar la magia en un espacio a contramano de las galas imperiales en las que surgió la pieza.
Poco importa, en realidad, porque la compañía que dirige Lidia Segni rindió con pareja solidez, y es estimulante cerrar la temporada con este luminoso Cascanueces y -además- con la respuesta entusiasta de numeroso público. Para estas funciones fueron convocados no pocos eficaces integrantes de la vieja guardia, que están dando un carácter y una calidez inusual a las escenas de conjunto (la fiesta inicial, la embestida de los murciélagos, el Vals de las Flores). Y resulta llamativo que muchos de ellos coincidan con los 47 "emplazados" a jubilarse con la indeseada legislación del "20-40".
En el clima atemporal de esa Nochebuena legendaria hay títeres, un mago que entretiene a decenas de chicos y la música de Tchaikovski ambientando la recepción en casa de los padres de Clara. Y, sobre todo, los momentos de ensoñación de la medianoche, cuando la niña "convierte" al soldadito-cascanueces en un príncipe, en lo que resulta un prenuncio de su adolescencia. La versión de Nureyev fortalece el carácter de Clara e impone su punto de vista, pero también desnuda los mecanismos de su subjetividad: la fusión del príncipe con la figura de Drosselmeyer (correcto, Juan Pablo Ledo), quien, a pesar de no ser su padre, sino su padrino, igualmente irradia una onda edípica.
Las fantasmagorías de Clara ejercen un efecto amenazador que la gente del Colón interpretó con convicción, comenzando por Silvina Perillo, que se aterra de verdad ante los ratones, porque no se trata de roedores gigantes, sino que la chica, en su pesadilla, se siente disminuida al tamaño de una laucha. Y después se angustia -lo trasunta corporalmente- con la otra embestida onírica, la de los parientes-murciélagos.
Bellamente resuelto en imagen y en técnica, el pas de deux en el bosque nevado del 2º acto es formalmente muy sobrio, aunque con los desafíos técnicos de un coreógrafo que, bailando, había sido un virtuoso. Pero la pareja Perillo- Ledo los salva con holgura. Como en otros hits de lo que fue el espectáculo imperial de los zares, El cascanueces incluye su sección de exotischen : con danzas hispánicas, árabes, chinas y rusas, se lucieron solistas de la troupe (Parente, Coelho, Desperés, Gancedo, Ambartsoumian); también, Vincelli-Barriero-Varela en "La pastoral".
Las figuras en poisson del pas de deux final y los impecables passés-développées de Perillo con fondo de celesta cerraron un espectáculo gratificante, al que no restan mérito algunos desajustes en las mutaciones escenográficas.
Carta abierta
Néstor Tirri
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