Milagro de Nochebuena
Una charla entre el cura y los nenes que lo sorprendieron en la parroquia de Berisso
Después de la misa de la noche del 24 de diciembre de 1984 en la Iglesia San Francisco de Asís de Berisso, el párroco Carlos Cajade se dirigió al atrio para saludar a sus fieles y desearles feliz Navidad. Tres hermanitos se quedaron allí, de pie, para preguntarle qué era la Navidad. Con Sandrito, como todavía lo llamaba el cura Carlos, y sus hermanos, nació el Hogar de la Madre Tres Veces Admirable.
Sandro ya no tiene 12 años, ni Margarita 11, ni Fernando 10. Ya no están ni el dolor, ni el hambre al que el abandono los tenía sometidos. Cada uno pudo armar una familia cargada del amor y los valores que empezaron a recibir desde aquel instante. Como Beto, Cachito y Alejandra, los demás hermanos, que siguieron el mismo camino. Y como también todos los pibes que más tarde encontraron el sendero desmalezado por los anteriores.
Carlos: –La San Francisco fue la primera parroquia en la que estuve como responsable. Era un curita joven, de 34 años, y los adolecentes de la zona me habían "invadido" el lugar; había misas en que la gente salía hasta la calle y los micros le pasaban entre la multitud. Eran como 100 jóvenes que, tras la dictadura, estaban muy asustados y no se animaban a realizar trabajos sociales. A raíz de eso, hicimos una catequesis porque los chicos tenían que entender que la política no era una mala cosa y que tenía que servir para ayudar a los sectores más marginados. En una ocasión, me habían mandado a un instituto de menores y en ese lugar comprendí que había un montón de pibes encerrados simplemente por ser pobres; ellos no habían cometido delito alguno, pero, como sus familias se habían destruido y eran pobres, terminaban internados en ese tipo de lugares. Al mismo tiempo me enteraba que el 82 por ciento de los presos de Olmos había pasado alguna vez por un instituto. ¡Pobres pibes!, nacieron pobres, los encerraron porque se quedaron sin familias y terminaron todos en la cárcel. ¡Algo había que hacer! Seguramente, no por casualidad, pasó lo que pasó en aquella Navidad.
–¿Qué era de la vida de ustedes por ese entonces?
Fernando: –Un verdadero desastre…
Sandro: –Nosotros siempre habíamos vivido bien. Hasta la muerte de mi papá, éramos una familia normal. Pero ocurrió eso, al tiempo mi madre se juntó con un ex policía, que tomaba, y todo cambió.
Margarita: –…tanto cambió que, de entrada, nos empezó a pegar a mí y a Fernando… Nos mandaba a pedir a la calle y si no traíamos nada, nos fajaba. Empezamos a ir a la parroquia María Auxiliadora para pedirle a la gente y allí conocimos al padre Miguel.
Sandro: –El padre Miguel era uno de los que nos ayudaba. No nos interesaba la religión, pero en la iglesia comíamos y también juntábamos plata para llevar a casa y evitar los golpes; mi padrastro quería dinero. Yo me cansé y me fui de casa. Vivía en la calle, dormía en las alcantarillas, en los zaguanes, en la puerta de la iglesia. Un día, el padre Miguel nos habló de Cajade, que estaba en una iglesia más cerquita de casa. Ese 24 de diciembre a la noche fuimos por primera vez a su misa.
–¿Y qué les llamó la atención?
Sandro: –Él se acercó a nosotros después de terminar la misa, la gente se estaba yendo e iba a cerrar la iglesia, y nos dijo que nos fuéramos a nuestra casa porque ya estaba por llegar la Navidad. "¿Qué es la Navidad?", le preguntamos nosotros, y eso hizo que se quedara a charlar con los tres. No me acuerdo bien sus palabras.
