"EL BORDE INFINITO"
Una obra pensada, dirigida y representada por Vanesa Weinberg, sobre lo que pasa cuando dormimos.
Por: Camilo Sánchez
Como si se tratara de un detalle mínimo del Valle de la Luna, o algo así, el piso y las paredes del espacio escénico -acolchado y tridimensional- está integrado por grandes contornos de goma espuma tallada que guardan, refractadas por la luz, formas extrañas. Se alude, desde antes del inicio de la obra, a ese misterioso ejercicio cotidiano de todos, esa casi desconocida vuelta de hoja que deja, por un instante o por unas horas, el mundo en suspenso. Se alude, en definitiva, al sueño, El borde infinito. En ese espacio escénico intrigante, duerme -eso parece, al menos- una mujer.
Las palabras, deliberadamente, tampoco van a aclarar nada. Un koan, esas frases con que los maestros zen hundían a sus discípulos en la perplejidad, es lo primero que se escuchará en la obra. Vanesa Weinberg inquiere, con ella, a su compañero de escena, Guy Barel: Cómo era tu rostro antes de nacer, le dice, para dejarlo, justamente, sin palabras.
Este trabajo de Vanesa Wein berg está planteado en varios frentes: tratamiento plástico y una mix de danza y de teatro. No es casual: esa búsqueda, de alguna manera, también aglutina los diversos recorridos que ella lleva adelante, desde hace más de veinte años, desde los tiempos en que integraba el dúo las Hermanas Nervio en el Parakultural, su pasaje por El Descueve, las obras que montó junto a Damián Dreizik y sus incursiones en piezas de densidad dramática como Venecia, por ejemplo.
En El borde infinito hay momentos de la mujer en soledad y otros en que aparece alguien que tal vez sea, por ella, convocado, en sueños. A ése que ella llama le dice, mirando hacia afuera: No es parecido a ningún otro día. Y avanza, otro paso. No es parecido a ningún otro silencioso elogio que yo haya hecho de la luz vaporosa, como las gaviotas del sueño de hoy.
No se trata, sólo, de incrustaciones poéticas, de citas a lo que está naciendo en este momento, hay también momentos muy precisos de humor y otros de coreografías -algunas violentas y feroces-, trabajadas, se percibe, con tiempo a favor.
Es que la narración porosa, sorpresiva, cargada de guiños de El borde infinito intenta, a través de movimientos coreográficos, pequeños nudos dramáticos, y algunos textos mínimos, hacer pie en esa zona ambigua donde la vigilia y el reposo desvirtúan la certeza. Allí donde empieza lo divertido.
Fuente: Clarín
Como si se tratara de un detalle mínimo del Valle de la Luna, o algo así, el piso y las paredes del espacio escénico -acolchado y tridimensional- está integrado por grandes contornos de goma espuma tallada que guardan, refractadas por la luz, formas extrañas. Se alude, desde antes del inicio de la obra, a ese misterioso ejercicio cotidiano de todos, esa casi desconocida vuelta de hoja que deja, por un instante o por unas horas, el mundo en suspenso. Se alude, en definitiva, al sueño, El borde infinito. En ese espacio escénico intrigante, duerme -eso parece, al menos- una mujer.
Las palabras, deliberadamente, tampoco van a aclarar nada. Un koan, esas frases con que los maestros zen hundían a sus discípulos en la perplejidad, es lo primero que se escuchará en la obra. Vanesa Weinberg inquiere, con ella, a su compañero de escena, Guy Barel: Cómo era tu rostro antes de nacer, le dice, para dejarlo, justamente, sin palabras.
Este trabajo de Vanesa Wein berg está planteado en varios frentes: tratamiento plástico y una mix de danza y de teatro. No es casual: esa búsqueda, de alguna manera, también aglutina los diversos recorridos que ella lleva adelante, desde hace más de veinte años, desde los tiempos en que integraba el dúo las Hermanas Nervio en el Parakultural, su pasaje por El Descueve, las obras que montó junto a Damián Dreizik y sus incursiones en piezas de densidad dramática como Venecia, por ejemplo.
En El borde infinito hay momentos de la mujer en soledad y otros en que aparece alguien que tal vez sea, por ella, convocado, en sueños. A ése que ella llama le dice, mirando hacia afuera: No es parecido a ningún otro día. Y avanza, otro paso. No es parecido a ningún otro silencioso elogio que yo haya hecho de la luz vaporosa, como las gaviotas del sueño de hoy.
No se trata, sólo, de incrustaciones poéticas, de citas a lo que está naciendo en este momento, hay también momentos muy precisos de humor y otros de coreografías -algunas violentas y feroces-, trabajadas, se percibe, con tiempo a favor.
Es que la narración porosa, sorpresiva, cargada de guiños de El borde infinito intenta, a través de movimientos coreográficos, pequeños nudos dramáticos, y algunos textos mínimos, hacer pie en esa zona ambigua donde la vigilia y el reposo desvirtúan la certeza. Allí donde empieza lo divertido.
Fuente: Clarín
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