
Bernardo Cappa
Hiperactivo. Así fue este año para uno de los directores y dramaturgos más prolíficos de la escena independiente, que llegó a tener hasta cinco obras simultáneamente en cartel: La funeraria, Amor a tiros, Los Rocabilis, La novedad y El bergantín.
Paula Buente
Con muy pocas palabras, Bernardo Cappa explica y hace que parezca fácil mantener en equilibrio este desparramo de elencos y horarios que lo llevaron de una sala a otra durante buena parte de 2009: “Es un trabajo grupal más que nada. No son mis obras”.
Egresado de las carreras de actuación y de dramaturgia en la EMAD, después de dedicarse a actuar durante años se probó el rol de director. Y le sentó a la perfección. Pero su interés en la ficción comienza probablemente mucho antes. Tal vez en esas tardes de la infancia cuando jugaba partidos de fútbol solo porque vivía en el campo, a kilómetros del pueblo, y su casa quedaba demasiado lejos para llevar amigos. “Eso ya era hacer ficción”, bromea.
Su relación con el fútbol no se agotó en ese potrero solitario, de jugadores fantasmales y goles sin abrazos. Hijo del ex técnico de Huracán Ángel Cappa, de chico quería ser futbolista. Y se anotó para jugar en Ferro. Pero no resultó. El teatro lo estaba esperando.
–¿Cómo empezás cada obra? ¿Se privilegian las improvisaciones o hay escritura previa?
–No, escritura previa no hay. Armamos situaciones. En general tenemos alguna imagen que se va desplegando o desechando por completo. A partir de ahí se trabajan vínculos de acuerdo a las personalidades o los tonos de actuación. Ahora surgió la idea de tomar el mundo de la mecánica y el de los médicos. Posiblemente se sume en este nuevo proyecto Raúl Aulafia, un terapeuta que trabaja con nutrición, para aportar un campo asociativo diferente. Participarán actores de Los Rocabilis, algunos de La novedad y tal vez alumnos del IUNA. Mi idea es también actuar.
–¿Extrañás actuar?
–Me siento más cómodo en la escritura y la dirección. Actuar es divertido, pero también me siento más inseguro y soy exigente. Soy más exigente conmigo que con los actores.
–¿Notás diferencias entre tus primeros trabajos y estos últimos?
–Apenas empecé a escribir le daba mucho valor, precisamente, a lo escrito. Trataba de que los actores respetaran el texto a rajatabla y me di cuenta de que los actores perdían frescura de esa manera. También descubrí que al no haber un texto escrito previo, se da lo grupal, que es algo que me interesa cada vez más. Me atrae aquello que surge de lo grupal, del encuentro. Después se va sedimentando la obra y forma lenguaje.
Aunque en Amor a tiros sólo son tres los actores, muchas de las obras de Cappa estallan en elencos numerosos, situaciones paralelas y relaciones entrecruzadas. En El aliento, un director de cine intenta dominar el caótico set de filmación de una película con actores rusos y argentinos. En La presa, un padre, sus hijas y los maridos de ellas se dan cita en el atelier de un pintor para un retrato colectivo. Y en la reciente Los Rocabilis, un grupo de amigos de la secundaria se reencuentran 18 años más tarde para volver a tocar con la banda que integraban en el colegio. “Lo bueno de que sean muchos es que, si tenés una situación de cuatro, ya hay otros once mirando. Lo ideal en un ensayo es que desde el primer día haya gente mirando. Además se da esto del pensamiento grupal. Eso es importante, sobre todo ahora que, socialmente, se coloca cada vez más lo individual por encima de todo”, reflexiona.
–¿Creés que hay alguna constante u obsesión particular que recorra tus trabajos?
–Me fui dando cuenta de que algunas de las marcas tenían más que ver con tratar de inscribirme dentro de ciertas corrientes que con búsquedas personales. Donde me siento más cómodo es en los trabajos caóticos. Me atrae cómo se organiza el trabajo en el caos y me interesa las derivaciones de las escenas donde parece que no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero al final están conectadas en otro lado. Me interesa un mundo donde aparezca la sensación de liberarse de algo, donde algo estalla. Me gustan los universos más caóticos, carnavalescos. Y también me interesa el exceso en la actuación.
–¿Qué estás preparando para el año próximo?
–Por un lado, tenemos un megaproyecto, con un grupo que nos conocemos todos. La idea es que sean tres obras y que haya dos directores por obra. Como comentaba, ahí trabajaremos con el cruce entre los médicos, la mecánica y la alimentación, la forma de comer. En marzo reestrenamos Amor a tiros. Y además estamos trabajando con el proyecto de graduación del IUNA, que se llama Ciudad vertical, donde codirijo con Aníbal Gulluni y Juan Mako hace la asistencia de dirección. Se estrena en marzo también.
–¿Creés que un buen año para la producción local? ¿Qué propuestas te interesaron?
–Me parece que no se vieron propuestas sobresalientes. De las que recuerdo, me interesaron Los niños del limbo, de Andrea Garrote, Los desórdenes de la carne, de Alfredo Ramos, y Reflejos, de Matías Feldman. No me pareció un mal año ni tampoco espléndido, pero se siguió produciendo.
–Algunos se quejan de las salas.
–Hay problemas con conseguir salas. Hay algo que venció en los vínculos con las salas. Las salas tienen más poder que las obras en sí. Algunos teatros se pueden dar el lujo de programar lo que quieran. Gran parte del público elige por las salas y los espacios teatrales se volvieron curadores. Por otro lado, hay que salir de la idea del estreno y de la prensa. Esa es una idea del teatro comercial que no sé por qué la heredó el teatro independiente. La obra va cambiando, va mutando a partir del vínculo con la mirada. No es buena o mala definitivamente. Tiene esperanzas de ser o no.