Margarita: –Más a la noche nos habló de Jesús, del arbolito y de toda la historia. Nosotros lo escuchábamos con atención, pero en realidad para nosotros la Navidad o cualquier otro día era lo mismo. Familia no teníamos, o mejor dicho la familia éramos los hermanos. Nosotros queríamos comer y la Navidad era como un fin de semana, en que no estaba el comedor de la escuela, es decir que no había comida.
–Y a vos, Carlos, ¿qué te llamó la atención de los chicos?
Carlos: –En esas fechas, a mí no me gustaba hacer la misa cerca de la medianoche para no romper el encuentro familiar y por eso las hacía a las 21. Esa noche, tenía un montón de invitaciones de la gente del barrio y pensaba recorrer la mayor cantidad de casas posibles. Nos quedamos charlando sobre la Navidad en la puerta de la parroquia y hasta les pregunté si querían dinero. Creo que me los quise sacar de encima con una monedas… Me contestaron que no, que ellos realmente no festejaban la Navidad, que vivían en una construcción que había en un terreno y que si no les creía que vaya con ellos. Ahí lo único que me pasó por la cabeza es que no los podía abandonar yo también. El que más me insistía para que vaya con ellos era Fernando…
Fernando: –Yo quería que nos siguiera y más a la noche, después de que hicimos un fuego y se puso a tocar la guitarra, por nada del mundo quería que se fuera.
Carlos: –Yo tenía un auto viejo y nos subimos con Sandro, Fernando y Beto. Margarita estaba en la casita con Cachito y Alejandra, que eran los hermanos más chiquitos. Y fuimos a encontrarnos con los demás. La casita estaba al fondo de la casa familiar y esa noche no estaba ninguno de los grandes. Había que atravesar como un monte, estaba todo oscuro. Yo entré asustado y hasta pensaba "qué estoy haciendo acá", pero sentía que allí debía estar. Ellos iban adelante en medio de los sauces y seguía pensando "dónde me estoy metiendo"… Con el tiempo entendí que me estaba metiendo en el pesebre. Llegué y la vi a ella… a Cachito, que ahora trabaja en nuestra imprenta y tiene una nenita hermosa, y que me miraba con unos ojos enormes, bien negritos y que brillaban increíblemente ante la luz de la vela…
Margarita: –…el padre se quedó en la puerta y miraba extrañado, y le dije que pasara tranquilo. Preguntó si teníamos para comer y le dije que no había nada. Quería que fuera a comprar comida, estaba desesperada de hambre, y él se fue a traer lo que pudo, porque ya eran como las 11 de la noche. Trajo pan dulce, un budín, galletitas, una gaseosa para nosotros y un vino para él. Se sentó en la tierra porque no había sillas y, ante nuestra desesperación para comer rápido, nos enseñó cómo teníamos que compartir. Bajó una guitarra del auto, se quedó un montón, pasamos juntos la medianoche y después no lo dejábamos ir.
Carlos: –Yo no sé hasta qué hora me quedé, pero lo que sí recuerdo es que después ya no fui a ninguna de las casas en que me esperaban.
Margarita: –Me acuerdo que varias veces se les llenaron los ojos de lágrimas. Y para mí era como que había venido un ángel. Para nosotros, hasta ahí nuestro ángel era Sandro, que hacía de papá y de mamá. Tenía apenas un añito más, pero él se hacía cargo de todo. Nosotros perdimos mucho en nuestra niñez, pero Sandro perdió mucho más porque tuvo que hacerse grande de golpe. Nos lavaba, nos cocinaba, salía a la calle más que todos. Yo esa noche sentí que Sandro, nuestro ángel, había traído a otro ángel más grande para que nos ayude.
