Una vez El Flaco dio a entender que el futuro siempre es mejor. Lo dijo desde otro presente, el único capaz de hacer un futuro, el único en condiciones de leer un pasado. La historia continuará. La escribirán otros. Por Jorge Belaunzarán
Spinetta y Charly fueron las estrellas del año que cierra la década. Las otras cuestiones argentinas siguen pendientes. Entre otras, ¿por qué los dos grandes del rock argentino siguen en el podio luego de 40 años? Y, acaso más complicado aún, ¿por qué lo hicieron durante cuatro décadas seguidas?
La primer respuesta es que el fenómeno es mundial. AC/DC acaba de dar un show fantástico en River. Ninguna banda menor de 40 años podría igualarlo. Su performance sólo es comparable con U2, The Rolling Stones, Metalica. Acaso Foo Fighters se arrime. Pero igual se habla de contemporáneos: Dave Grhol, ex baterista de Nirvana, es de 1969.Pero a diferencia del resto de Occidente, donde desde el pop y la electrónica el rock pudo reconvertirse a partir de los ochenta, pero sobre todo en los noventa, en la Argentina la cosa fue diferente. En primer lugar, porque excepto en la época de Sui Generis, el pop nunca fue una opción en el movimiento. Y eso que la única megabanda argenta (por trascendencia artística y popular, no sólo local, sino también internacional), tuvo que volver de una exitosa gira en el exterior para que se le prestara la debida atención. Así y todo, en los ochenta en un recital de los Redondos comentar que se había ido a ver a los Soda (de ellos se habla) sólo servía para conseguir desaprobación (en el mejor de los casos). Parafraseando a Borges y salvando las distancias que correspondan, así como el escritor dijo que el país habría sido otro si en vez de elegir como libro de cabecera el Martín Fierro de Miguel Hernández hubiera elegido el Facundo de Sarmiento, el rock habría tenido otro derrotero si su banda emblemática hubiera sido Soda en vez de los Redondos. Como Borges, no se trata de juzgar las calidad de las obras, ambas excelentes, a la altura de lo mejor que se haya escuchado en cualquier lar. Sino de los sentidos buscados. Los deseos, en fin.
La idea del gaucho perseguido, más víctima que dueño de su destino, sienta bien al argentino medio. Cantar no voy en trenes, no tengo dónde ir, en respuesta a no voy en tren, voy en avión, también. Preferir la oscuridad excelsamente tensa, tristemente perversa de Jijiji (vas en la oscura multitud desprevenido tiranizando a quienes te han querido) en lugar de la liviandad de dolorosa revancha de De música ligera es optar por la conmiseración palmeadora del amigo a la incomodidad que produce la observación del ajeno. Lo que se prefiere oír a lo que hay que escuchar.
La diferencia es más bien mínima, una frontera, puede decirse: un paso basta para pasar del cielo al infierno, y viceversa. Pero resulta sustancial. Bandas como Los Brujos y Peligrosos Gorriones quedaron en el camino sin más. Illia Kuryaki & The Valderramas resultó tan innovador como intrascendente si de influencia musical se habla. Babasónicos logró lo buscado cuando las modas cambiaron antes que por oídos atentos. Ni qué hablar de Miranda! o Leo García, los unos de un pop de los que hay muchos a nivel mundial pero que siguen siendo tratados como maricones, el otro aparentemente sólo legitimado si está con Gustavo Cerati. ¿Y Daniel Melero, uno de los más influyentes artistas? (¿una especie de Morrissey podría decirse? En La Trastienda convoca a casi nadie. La Renga llena el estadio que le plazca. Hasta Viejas Locas, liderado por quien con más marketing que juicio la revista Rolling Stone calificó como el último héroe del rock & roll, llena Vélez.
Y sin embargo el problema mayor no es que Pity Álvarez aglutine más que Dárgelos. El problema es que no se pueda gustar de los dos; como siempre, la inhabilitación del distinto. Porque si bien es cierto que los sesenta –que serían los setenta argentinos-, como cantan los Redondos, apenas fueron tres años (pero quién sabe por qué no dicen: ¡qué tres años!), el sueño del rock, que es el sueño de esos años, ha muerto. Porque la esperanza no es una cuestión del futuro: sin la ilusión de hoy es imposible el sueño de un mañana. Y hoy el mundo no parece muy ilusionado.
