viernes, 14 de agosto de 2009

Cerca de Illia y lejos de la femme fatale

Reivindicación. Viggiano está feliz de formar parte de un proyecto sobre “un político de vocación, honesto y que murió pobre”. (Foto: Patricio Cabral)

Patricia Viggiano será la mujer del ex presidente en el teatro

Especialista en papeles de bella malvada, se hizo famosa por su rol como la cheta novia de Arturo Puig en Grande Pa. Ahora celebra su salida del encasillamiento, con una obra de Alberto Lecchi en la que es Silvia Martorell, aquella primera dama.

Leni González

Como los niños ricos que sufren tristeza, a otros les toca la maldición de la belleza. Podrá sonar sardónico y hasta blasfemo pero hay quienes, en el mundo de la imagen, se sienten discriminados por lo que sin meditada intención provocan en los demás. Sin llegar al extremo de Luis Luque, que pasó de efebo celeste a gordo ronco para poder refregar su talento a los incrédulos, Patricia Viggiano se cansó de mostrar el mismo truco.

“Llega un punto en que ya está. La mujer mala que le saca el marido a la otra o la abnegada esposa que... Si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, es trabajo, ya sé, pero no es lo que deseo, no es lo que quiero. Bah, nunca lo deseé, en realidad”, dice la actriz, egresada del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, alumna de Carlos Gandulfo, Augusto Fernandes, Beatriz Matar y Joy Morris, y debutante en los ochenta en el Teatro San Martín. Terminado el contrato en la sala oficial, Viggiano se presentó a una prueba y quedó como “la mala” en la tira Tu mundo y el mío (1987), a la que siguieron Rebelde (con Grecia Colmenares, Ricardo Darín y Luis Luque) y el exitazo de Grande Pa, con su recordado papel de la cheta y malvada novia de Arturo Puig. Ocupada en el cuidado de sus dos hijas, en 2007 se la vio en un episodio de Mujeres asesinas y el año pasado en la telenovela Mujeres de nadie, por Canal 13.

“Siento que ya cumplí: las chicas ya están más grandes, puedo probar otras cosas, centrarme en mí. Esto no quiero decir que no pueda hacer televisión. Pero quiero nuevos desafíos, abrir el abanico”, confiesa.

La oportunidad le llega ahora con Arturo Illia, ¿quién pagará todo esto?, la obra de Eduardo Rovner (La sombra de Federico) que se estrenará la primera semana de septiembre en el teatro 25 de Mayo, de Villa Urquiza, con el debut en la dirección teatral del cineasta Alberto Lecchi (El frasco y Nueces para el amor, entre otras), producción de Luis Chela y las actuaciones de Arturo Bonín, como el ex presidente; Mercedes Funes, como Emma, la hija mayor, y Viggiano, en el rol de Silvia Martorell, la esposa y primera dama.

“Fue su única mujer, se casaron cuando él tenía 37 y ella, 20. Era artista plástica y abandonó todo para dedicarse a su marido y sus tres hijos. Estaba locamente enamorada y aunque siempre mantuvo un perfil muy bajo, según nos contó Emma, era el alma de la familia”, dice Viggiano, quien junto a todo el elenco se entrevistó con la hija mayor que, en la obra, es la relatora de la historia. “Hablamos mucho y me regaló un retrato de su mamá. No era una mujer bella pero sí interesante, de ropa oscura, anteojos, cabello recogido y unas uñas larguísimas que me impresionaron mucho y que la hija usa también”, cuenta la atractiva actriz que cada noche deberá transformarse físicamente para el personaje.

Feliz con el texto a interpretar y con la reivindicación de un “político de vocación, honesto, que murió pobre”, Viggiano disfruta la salida del encasillamiento y se enoja si algún fotógrafo o editor –como le pasó recientemente en una entrevista– le pide que muestre las piernas. “‘¡Si estás bárbara!’, te dicen. Yo sé que para lograr más cosas supuestamente tendría que haber transado con tapas en bolas y hablar de mi intimidad, pero no lo hice porque sabía que se me volvería en contra para lo que yo quería lograr. Soy consciente de que aceptar ese camino me hubiera llevado a primera figura, pero elegí decir que no”, reconoce. Cita el ejemplo de su colega Luque, con quien trabajó, y después confiesa una sesión de terapia: “Hasta lo hablé con mi analista. ¿Y si yo hubiera...? Pero no, sé que me hubiera sentido mal aceptando lo que no representa mi esencia”.

Fuente: Crítica

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