Sandro: –Todo era muy difícil para nosotros, porque además teníamos mucho miedo en nuestra casa. Sabíamos que nuestro padrastro era un ex policía que en la dictadura había hecho cualquier cosa; él mismo nos había contado que secuestraba y torturaba gente, y la verdad es que nosotros le teníamos terror. Nos pegaba a todos, a mí, a ellos más chicos y lo peor es que también le pegaba a mi mamá. Nos quemaba con cigarrillos, nos fajaba con una varita de sauce. Le teníamos miedo y lo odiábamos al mismo tiempo. Siempre quisimos crecer para poder cagarlo a palos…. Es más, siendo tan chicos, una vez estuvimos a punto de matarlo…
Margarita: –... anotamos en un papelito la hora en que se iba y volvía, y nos escondimos en un campo hasta que pasó. Sandro tenía un revólver y yo le decía "matalo Sandro, matalo ya", pero a él le temblaba la mano y no podía; yo le quería sacar el revólver para hacerlo, pero no me dejaba…
–¿Qué pasó después de esa Nochebuena?
Carlos: –"¿Qué hice anoche, qué me pasó?", me pregunté cuando desperté. Yo sentía una gran satisfacción. Sentía que había orientado mi vida. Era como que toda esa idea de hacer algo para los chicos más pobres, esa noche se había encaminado hacia algo concreto, el lugar donde estaban los chicos que no tenían nada.
Sandro: –Al otro día supimos que había pasado algo diferente. La gente siempre nos ayudaba con comida, con ropa o con plata, pero esa vez él se había quedado con nosotros. En un ratito, hizo más por nosotros que cualquiera. Por eso, yo lo tomé de una manera distinta y me pegué enseguida a él. Con el tiempo conocí a su familia. A Mario, a Raúl, a José, a Teresa, que nos bancó un montón, ¡Lidia!, la mamá, que nos dio tanto amor cada vez que íbamos a la casa. En todos ellos había algo que nosotros no conocíamos. Eso era justo lo que no teníamos nosotros y por eso aprendimos tanto de ese afecto.
Carlos: –Es muy lindo escuchar que lo que más le quedó al Flaco tiene que ver con el amor de mi familia y qué bueno que, a lo largo del tiempo, ellos consideren eso como la mejor enseñanza de aquel momento. Sandro fue el que puso todo para salvar a sus hermanos. La inteligencia y la capacidad para encontrar un camino. Cuando él descubre que a mí el tema me había pegado y que yo ya había empezado a planear más cosas, juega todas sus barajas para ayudarme en la obra que fuera a iniciar. Comienzan a venir a la parroquia, a quedarse a comer conmigo. El Flaco no dudo en luchar a fondo para terminar de acercar a todos sus hermanos. Ya desde aquella Navidad, los chicos habían empezado a venir a cada rato; andaban juntando maderitas por la calle para hacer el fuego, pero siempre estaban en la parroquia; se acercaban a saludarme, me ayudaban en algunas cosas. Fue como la amistad, que va creciendo con el tiempo.
Sandro: –Ya de entrada nos dimos cuenta de que él era distinto. Recién nos conocía, pero nos llenaba de ternura y de atención, no era solamente la comida, era otra cosa. Y lo empecé a invadir y a tratar de acercar a todos mis hermanos. Es que cuando mi padrastro se enteró de que un cura había pasado la Nochebuena con nosotros y de que se había quedado en nuestra casa, se enojó muchísimo y no se salvó nadie de los golpes. Claro, nosotros contamos con mucho entusiasmo lo que nos había pasado y él se volvió loco. Allí yo decidí que nos teníamos que ir todos y cada vez nos acercamos más al padre. Así fue hasta que una noche en que llovía un montón, Beto y yo nos quedamos a dormir en la parroquia por primera vez. Y no nos fuimos más.
Carlos: –Ellos no saben el bien que me hicieron. Yo vivía solo en la casa parroquial y de noche tenía un miedo espantoso. Era un lugar enorme, una manzana entera. Y yo nunca tuve que estar solo. Así que fueron ellos los que me ayudaron a mí, tanto como yo los ayudé a ellos.