Fuente: Crítica
Con muy pocas palabras, Bernardo Cappa explica y hace que parezca fácil mantener en equilibrio este desparramo de elencos y horarios que lo llevaron de una sala a otra durante buena parte de 2009: “Es un trabajo grupal más que nada. No son mis obras”.
Egresado de las carreras de actuación y de dramaturgia en la EMAD, después de dedicarse a actuar durante años se probó el rol de director. Y le sentó a la perfección. Pero su interés en la ficción comienza probablemente mucho antes. Tal vez en esas tardes de la infancia cuando jugaba partidos de fútbol solo porque vivía en el campo, a kilómetros del pueblo, y su casa quedaba demasiado lejos para llevar amigos. “Eso ya era hacer ficción”, bromea.
Su relación con el fútbol no se agotó en ese potrero solitario, de jugadores fantasmales y goles sin abrazos. Hijo del ex técnico de Huracán Ángel Cappa, de chico quería ser futbolista. Y se anotó para jugar en Ferro. Pero no resultó. El teatro lo estaba esperando.
–¿Cómo empezás cada obra? ¿Se privilegian las improvisaciones o hay escritura previa?
–No, escritura previa no hay. Armamos situaciones. En general tenemos alguna imagen que se va desplegando o desechando por completo. A partir de ahí se trabajan vínculos de acuerdo a las personalidades o los tonos de actuación. Ahora surgió la idea de tomar el mundo de la mecánica y el de los médicos. Posiblemente se sume en este nuevo proyecto Raúl Aulafia, un terapeuta que trabaja con nutrición, para aportar un campo asociativo diferente. Participarán actores de Los Rocabilis, algunos de La novedad y tal vez alumnos del IUNA. Mi idea es también actuar.
–¿Extrañás actuar?
–Me siento más cómodo en la escritura y la dirección. Actuar es divertido, pero también me siento más inseguro y soy exigente. Soy más exigente conmigo que con los actores.
–¿Notás diferencias entre tus primeros trabajos y estos últimos?
–Apenas empecé a escribir le daba mucho valor, precisamente, a lo escrito. Trataba de que los actores respetaran el texto a rajatabla y me di cuenta de que los actores perdían frescura de esa manera. También descubrí que al no haber un texto escrito previo, se da lo grupal, que es algo que me interesa cada vez más. Me atrae aquello que surge de lo grupal, del encuentro. Después se va sedimentando la obra y forma lenguaje.
Aunque en Amor a tiros sólo son tres los actores, muchas de las obras de Cappa estallan en elencos numerosos, situaciones paralelas y relaciones entrecruzadas. En El aliento, un director de cine intenta dominar el caótico set de filmación de una película con actores rusos y argentinos. En La presa, un padre, sus hijas y los maridos de ellas se dan cita en el atelier de un pintor para un retrato colectivo. Y en la reciente Los Rocabilis, un grupo de amigos de la secundaria se reencuentran 18 años más tarde para volver a tocar con la banda que integraban en el colegio. “Lo bueno de que sean muchos es que, si tenés una situación de cuatro, ya hay otros once mirando. Lo ideal en un ensayo es que desde el primer día haya gente mirando. Además se da esto del pensamiento grupal. Eso es importante, sobre todo ahora que, socialmente, se coloca cada vez más lo individual por encima de todo”, reflexiona.
–¿Creés que hay alguna constante u obsesión particular que recorra tus trabajos?
–Me fui dando cuenta de que algunas de las marcas tenían más que ver con tratar de inscribirme dentro de ciertas corrientes que con búsquedas personales. Donde me siento más cómodo es en los trabajos caóticos. Me atrae cómo se organiza el trabajo en el caos y me interesa las derivaciones de las escenas donde parece que no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero al final están conectadas en otro lado. Me interesa un mundo donde aparezca la sensación de liberarse de algo, donde algo estalla. Me gustan los universos más caóticos, carnavalescos. Y también me interesa el exceso en la actuación.
–¿Qué estás preparando para el año próximo?
–Por un lado, tenemos un megaproyecto, con un grupo que nos conocemos todos. La idea es que sean tres obras y que haya dos directores por obra. Como comentaba, ahí trabajaremos con el cruce entre los médicos, la mecánica y la alimentación, la forma de comer. En marzo reestrenamos Amor a tiros. Y además estamos trabajando con el proyecto de graduación del IUNA, que se llama Ciudad vertical, donde codirijo con Aníbal Gulluni y Juan Mako hace la asistencia de dirección. Se estrena en marzo también.
–¿Creés que un buen año para la producción local? ¿Qué propuestas te interesaron?
–Me parece que no se vieron propuestas sobresalientes. De las que recuerdo, me interesaron Los niños del limbo, de Andrea Garrote, Los desórdenes de la carne, de Alfredo Ramos, y Reflejos, de Matías Feldman. No me pareció un mal año ni tampoco espléndido, pero se siguió produciendo.
–Algunos se quejan de las salas.
–Hay problemas con conseguir salas. Hay algo que venció en los vínculos con las salas. Las salas tienen más poder que las obras en sí. Algunos teatros se pueden dar el lujo de programar lo que quieran. Gran parte del público elige por las salas y los espacios teatrales se volvieron curadores. Por otro lado, hay que salir de la idea del estreno y de la prensa. Esa es una idea del teatro comercial que no sé por qué la heredó el teatro independiente. La obra va cambiando, va mutando a partir del vínculo con la mirada. No es buena o mala definitivamente. Tiene esperanzas de ser o no.
Fuente: Crítica
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