Fuente: Asterisco
Spinetta y Charly fueron las estrellas del año que cierra la década. Las otras cuestiones argentinas siguen pendientes. Entre otras, ¿por qué los dos grandes del rock argentino siguen en el podio luego de 40 años? Y, acaso más complicado aún, ¿por qué lo hicieron durante cuatro décadas seguidas?
La primer respuesta es que el fenómeno es mundial. AC/DC acaba de dar un show fantástico en River. Ninguna banda menor de 40 años podría igualarlo. Su performance sólo es comparable con U2, The Rolling Stones, Metalica. Acaso Foo Fighters se arrime. Pero igual se habla de contemporáneos: Dave Grhol, ex baterista de Nirvana, es de 1969.Pero a diferencia del resto de Occidente, donde desde el pop y la electrónica el rock pudo reconvertirse a partir de los ochenta, pero sobre todo en los noventa, en la Argentina la cosa fue diferente. En primer lugar, porque excepto en la época de Sui Generis, el pop nunca fue una opción en el movimiento. Y eso que la única megabanda argenta (por trascendencia artística y popular, no sólo local, sino también internacional), tuvo que volver de una exitosa gira en el exterior para que se le prestara la debida atención. Así y todo, en los ochenta en un recital de los Redondos comentar que se había ido a ver a los Soda (de ellos se habla) sólo servía para conseguir desaprobación (en el mejor de los casos). Parafraseando a Borges y salvando las distancias que correspondan, así como el escritor dijo que el país habría sido otro si en vez de elegir como libro de cabecera el Martín Fierro de Miguel Hernández hubiera elegido el Facundo de Sarmiento, el rock habría tenido otro derrotero si su banda emblemática hubiera sido Soda en vez de los Redondos. Como Borges, no se trata de juzgar las calidad de las obras, ambas excelentes, a la altura de lo mejor que se haya escuchado en cualquier lar. Sino de los sentidos buscados. Los deseos, en fin.
La idea del gaucho perseguido, más víctima que dueño de su destino, sienta bien al argentino medio. Cantar no voy en trenes, no tengo dónde ir, en respuesta a no voy en tren, voy en avión, también. Preferir la oscuridad excelsamente tensa, tristemente perversa de Jijiji (vas en la oscura multitud desprevenido tiranizando a quienes te han querido) en lugar de la liviandad de dolorosa revancha de De música ligera es optar por la conmiseración palmeadora del amigo a la incomodidad que produce la observación del ajeno. Lo que se prefiere oír a lo que hay que escuchar.
La diferencia es más bien mínima, una frontera, puede decirse: un paso basta para pasar del cielo al infierno, y viceversa. Pero resulta sustancial. Bandas como Los Brujos y Peligrosos Gorriones quedaron en el camino sin más. Illia Kuryaki & The Valderramas resultó tan innovador como intrascendente si de influencia musical se habla. Babasónicos logró lo buscado cuando las modas cambiaron antes que por oídos atentos. Ni qué hablar de Miranda! o Leo García, los unos de un pop de los que hay muchos a nivel mundial pero que siguen siendo tratados como maricones, el otro aparentemente sólo legitimado si está con Gustavo Cerati. ¿Y Daniel Melero, uno de los más influyentes artistas? (¿una especie de Morrissey podría decirse? En La Trastienda convoca a casi nadie. La Renga llena el estadio que le plazca. Hasta Viejas Locas, liderado por quien con más marketing que juicio la revista Rolling Stone calificó como el último héroe del rock & roll, llena Vélez.
Y sin embargo el problema mayor no es que Pity Álvarez aglutine más que Dárgelos. El problema es que no se pueda gustar de los dos; como siempre, la inhabilitación del distinto. Porque si bien es cierto que los sesenta –que serían los setenta argentinos-, como cantan los Redondos, apenas fueron tres años (pero quién sabe por qué no dicen: ¡qué tres años!), el sueño del rock, que es el sueño de esos años, ha muerto. Porque la esperanza no es una cuestión del futuro: sin la ilusión de hoy es imposible el sueño de un mañana. Y hoy el mundo no parece muy ilusionado.
Fuente: Asterisco
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