Fuente: Diagonales
Una charla entre el cura y los nenes que lo sorprendieron en la parroquia de Berisso
Después de la misa de la noche del 24 de diciembre de 1984 en la Iglesia San Francisco de Asís de Berisso, el párroco Carlos Cajade se dirigió al atrio para saludar a sus fieles y desearles feliz Navidad. Tres hermanitos se quedaron allí, de pie, para preguntarle qué era la Navidad. Con Sandrito, como todavía lo llamaba el cura Carlos, y sus hermanos, nació el Hogar de la Madre Tres Veces Admirable.
Sandro ya no tiene 12 años, ni Margarita 11, ni Fernando 10. Ya no están ni el dolor, ni el hambre al que el abandono los tenía sometidos. Cada uno pudo armar una familia cargada del amor y los valores que empezaron a recibir desde aquel instante. Como Beto, Cachito y Alejandra, los demás hermanos, que siguieron el mismo camino. Y como también todos los pibes que más tarde encontraron el sendero desmalezado por los anteriores.
Carlos: –La San Francisco fue la primera parroquia en la que estuve como responsable. Era un curita joven, de 34 años, y los adolecentes de la zona me habían "invadido" el lugar; había misas en que la gente salía hasta la calle y los micros le pasaban entre la multitud. Eran como 100 jóvenes que, tras la dictadura, estaban muy asustados y no se animaban a realizar trabajos sociales. A raíz de eso, hicimos una catequesis porque los chicos tenían que entender que la política no era una mala cosa y que tenía que servir para ayudar a los sectores más marginados. En una ocasión, me habían mandado a un instituto de menores y en ese lugar comprendí que había un montón de pibes encerrados simplemente por ser pobres; ellos no habían cometido delito alguno, pero, como sus familias se habían destruido y eran pobres, terminaban internados en ese tipo de lugares. Al mismo tiempo me enteraba que el 82 por ciento de los presos de Olmos había pasado alguna vez por un instituto. ¡Pobres pibes!, nacieron pobres, los encerraron porque se quedaron sin familias y terminaron todos en la cárcel. ¡Algo había que hacer! Seguramente, no por casualidad, pasó lo que pasó en aquella Navidad.
–¿Qué era de la vida de ustedes por ese entonces?
Fernando: –Un verdadero desastre…
Sandro: –Nosotros siempre habíamos vivido bien. Hasta la muerte de mi papá, éramos una familia normal. Pero ocurrió eso, al tiempo mi madre se juntó con un ex policía, que tomaba, y todo cambió.
Margarita: –…tanto cambió que, de entrada, nos empezó a pegar a mí y a Fernando… Nos mandaba a pedir a la calle y si no traíamos nada, nos fajaba. Empezamos a ir a la parroquia María Auxiliadora para pedirle a la gente y allí conocimos al padre Miguel.
Sandro: –El padre Miguel era uno de los que nos ayudaba. No nos interesaba la religión, pero en la iglesia comíamos y también juntábamos plata para llevar a casa y evitar los golpes; mi padrastro quería dinero. Yo me cansé y me fui de casa. Vivía en la calle, dormía en las alcantarillas, en los zaguanes, en la puerta de la iglesia. Un día, el padre Miguel nos habló de Cajade, que estaba en una iglesia más cerquita de casa. Ese 24 de diciembre a la noche fuimos por primera vez a su misa.
–¿Y qué les llamó la atención?
Sandro: –Él se acercó a nosotros después de terminar la misa, la gente se estaba yendo e iba a cerrar la iglesia, y nos dijo que nos fuéramos a nuestra casa porque ya estaba por llegar la Navidad. "¿Qué es la Navidad?", le preguntamos nosotros, y eso hizo que se quedara a charlar con los tres. No me acuerdo bien sus palabras.
Margarita: –Más a la noche nos habló de Jesús, del arbolito y de toda la historia. Nosotros lo escuchábamos con atención, pero en realidad para nosotros la Navidad o cualquier otro día era lo mismo. Familia no teníamos, o mejor dicho la familia éramos los hermanos. Nosotros queríamos comer y la Navidad era como un fin de semana, en que no estaba el comedor de la escuela, es decir que no había comida.
–Y a vos, Carlos, ¿qué te llamó la atención de los chicos?
Carlos: –En esas fechas, a mí no me gustaba hacer la misa cerca de la medianoche para no romper el encuentro familiar y por eso las hacía a las 21. Esa noche, tenía un montón de invitaciones de la gente del barrio y pensaba recorrer la mayor cantidad de casas posibles. Nos quedamos charlando sobre la Navidad en la puerta de la parroquia y hasta les pregunté si querían dinero. Creo que me los quise sacar de encima con una monedas… Me contestaron que no, que ellos realmente no festejaban la Navidad, que vivían en una construcción que había en un terreno y que si no les creía que vaya con ellos. Ahí lo único que me pasó por la cabeza es que no los podía abandonar yo también. El que más me insistía para que vaya con ellos era Fernando…
Fernando: –Yo quería que nos siguiera y más a la noche, después de que hicimos un fuego y se puso a tocar la guitarra, por nada del mundo quería que se fuera.
Carlos: –Yo tenía un auto viejo y nos subimos con Sandro, Fernando y Beto. Margarita estaba en la casita con Cachito y Alejandra, que eran los hermanos más chiquitos. Y fuimos a encontrarnos con los demás. La casita estaba al fondo de la casa familiar y esa noche no estaba ninguno de los grandes. Había que atravesar como un monte, estaba todo oscuro. Yo entré asustado y hasta pensaba "qué estoy haciendo acá", pero sentía que allí debía estar. Ellos iban adelante en medio de los sauces y seguía pensando "dónde me estoy metiendo"… Con el tiempo entendí que me estaba metiendo en el pesebre. Llegué y la vi a ella… a Cachito, que ahora trabaja en nuestra imprenta y tiene una nenita hermosa, y que me miraba con unos ojos enormes, bien negritos y que brillaban increíblemente ante la luz de la vela…
Margarita: –…el padre se quedó en la puerta y miraba extrañado, y le dije que pasara tranquilo. Preguntó si teníamos para comer y le dije que no había nada. Quería que fuera a comprar comida, estaba desesperada de hambre, y él se fue a traer lo que pudo, porque ya eran como las 11 de la noche. Trajo pan dulce, un budín, galletitas, una gaseosa para nosotros y un vino para él. Se sentó en la tierra porque no había sillas y, ante nuestra desesperación para comer rápido, nos enseñó cómo teníamos que compartir. Bajó una guitarra del auto, se quedó un montón, pasamos juntos la medianoche y después no lo dejábamos ir.
Carlos: –Yo no sé hasta qué hora me quedé, pero lo que sí recuerdo es que después ya no fui a ninguna de las casas en que me esperaban.
Margarita: –Me acuerdo que varias veces se les llenaron los ojos de lágrimas. Y para mí era como que había venido un ángel. Para nosotros, hasta ahí nuestro ángel era Sandro, que hacía de papá y de mamá. Tenía apenas un añito más, pero él se hacía cargo de todo. Nosotros perdimos mucho en nuestra niñez, pero Sandro perdió mucho más porque tuvo que hacerse grande de golpe. Nos lavaba, nos cocinaba, salía a la calle más que todos. Yo esa noche sentí que Sandro, nuestro ángel, había traído a otro ángel más grande para que nos ayude.
Sandro: –Todo era muy difícil para nosotros, porque además teníamos mucho miedo en nuestra casa. Sabíamos que nuestro padrastro era un ex policía que en la dictadura había hecho cualquier cosa; él mismo nos había contado que secuestraba y torturaba gente, y la verdad es que nosotros le teníamos terror. Nos pegaba a todos, a mí, a ellos más chicos y lo peor es que también le pegaba a mi mamá. Nos quemaba con cigarrillos, nos fajaba con una varita de sauce. Le teníamos miedo y lo odiábamos al mismo tiempo. Siempre quisimos crecer para poder cagarlo a palos…. Es más, siendo tan chicos, una vez estuvimos a punto de matarlo…
Margarita: –... anotamos en un papelito la hora en que se iba y volvía, y nos escondimos en un campo hasta que pasó. Sandro tenía un revólver y yo le decía "matalo Sandro, matalo ya", pero a él le temblaba la mano y no podía; yo le quería sacar el revólver para hacerlo, pero no me dejaba…
–¿Qué pasó después de esa Nochebuena?
Carlos: –"¿Qué hice anoche, qué me pasó?", me pregunté cuando desperté. Yo sentía una gran satisfacción. Sentía que había orientado mi vida. Era como que toda esa idea de hacer algo para los chicos más pobres, esa noche se había encaminado hacia algo concreto, el lugar donde estaban los chicos que no tenían nada.
Sandro: –Al otro día supimos que había pasado algo diferente. La gente siempre nos ayudaba con comida, con ropa o con plata, pero esa vez él se había quedado con nosotros. En un ratito, hizo más por nosotros que cualquiera. Por eso, yo lo tomé de una manera distinta y me pegué enseguida a él. Con el tiempo conocí a su familia. A Mario, a Raúl, a José, a Teresa, que nos bancó un montón, ¡Lidia!, la mamá, que nos dio tanto amor cada vez que íbamos a la casa. En todos ellos había algo que nosotros no conocíamos. Eso era justo lo que no teníamos nosotros y por eso aprendimos tanto de ese afecto.
Carlos: –Es muy lindo escuchar que lo que más le quedó al Flaco tiene que ver con el amor de mi familia y qué bueno que, a lo largo del tiempo, ellos consideren eso como la mejor enseñanza de aquel momento. Sandro fue el que puso todo para salvar a sus hermanos. La inteligencia y la capacidad para encontrar un camino. Cuando él descubre que a mí el tema me había pegado y que yo ya había empezado a planear más cosas, juega todas sus barajas para ayudarme en la obra que fuera a iniciar. Comienzan a venir a la parroquia, a quedarse a comer conmigo. El Flaco no dudo en luchar a fondo para terminar de acercar a todos sus hermanos. Ya desde aquella Navidad, los chicos habían empezado a venir a cada rato; andaban juntando maderitas por la calle para hacer el fuego, pero siempre estaban en la parroquia; se acercaban a saludarme, me ayudaban en algunas cosas. Fue como la amistad, que va creciendo con el tiempo.
Sandro: –Ya de entrada nos dimos cuenta de que él era distinto. Recién nos conocía, pero nos llenaba de ternura y de atención, no era solamente la comida, era otra cosa. Y lo empecé a invadir y a tratar de acercar a todos mis hermanos. Es que cuando mi padrastro se enteró de que un cura había pasado la Nochebuena con nosotros y de que se había quedado en nuestra casa, se enojó muchísimo y no se salvó nadie de los golpes. Claro, nosotros contamos con mucho entusiasmo lo que nos había pasado y él se volvió loco. Allí yo decidí que nos teníamos que ir todos y cada vez nos acercamos más al padre. Así fue hasta que una noche en que llovía un montón, Beto y yo nos quedamos a dormir en la parroquia por primera vez. Y no nos fuimos más.
Carlos: –Ellos no saben el bien que me hicieron. Yo vivía solo en la casa parroquial y de noche tenía un miedo espantoso. Era un lugar enorme, una manzana entera. Y yo nunca tuve que estar solo. Así que fueron ellos los que me ayudaron a mí, tanto como yo los ayudé a ellos.
Fuente: Diagonales
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